Alberto Híjar Serrano

 Ha muerto el constructor de espacios más influyente del siglo XX en México. Pedro Ramírez Vázquez construyó tres templos fundamentales: el Museo Nacional de Antropología, la Basílica de Guadalupe y el Estadio Azteca. Habría que agregar a estos lugares de culto público, el diseño del logotipo de Televisa para completar su producción de señales y símbolos. El Museo es famoso en el mundo por acogedor gracias a la gran explanada cubierta escoltada por las salas de exhibición en dos pisos.

La enorme construcción de cemento armado y cristales adecuados, contrasta con la frialdad formalista de los museos más recientes de Mérida y Monterrey de los Garza Sada diseñado por un constructor japonés autodidacta que hizo gigantescos y agresivos muros inclinados texturados como de una escultura gigantesca en alto contraste con el Cerro de la Mitra. El de Mérida, administrado por un consorcio de Jorge Hank Rohn, presume de emular la gran columna paraguas del de Antropología, pero al limitarse al cristal y acero, no pasa de ser un cubo de elevadores y escaleras en medio de un  vestíbulo sin lugares de descanso, sin una triste banca donde reposar. Las salas de exposición y conferencias, las oficinas, el restaurante arrinconado, no incluyen más que los fríos y rígidos soportes característicos de la arquitectura empresarial moderna.

Todo lo contrario de la obra de Ramírez Vázquez en Chapultepec lograda gracias a la incorporación de pintores, escultores y grabadores como José y Tomás Chávez Morado, autores de los relieves de la columna paraguas con un vertedero de agua que aporta textura y sonido al recinto. Los murales en las salas son alusivos a su contenido en el sentido amplio, no solo como referentes a las diversas culturas en épocas distintas, sino a los soportes materiales como el enorme grabado en madera de Leopoldo Méndez o el mural de reata de Matías Goeritz en una de las salas de etnografía. La articulación significante de soportes y cubiertas con la luminosidad de los amplios espacios, comunican cómoda belleza que llega hasta el jardín posterior donde puede gozarse la reproducción de las salas de Bonampak con sus murales reproducidos por Rina Lazo como una elocuente manera de aludir a la exploración, la investigación y el trabajo de campo propios de la práctica antropológica. De aquí la fama mundial que llevó al arquitecto a realizar un museo en Nairobi.

             El Estadio Azteca es una estructura dinámica en el sentido que rompe las verticales y horizontales. El sistema de rampas para el tránsito obliga a un recorrido opuesto al formalismo y una vez más la gran explanada del frente cuenta con la gran araña de Alexander Calder para dimensionar el espacio, hacerlo amable, facilitar su recorrido exento de fatiga.

            Con la Basílica de Guadalupe no le fue bien al arquitecto, porque el manojo de tiras de la construcción no es propio de religiosidad alguna. No encontró el modo de resolver la tradición y la modernidad en conflicto. Por dentro, la Basílica es un muestrario de materiales colocados sin orden ni concierto. Granitos, maderas, metales, mármoles, vitrales, todo amontonado con una peregrina intención de riqueza espectacular donde la pobre Virgen queda extraviada y a distancia donde apenas se ve, separada de la grey por un pasillo con una banda adonde pueden trepar los adoradores para su transporte arrobado, como escalera eléctrica de algún mall. Le fue ganando al arquitecto el mercantilismo a la par de su militancia priista forzada por la fama que no bastó para ganar una senaduría en unas elecciones que perdió.

            Su despacho ha sido de los más exitosos en el mundo gracias al equipo de técnicos de alta eficacia que lo mismo organizaban museografías y exposiciones faraónicas, que fabricaban muebles y logotipos. El más famoso es el de Televisa. La presidencia del Comité Olímpico del 68 hizo del acontecimiento que forzó la decisión de masacrar al pueblo en Tlatelolco el 2 de octubre, una oficina de la cultura como tapadera de la infamia despótica. No pudo contener al Salón Independiente con el que los artistas visuales repudiaron al Salón Solar como exposición internacional.

            La moraleja es que la técnica no es neutral sino que se realiza y valora en relación a poderes concretos. Ramírez Vázquez sirvió a los peores, pero su obra pública perdura por útil y bella al menos en el caso del Museo. He ahí el dilema.