La caída del régimen no marcará forzosamente el fin

Bernardo González Solano

¡Basta. Nunca más!, se exclama con convicción llegado el fin de un conflicto. Así sucedió al terminar la Segunda Guerra Mundial, después de lanzar sendas bombas atómicas sobre dos pobladas ciudades japonesas. El horror fue mundial. “Nunca más”, se volvió a decir. Pero el caso es que siempre vuelve a suceder. El ser humano nunca se sacia de tanta matanza, de tanto dolor. Así, Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, pregunta en un artículo titulado Siria: lo que se nos viene encima: ¿por qué no se detiene tanto horror? Por su parte, cinco importantes dirigentes de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en un corto texto publicado el 16 de abril por el periódico The New York Times, afirman que hay que detener el derramamiento de tanta sangre en Siria. El documento dice: “Después de 70 mil muertos [debería decir asesinados, bgs], miles de ellos niños, cinco millones de desplazados, un millón obligados a huir al extranjero; después de que barrios enteros han sido arrasados, escuelas y hospitales reducidos a ruinas, demolidos los sistemas de conducción de agua potable, los gobiernos [de las grandes potencias] no están preocupados por la urgencia de cesar esta carnicería”.

Comprobación amarga, pero justa. En lo esencial, los grandes países del mundo contemplan y resuelven sus cuentas pendientes en Siria. Los dirigentes de la ONU no lo pueden declarar tan crudamente, aunque entre líneas sí lo dicen. Durante la guerra fría, se dijo que la acción colectiva se paralizó por el enfrenamiento estadounidense-soviético. Continuaron algunos años de la preponderancia casi absoluta de la superpotencia americana, y después fue amortajada por los escombros de la debacle iraquí. Entonces surgió un mundo multipolar: el equilibrio nacería, merced a la coexistencia de cuatro o cinco grandes polos de poder. Así sucedía. Pero ahora, existe un mundo impotente y de caos.

El mejor ejemplo es la guerra de Siria. Puede durar aún varios meses o incluso años. El régimen de Bachar El-Assad controla todavía el 40% del territorio.  Pero además dispone del monopolio de las armas pesadas, artillería, misiles, aviación de guerra y no se priva de usarlas contra su pueblo, barbarie, sin duda, que tiene pocos precedentes en la historia. Su fiel aliada, Rusia, asegura el aprovisionamiento continuo del  régimen en material militar. Otro cómplice de Damasco, Irán, proporciona también armas y consejeros, incluso combatientes.

Incluso si las tropas de El-Assad fueran derrotadas, el médico oftalmólogo que heredó el poder al morir su padre, Hafez El-Assad, podría replegarse a su comunidad original. La caída del régimen no marcará forzosamente el fin de la guerra. Además, en la guerra fratricida el oficialismo ha roto algunos límites o líneas rojas juzgadas intolerables por la comunidad internacional. El ejército israelí corroboró hace dos semanas el uso, en varias ocasiones, de armas químicas por las fuerzas del gobierno sirio. A su vez, el presidente de la Cruz Roja Internacional, el suizo Peter Maurer, acusó a los dos bandos de impedir el traslado de la ayuda internacional; denunció el ametrallamiento de las ambulancias, los convoyes de enfermeras y médicos. Llegará el momento de sumar los crímenes de guerra. Y seguramente serán muchos, de parte y parte.

Lo que está en juego en esta guerra va más allá de un cambio de dirección polìtica en Damasco. El flujo de los refugiados desestabiliza a los vecinos de Siria. La desintegración del país, según las fronteras comunitarias, exacerba también las fracturas étnico-religiosas en Líbano y en Irak, hasta el punto de considerar el espectro de una guerra civil. La suerte de las armas de destrucción masiva acumuladas por el régimen —gracias a su proveedor ruso— suscita todas las inquietudes.

Cuando estalló el conflicto armado, en 2011, la población siria era aproximadamente la misma que tenía Yugoslavia cuando iniciaron sus guerras en 1991: alrededor de 23 millones. De hecho, los últimos datos oficiales señalan que la población del país era poco menos de 20 millones de personas. Durante la década que duraron las guerras de los Balcanes murieron más de 100 mil personas y hubo cuatro millones de desplazados. En sólo dos años, Siria está consiguiendo obtener la misma cosecha de dolor y sufrimiento que Yugoslavia tardó 10 años en alcanzar.

En este sentido, ¿cómo es posible que la guerra de Siria no sea un asunto obligado de consideraciones en todo el mundo? Hace dos décadas, en 1993, todos hablaban de Bosnia y era noticia de primera plana y en los horarios estelares de los medios de comunicación electrónicos. Ahora no es así. Los medios ocultan los sucesos sirios en planas interiores. Incluso en la ONU, donde la doctrina de Responsabilidad de Proteger no se aplica en el caso de la catastrófica situación humana creada artificialmente en la antigua Persia.

De tal suerte, dice Timothy Garton Ash en el artículo citado: “En un mundo sin polos, con múltiples potencias [como Estados Unidos de América, Francia, China y Rusia, por lo menos. bgs] que compiten a escala mundial y regional y tienen intereses en un país fragmentado [Siria], las guerras civiles y subsidiarias de este tipo son más difíciles de detener. Hace 100 años, con las guerras de los Balcanes que degeneraron en la Primera Guerra Mundial, comenzó un siglo, el XX, que llegó a ser el más sangriento de la historia de la humanidadd. Si no desarrollamos nuevos métodos de resolución de conflictos, con la fuerza suficiente para contener este nuevo desorden mundial, es posible que el siglo XXI sea más sangriento todavía”.

Así las cosas, hace un año, cuando todavía no era reelecto, Barack Obama advirtió seriamente al régimen sirio —”como presidente de Estados Unidos no fanfarroneo”— que el empleo de armas químicas contra su propio pueblo traspasaría una línea roja que Washington no toleraría. En marzo, el mandatario estadounidense reiteró el aviso a Bachar El-Assad y sus corifeos. La evidencia de que esas armas de destrucción masiva  —el gas sarín y otros compuestos químicos similares— han sido utilizadas hace pocos días se ha generalizado entre los franceses, ingleses, israelíes y la propia inteligencia del Tío Sam.

Sin embargo, Barack Obama ha optado por una vía prudente en la grave crisis abierta por la denuncia sobre el uso de las armas químicas en Siria y ha decidido que es preciso acumular más pruebas y argumentos antes de ordenar una acción militar, posibilidad que no se descarta. Según anunció la Casa Blanca, Estados Unidos trabajará con la ONU, los países aliados y la oposición siria para corroborar los datos aportados por los servicios de inteligencia, un proceso para el que no se ha establecido un plazo determinado, pero que está condicionado por las presiones que Obama comenzó ya a recibir desde el Congreso, incluyendo a los representantes demócratas.

El presidente mulato dijo: “Éste no es un problema que se va a resolver de la noche a la mañana… Lo que tenemos ahora es un informe de inteligencia que no precisa cuándo o cómo fueron usadas esas armas”. Lo que sucede es que el presidente estadounidense está claramente influido por el fiasco de las supuestas armas de destrucción masiva en Irak que pretextó el expresidente George W. Bush para invadir la patria de Sadam Husein. Obama no quiere cometer el mismo error en Siria. Para reforzar la posición del inquilino de la Casa Blanca, el portavoz de la presidencia, Jay Carney, resumió: “Tenemos algunas pruebas, pero necesitamos más… Es la forma responsable de actuar en un asunto de esta trascendencia”.

En tales circunstancias, Israel decidió entrar de lleno en el conflicto sirio y asumir un papel más protagónico, haciendo gala de la autodefensa como su prioridad. El Tsahal [ejército] israelí multiplicó las incursiones aéreas en la región con sus aviones F16, bombardeando una transferencia de armas estratégicas del arsenal sirio a Hezbolá.

Después de una primera ola de ataques lanzados en la noche del jueves 2 al viernes 3 de mayo, la aviación de Eretz Israel dirigió el domingo 5, antes de amanecer, una segunda serie de bombardeos en las goteras de Damasco. Varias explosiones de gran potencia sacudieron la capital siria, y los habitantes filmaron enormes bolas de fuego atrás del monte Qassiun, zona militar y gubernamental que domina la ciudad. La energía eléctrica fue cortada en varios sectores de Damasco.

La agencia de prensa Sana confirmó los ataques, acusando a Israel de bombardear el centro de investigaciones militares de Jamariya, en las afueras de Damasco, así  como un aeropuerto civil causando varias víctimas. El ministro de Relaciones Exteriores, Walid Muallem, denunció una “flagrante agresión” que “confirma el apoyo militar directo de Israel a los grupos terroristas y a los extremistas de Al-Nosra, uno de los brazos de Al Qaeda, después de su fracaso por controlar el terreno”. En una carta enviada al Consejo de Seguridad de la ONU, Muallem agregó: “Esto no deja duda sobre el hecho de que Israel es el beneficiario, el motor y a veces ejecutor de los atentados que han tenido lugar en Siria contra el Estado y el pueblo”.

Por su parte, los israelíes oficialmente no han hecho ningún comentario, como es su costumbre, sobre todo para dejar al régimen sirio la posibilidad de no contestar. Sin embargo, las autoridades sirias previnieron que este raid abría la puerta a todas las posibilidades.

Signo de lo complicado del conflicto sirio, la Liga Arabe condenó también —como Irán— el bombardeo israelí, mientras que la mayoría de sus miembros se oponen a la represión del régimen de Damasco contra los insurgentes. De hecho, los bombardeos israelíes estuvieron destinados a impedir la transferencia de armas estratégicas de los arsenales sirios a los de Hezbolá libanesa.

En fin, los estadounidenses son reticentes para intervenir en Siria, pero Obama, al contrario, reconoció a Israel el derecho de actuar por su seguridad: “Los israelíes tienen perfectamente el derecho de prevenir el traslado de armamento sofisticado a organismos terroristas como Hezbolá”.

La guerra civil en Siria va para largo. El caos que ya ha producido está muy lejos de desaparecer.