Columna vertebral del crecimiento

Julio A. Millán B.

En la economía mexicana, el sector industrial ha provocado efectos destacables sobre la productividad, la competitividad y, obviamente, sobre el crecimiento, el ingreso y el bienestar.

Al menos desde la década de los setenta, la industria manufacturera ha contribuido significativamente en la formación del valor agregado, en el comercio exterior y en el empleo.

Las manufacturas han demostrado ser uno de los sectores más dinámicos de la actividad productiva y representan una parte significativa del producto total y del empleo en el país.

En particular, a partir de iniciada la apertura comercial el desempeño de la industria se toma como uno de los elementos relevantes que determinan el patrón de crecimiento y se asocia, al mismo tiempo, con la eficiencia general del sistema económico en cuanto a la competitividad —en todos sus ámbitos pero en especial al regional— y la generación de un mayor nivel de bienestar vía la ocupación y la obtención de ingresos.

Sin embargo, a lo largo de la historia económica reciente, la economía mexicana ha mostrado signos críticos debido a una casi ineludible vulnerabilidad a la incertidumbre internacional, pero fundamentalmente por la subyacente debilidad estructural interna. Condición que la crisis iniciada a finales de 2008, mostró claramente.

Los efectos de la crisis sobre el sector industrial, es especial en la exportación de manufacturas, se debieron a tres factores endémicos: 1) existe una dependencia histórica de la producción, sobre todo de las maquiladoras, de la demanda en Estados Unidos; 2) existe una relación asimétrica muy pronunciada entre ambas economías (los estornudos que se convierten en pulmonías); y 3) el modelo maquilador se ha visto limitado por que las ventajas comparativas en las que se basaba han sido superadas: mano de obra barata y abundante, preferencias arancelarias vía el TLCAN y apreciación del tipo de cambio real.

Ahora bien a estas restricciones estructurales que no se han podido superar, le podemos agregar una cuarta mucho más trascendente y lo que tiene implicancias en materia de política pública, en particular bajo escenarios de ralentización o bien de crisis económica.

Ahora bien, recientemente la nueva administración federal ha replanteado la instrumentación de una política industrial. Es una buena intención, por supuesto, sin embargo, a nuestro juicio, la estrategia expuesta carece de integralidad.

La política industrial debe ser horizontal, flexible, dinámica y de largo plazo. Horizontal para abarcar a todos los sectores, desde la alta tecnología, hasta la agroindustria e incluso el turismo que es también un sector productivo. Flexible para adaptar sus instrumentos a las tendencias y las necesidades específicas de cada sector y región; dinámica y sostenible en el tiempo.

Nuestro país ha transitado de la etapa de la sustitución de importaciones a la de atracción de inversiones, con un énfasis importante en la inversión extranjera, recursos que no han creado un vínculo con la industria nacional, por la falta de acciones dirigidas a una verdadera absorción tecnológica que nos permita, como en el caso de Corea, avanzar en nuestro propio desarrollo tecnológico.

La oportunidad de avanzar en el desarrollo económico está todavía presente. La estrategia debe ser bidireccional, crecer hacia adentro sin desatender el comercio exterior.