Hagamos una apuesta: mientras las redes sociales —movidas desde los partidos de oposición— alcanzaron niveles de paroxismo al masacrar mediáticamente a la hija del extitular de la Profeco, el caso de la senadora perredista Luz María Beristáin desaparecerá pronto de los titulares.

Si los raseros fueran iguales, el destino de la senadora tendría que ser similar a la de Humberto Benítez Treviño. Es decir, que la presión social —supuestamente espontánea— no cesaría hasta lograr que la legisladora fuera desaforada y procesada por abuso de poder.

Evidentemente, en este último caso todo quedará en una anécdota. ¿Por qué? Porque Luz María Beristáin no forma parte del gobierno de Enrique Peña Nieto. Si perteneciera a la administración peñista, le sucedería lo mismo que a la titular de Sedesol, Rosario Robles. Sería convertida en una especie de Satán. Un ser diabólico que debe ser llevado a la hoguera.

El caso de la Lady Senadora —como la mencionan los medios— ha resultado útil para desbrozar el bosque: evidencia que la vara con que se mide a los políticos no es igual para todos. Todo depende del partido, fuerza política u organización a la que pertenezcan.

Sucede lo mismo que con los borrachos. Si eres rico y varón, estás alegre; pero si eres pobre, mujer o indígena, eres un méndigo alcohólico.

La senadora —que le hizo saber a la empleada de VivaAerobus que “ella era su representante ante la tribuna más alta del país” y que, por lo tanto, tenía que proporcionarle un boleto— se comportó y utilizó el mismo lenguaje que cualquier hijo de rico o político prepotente. No hay diferencia, excepto una: que goza de la aureola de santidad que los perredistas han sabido colocar sobre sus cabezas.

Y si hay duda, ahí va como prueba el discurso que se echó la senadora: “Me siento una víctima de lo sucedido”. “¿Dónde está la fiscalía especializada para el abuso contra los políticos?” “Fui grabada por los empleados sin mi consentimiento”. “Una golondrina no hace verano”. “Estos incidentes suceden, pasan cada cinco minutos”. “Vengo a descubrir que VivaAerobus es una aerolínea terriblemente mala, no sé, tal vez patito…” “Yo siempre utilizo las líneas más sencillas, más económicas y nunca me ha gustado tener que usar jets privados”.

No dude usted, lector, que la empresa VivaAerobus se vea obligada a despedir o sancionar a la empleada que tuvo una actitud discriminatoria contra la legisladora cuando —según versión de ésta— le dijo que no le daría servicio porque no quería a los políticos, porque no quiere a las senadoras y menos a las que parecen extranjeras.

Más allá del cotilleo que trae aparejado una nota escandalosa de esta naturaleza, lo importante es colocar sobre el tapete de discusión la desigualdad con que medios, redes sociales y, sin duda, partidos sancionan un acto de abuso de poder.

Iniquidad y sesgo que revela la existencia de un sistema político e informativo profundamente hipócrita y que a su vez denuncia y castiga según le convenga. Ya sea por interés electoral —que en estas fechas es lo más común—, por oportunismo o morbo.

Esta distorsión no tendría mayor relevancia si no fuera porque el gobierno federal se ha dejado presionar políticamente por una estrategia mediática sensacionalista —muy bien montada por sus adversarios— que lo han obligado a cesar y sancionar funcionarios.

Más que justicia, lo que están buscando los manipuladores de las redes sociales es hacer ver un gobierno débil y culpable, arrinconado por las turbas encargadas de reeditar los juicios inquisitoriales del medioevo.

Hasta hace unos días, los perredistas se engolosinaban en las mesas de café hablando de la Lady Profeco para demostrar que el PRI, y sólo el PRI, sigue siendo un partido de autoritarios. Si de ética y democracia se trata, ¿en qué lugar va a colocar el PRD a su Lady Senadora?

Es la mentalidad del verdugo puritano que ve la falta y el pecado sólo en el vecino. Fenómeno sociológico donde el que viene a mi regazo se purifica, y el que se aparta cae abrazado por las llamas del infierno.

Habría que tomarle la palabra a la legisladora Beristáin en el sentido de que debe ser creada una fiscalía especial, pero no como ella pide: para defender a los políticos, sino para sancionar con la misma regla a todos. Sin distingos de partidos, ideología u origen.

Porque tan ladies puede haber en el PRI como las hay en el PAN y en el PRD. ¿O no?