Gonzalo Valdés Medellín

Si de alguna manera tuviéramos que definir la propuesta escénica de Juliana Faesler con Malinche/Malinches, sería como “el antiteatro”. ¿Es posible hablar de un “antiteatro”? Sí, desde una visión crítica y analítica en términos convencionales de lo que engloba el llamado fenómeno teatral: una dramaturgia que respete las leyes aristotélicas, un montaje que dé coherencia formal a tales leyes y un tipo de actuación que se engarce al devenir argumental, por sólo mencionar algunos elementos. Sin embargo, con el trabajo de Faesler vemos no sólo ruptura y transgresión deliberadas, sino ironía permeando dichas acciones. Ironía y una fuerte carga de imágenes desatadas del subconsciente de los actores y de la misma directora/dramaturga que no “respeta” su propio texto en aras de encontrar una verdad distinta escénicamente plasmada, una verdad estética, una verdad discursiva que —a fin de cuentas— atrape al espectador y lo confronte consigo mismo.
Esto es lo que Malinche/Malinches muestra en su trayecto teatral y es lo que finalmente definiría el “antiteatro”: un quehacer escénico más signado por los elementos aleatorios del performance que de la dramaturgia o la puesta en escena en términos convencionales.
Tomando como emblema de la mujer mexicana a la figura de Malintzin, Malinche o Marina, Faesler arma un mosaico de historias y anécdotas donde el eco del mencionado personaje recaerá en la diversidad femenina, pero también sus confrontaciones con el machismo, la intolerancia y la soledad. Y es que vemos así a las …Malinches de Faesler que sobreviven en la conciencia colectiva del mexicano actual y, asimismo, aquellas Malinches exoneradas por la “injusticia” de la historia, como Isabel Moctezuma (personaje tocado con argucia didáctica en la obra Águila Real de Hugo Argüelles). Al final, la permanencia de la figura femenina luchando contra viento y marea hará que resplandezca con fuerza crítica la intencionalidad dialógica de la dramaturga estableciendo una discusión de altos vuelos con la sensibilidad del espectador contemporáneo.
A través del “antiteatro”, Juliana Faesler ha sabido hallar su propia voz como hacedora teatral y ha encontrado al mismo tiempo una poética, una estética y un estilo. Una manera de hacer, ver y asumir el teatro desde un vitral contestatario que, por ende, puede maravillar o provocar repudio, según la ideología de cada espectador. Y no obstante, el teatro continúa. El show debe seguir y con trazos conmocionantes, la directora narra una historia que, a fin de cuentas, a cualquier ser humano concierne.
El concepto formal es claro: jugar al teatro con los elementos que se tienen a la mano o bien satisfacer el capricho de la imaginación trayendo los elementos necesitados, incluso a contrapelo. Las actrices visten de hombre y el único actor interpretará la voz femenina. El juego se desata. El escenario se atiborra de elementos decorativos, escenográficos, de utilería, juguetes y macetones… Y la revisión de los opuestos nos conduce a un monólogo a varias voces que dan sentido a la crítica y al replanteo de lo que es la Malinche, del significado del malinchismo en las raíces mexicanas.
Clarissa Malheiros, Natyeli Flores, Diana Fidelia, Roldán Ramírez y la propia Faesler componen el elenco, cada cual activando sus capacidades lúdicas en un inquietante aceleramiento interno que lo mismo maneja el medio tono, que la farsa enloquecida, el testimonio oral o la exploración de la violencia cotidiana. Malheiros deslumbra en muchos momentos con intervenciones dotadas de enorme calidez verbal y expositiva, siendo la actriz de mayor experiencia palpable, pero en general, los actores saben sacar buen partido a sus diversas encarnaciones y hacerlas coherentes.
Malinche/Malinches o el “antiteatro” de Juliana Faesler es, sin lugar a dudas, una de las muestras más brillantes de la vanguardia teatral de nuestro momento.