Entrevista de Carlos Landeros en 1984
Primera de dos partes

“Le vi por la calle, pasó por mi lado, me dijo un requiebro que fue de mi agrado”, dice a la letra la canción “Sus picaros ojos” que Sarita Montiel me canta en su medio tono en la suite presidencial que ocupa en un hotel enfrente de la Alameda Central, donde la entrevisté. Inmediatamente mi memoria retrocede quizá más de veinte años, cuando todos éramos muy jóvenes y que vine a México de vacaciones, y tuve la oportunidad de ver por primera vez (después la vería otras cuatro) la película El último cuplé  con Sara Montiel. Recuerdo que la gente formaba filas impacientes que esperaban llegar a la taquilla para adquirir sus boletos en el cine Arcadia y que daba la vuelta a la manzana; había cundido la voz de que había nacido una estrella y allí nos plantamos.

Recordé cuando Sarita, en cierta parte del filme, cantaba “El relicario” y soltaba el llanto después de que en la tarde un toro le había matado a su novio, el torero Enrique Vera; al resto del público también se nos hacía un nudo en la garganta y se escuchaba una lloradera en la sala que al finalizar la función todo el mundo salía con los ojos enrojecidos de tanta lágrima contenida, pero a la vez felices porque salíamos enamorados de Montiel. Su cara era bella, su sonrisa sexy y su mirada provocadora. Su cuerpo, sin ser el de Bo Derek, tenia la redondez de la manzana y las curvas de la guitarra flamenca; las canciones que interpretaba en esa película fueron para todos una revelación porque, ¿quién o quiénes habíamos escuchado un cuplé? Me acuerdo entre claroscuros que una tía abuela mía me cantaba con una voz muy pequeñita y muy entonada, acompañándose al piano, algo que decía más o menos: “La cuna de mi pecho fue el sagrario donde guardaba yo tu cariño”, o algo por el estilo, y que después, cuando vi la película, resultó ser una de las canciones que hiciera famosas a Montiel. Porque antes de ella nadie tenía ninguna referencia del cuplé, un género que parecía ya extinguido, porque de las cantantes españolas de este siglo, salvo Meller e Imperio Argentina, ninguna había dejado algún disco de tal género aunque parece ser que de la cantante La Fornarina alguien sí se acordaba. Pero la verdad es que Sara no solamente desenterró y recreó el cuplé, sino que con ella alcanzó la popularidad y un éxito inusitado.

Ahora los años han pasado y ya ni corremos como corríamos ni can­tamos como antaño.

Por eso, antes de decidirme a hacer la entrevista, de volver a ver a Sarita, lo pensé dos veces, especialmente después que la vi en una entre­vista que le hicieron en un programa de televisión. Pero dicen que adonde hubo admiración los recuerdos quedan, así que cuando me invitaron a la reunión que Montiel ofrecía en su hotel no resistí la tentación y fui.

A las 9:00 en punto llegué al Hotel del Prado, piso 10, suite número 1045 donde todo, desde el hall de la entrada, con el impresionante mural de Diego Rivera, recordaba otra época, quizá la de los cuarenta o cincuenta. Al cruzar el hall, tres músicos nostálgicos tocaban respec­tivamente el piano, el violín y ese instrumento ya casi olvidado que es el salterio, y así los pocos y meditabundos parroquianos escuchaban las notas de “La violetera” entre sorbos de licor y las volutas de humo de su cigarrillo que lentamente se elevaban hasta perderse en el cielo raso.

Llegué al departamento, toqué el timbre correspondiente, me abrieron la puerta y alguien muy amable me invitó a pasar, me presentó con la cantante; ella me miró con su sonrisa medio de Gioconda y luego fue raptada por oíros invitados. El ambiente que reinaba ahí también se prestaba para la nostalgia. Allí estaba otra leyenda de la música, el “rey del mambo”, don Dámaso Pérez Prado y doña Olga Guillot; luego, ya metido en la onda de los suspiros, me puse a contemplar a. través de los grandes ventanales la Alameda Central, con sus horrorosos arbotantes, bolas de plástico que en algo recuerdan a Disneylandia; pero también la hermosa fachada del Hotel de Cortés, y al lado derecho alcanzaba a ver perfectamente la cúpula del Palacio de Bellas Artes, el que pese a todo lo que se diga conserva cierta dignidad, especialmente si se le compara con el resto de los edificios que lo rodean. Después le pedí a un mesero que me obsequiara un agua mineral con hielo (ese día estaba abstemio), con lo cual me deprimí más; entonces me dediqué a observar a Montiel. El color de su pelo era rojo, alborotado; lucía una especie de túnica blanca de gasa hasta los tobillos, que dejaba ver sus sandalias doradas. En su brazo izquierdo colgaba también un bolso de lentejuelas doradas, en los dedos de ambas manos brillaban sortijas con brillantes.

El ambiente que se respiraba ahí era un poco extraño, olía a pasado.

En un momento, sigilosamente, desapareció Sara o Antonia, que es su verdadero nombre y es como la llaman sus amigos y parientes. Al poco rato regresó cargando a un niño de ocho meses, muy buen mozo, y a una niña preciosa de cuatro años. Son sus hijos adoptivos Thais y Zeus y Montiel se muestra orgullosa, ante los fotógrafos. Se acerca a mí para presentármelos y repentinamente le pregunto:

¿Por qué se tardó tanto en adoptarlos? ¿Por qué no tuvo los suyos propios?

¿Por qué adoptó a una niña brasileña y a un niño dominicano? ¿Por qué

no a un español o a un mexicano?

No, yo no escogí, primero te voy a decir; yo he estado casada tres veces, mi tercer marido es Pepe. De Anthony Mann, tuve un hijo de ocho meses, lo tengo enterrado en…

Entonces, ¿murió?

Sí, y también tuve siete abortos gravísimos.

¿Siete?

Sí, siete abortos: de siete meses, de cinco, de ocho, de siete meses y medio y de nueve meses.

¿Y todas esas pérdidas fueron buscadas?

¡No! ¿Qué dices?, estoy en contra del aborto totalmente.

¿De plano?

De plano, soy antiabortista.

Pero qué hace una mujer que no quiere tener al hijo y que de casualidad sale embarazada y que además no tiene con qué mantenerlo y que tam­poco va a tener padre, ¿no crees que sería mejor que no lo…?

Que lo tenga a como dé lugar. Yo soy hija de una mujer maravillosa a quien la hicieron abortar; ella no quería, pero la ataron para que lo hiciera. Yo tuve una abuela muy mala, la madre de mi padre, en paz descanse y que Dios la tenga donde merezca; ella fue la que hizo abortar a mi madre a la fuerza porque era la que mandaba en la casa; a pesar de eso, a los cuatro meses nací yo… había dos placentas, por lo tanto yo soy antiabortista.

El aborto es un tema muy difícil.

Muy difícil. Yo tengo mis dos hijos adoptados, que son mis hijos, nadie puede decirme que no lo son, porque los adoro y los quiero y doy mi vida por ellos.

¿Y cómo los escogiste?

No los escogí, yo los pedí. En los países que he visitado he pedido un hijo, he dejado mis datos para cuando hubiese la posibilidad de adoptar a un niño legalmente, como es lógico. Dejé mis datos en California, en Miami, en Santo Domingo, en Brasil; también lo pedí en España, en Argentina y Grecia, porque yo voy a Grecia dos veces al año.

¿En México no?

En México no, porque no tuve la oportunidad, porque no había venido en más de tres años. También fui a Colombia y también dejé mis datos, pero el primero que me ha llamado a la puerta fue Santo Domingo y fui por mi hijo.

O sea que no sabes quiénes son los padres ni nada de nada.

Somos nosotros.

Sarita, a ti en cierta forma se puede decir que la vida, el destino, Dios o como le quieras llamar…

Sí, Dios, yo creo en Dios.

Dios te ha dado todo en cierta forma, desde que comenzó tu carrera ascendente; siempre has estado rodeada del triunfo y de lo que éste trae consigo: fama, halagos, joyas, dinero, viajes, etcétera.

Sí, pero me ha costado mucho trabajo y sigo teniendo una res­ponsabilidad tremenda; nunca me dormí en mis laureles.

¿ Todo esto que has adquirido, tus joyas, tus sonados romances inclusive…?

Como mujer he tenido mis fracasos y los he tenido muy gordos, muy fuertes, pero los he sobrellevado y sobrepasado; los he vencido porque he tenido mis altos y mis bajos. Como mujer he sido a lo mejor muy jovencilla cuando estuve por primera vez aquí en México, porque no tenía la posición que después adquirí, cuando a raíz de la filmación de El último cuplé me hice millonaria. Luego hice el contrato por el que se estipulaba que por cada película yo ganaría 35 millones de pesetas, un millón de dólares de aquel entonces por película; fue cuando de la no­che a la mañana de ser una persona, sí, muy bella y todo lo que tú quieras, con un arte, con una atracción pero sin dinero, de pronto la fortuna me sonrió. Pero también hice millonarios a los demás. Donde grabamos era una casa de discos que no conocía nadie, que empezó conmigo, grabamos ahí en un cuarto que no-más faltaba que las ratas pasaran por encima de uno. La productora de Cesáreo González se hinchó de ganar dinero conmigo. Columbia Americana, vamos, se forró y aquí Gonzalo Elvira, un señor que no era nadie en el sentido literal, pues el hombre creyó en mí, dio un dinero adelantado por mis películas y se las trajo para México y se hizo multimillonario. También yo tenía derecho a hacerme un poquito millonaria, no como ellos, pero más o menos, y te juro que he trabajado y sigo trabajando muy duro. A mí no se me caen los anillos, por eso voy a actuar en el Teatro de la Ciudad aunque no gane dinero, pero sí la satisfacción de que la gente que no pueda ir a verme a un night club pueda pagar su boleto para ir a verme al teatro, aunque gane únicamente, como decimos nosotros, para levantar el telón, porque así doy oportunidad de que me vea la gente y estar con ese público que en realidad es lo que en verdad el artista persigue.

Sobre el enfrentamiento directo con el público, ¿tardaste tiempo para

actuar frente a él? Al principio sólo hacías películas…

Estoy actuando desde el 60. Me presenté en Buenos Aires en el Teatro de la Ópera la primera vez; después en Caracas, en Nueva York en el Lincoln Center, en el Teatro Nacional de Puerto Rico, en Brasil, en el municipio de Sao Paulo, en el Cancao de Río y luego en Moscú, Polonia, Rumania, Holanda, Italia, etcétera.

Sarita, ¿y qué vas a hacer cuando te mueras con tanto dinero, con tantas

joyas?

Pues el dinero en realidad lo mismo es de mi marido que mío. Mi marido viene de una familia de periodistas; él es hijo único, es propietario de un periódico, uno de los decanos de España, el Ultima Hora-, v también ha sido empresario toda su vida; tiene cines, teatro y su abuelo fue quien llevó a Caruso a cantar ópera.

O sea que tiene tradición en el espectáculo.

Definitivamente; por eso mí marido está vinculado a mí y yo a él; yo como actriz y cantante y él como empresario.

O sea que si desgraciadamente se muriera primero él, te heredaría a ti, y

si tú murieras primero, le heredarías todo a él.

Bueno, en realidad nosotros somos muy unidos, la cosa monetaria es ahora para los hijos, quienes gracias a Dios están cubiertos para el día de mañana, aunque al dinero nosotros no le damos importancia; lo que queremos es dejarles una educación, un porvenir, una manera para que ellos se defiendan, dándoles unos estudios y una preparación para que puedan trabajar. Creo que eso es lo mejor que podemos dejarles y un cariño por supuesto tremendo, porque yo habré tenido muchísimas equivocaciones en mi vida y seré de una manera de ser muy especial, a lo mejor con miles de defectos, pero hay una cosa que he tenido por encima de todo: he honrado a mi madre y a mi padre, porque para mí han sido los primeros, después…

¿No tienes hermanos?

—Sí, tengo cuatro hermanos.

¿Y te llevas con ellos?

Sí, nos adoramos, nosotros no tenemos ningún trauma de pequeños o de familia. Nosotros somos de una familia muy humilde; mi padre era labrador, estuvo trabajando 17 años en casa de los abuelos de Natalia Figueroa, la esposa de Raphael; entonces sea por eso, no tenemos ningún trauma, ningún complejo, nada, porque hemos tenido unos padres maravillosos; eso sí, no nos pudieron dar ninguna educación, ni escuela ni nada, porque en España la escuela era palabra mayor.

¿Y tus hermanas son tan guapas como tú, Sarita:1

—Tengo unas hermanas muy guapas y tengo una sobrina que fue Miss Universo.

¿Y tu marido también quiere tanto a los hijos?

Mi marido ya se pasa. Siempre estamos riñendo por culpa de los hijos. Hemos vivido durante 12 años sin casarnos, o sea, los dos ayudándonos y cuidándonos y dándonos el cariño hasta que aparecieron Thais y Zeus y nos hemos volcado en ambos.

¿Por qué Zeus?

Porque es el dios del Olimpo y Thais es dios de dioses.

Sarita, cambiando un poco el giro de la conversación, tú en cierta forma has sido testigo, desde el punto de vista artístico, del cambio del régimen del general Francisco Franco y de Felipe González. ¿Cuál…?

Ha habido un cambio tremendo. Indiscutiblemente Franco fue un dictador, y aunque me hice en la España franquista, también es cierto que salí de España y me vine a México en el año 50 y permanecí aquí hasta el 56; en España me ahogaba, porque veía que aquello no era para mí, no tenía una salida para mis inquietudes. Quisimos hacer Divinas palabras de Valle Inclán y no se pudo; pensamos en montar otras obras y tampoco se pudo; entonces comprendí que la actitud dictatorial prevalecía no solamente en el terreno artístico, también en el comportamiento de la vida que tenías que llevar. Cuando regresé en el año 57 para filmar El último cuplé y pegar, pegar, en cuanto se estrenó la película, de ser Sara Montiel o Sarita Montiel, o sea una chica que estaba empezando, que hacía cine en Hollywood, que había hecho películas en México, todo cambió a las 24 horas de haberse estrenado la cinta; fue un fenómeno psicológico social. Fue tan grande el éxito que empecé a pertenecer a todo español: al grande, al medio, al pobre y al humilde, inmediatamente me tomaron como algo suyo, como una especie de bandera; entonces yo seguí trabajando en España, respetando a Franco pero sin darme a Franco nunca; yo lo respetaba, respetaba las cartas del juego, pero él sabía perfectamente que yo no comulgaba con él, primero porque toda mi familia ha sido totalmente de izquierda aun cuando no fuera política. Durante la época de Franco un tío mío, que sí era político, estuvo encerrado 21 años, y a un cuñado mío también lo tuvieron encerrado por más de 20 años en el penal.

Pero me decías que también en cierta forma te habías formado en los

comienzos de tu carrera aquí en México.

Sí, exactamente, porque aquí en México me formé intelectual-mente, hablando en mi modestia, pues tuve a un León Felipe todo el tiempo. También con don Alfonso Reyes y con doña Manuela, quienes estuvieron viviendo conmigo en Cuernavaca durante dos años. Fue en esa época cuando me empecé a formar porque yo salí de España como un caballito desbocado. Cuando llegué a México aún no había cumplido los 19 años, pero yo sabía por intuición que se me tenían que abrir las puertas, tenía un horizonte más amplio. Y durante el régimen de Franco, aunque fuese cantando, siempre tropezábamos con la censura; ni el escritor podía escribir ni tampoco se podían adaptar novelas o poemas de Rafael Alberti.

Sarita, de tus películas no creo que ninguna llevara contenido político…

Es verdad; pero las películas mías son tan personales, tan bonitas, que el argumento es siempre suave, no tenían nunca mensaje en absoluto. Todo era muy bello, todo estéticamente armonioso, unas canciones muy bonitas, bien vestida, la película muy arropada pero nada más; o sea, el contenido era superfluo.

¿La política realmente no te ha interesado?, como ejemplo.

No, nunca he sido una persona política, aunque, te repito, siempre tropezabas enseguida con una serie de cortapisas. Las libertades, socialmente hablando, tanto para la mujer como para el hombre, estaban muy restringidas; el divorcio, como sabes, no existía; yo estaba casada con un americano por lo civil y, por lo tanto, no estaba bien vista, o sea, tropezaba con muchísimas cosas, pero las solventaba porque mi éxito era tan gordo que me las pasaban sin más remedio.

¿Y alguna vez te recibió el general Franco?

Sí, sí, pero yo había esquivado lo más posible.

¿Y cuando murió Franco…?

Cuando murió Franco vino la democracia a España con el rey, o sea, ha sido otra cosa; ha sido una especie de respiro; todo el mundo tenemos defectos y tampoco vamos a pretender que en dos años se pueda arreglar todo lo que se hizo durante los últimos 40 años. Por ejemplo, he notado que el mismo alcalde de Madrid, Tierno Galvan, es un hombre culto; cuando llegó el Papa lo recibió hablando en latín. Quizá esto no tenga importancia, pero es un catedrático maravilloso, un hombre de muchísimo talento; y no sé, González, pues es un chico con unas ganas de hacer por España cosas tremendas y todos esperamos mucho de él, porque estamos en un momento muy difícil. En el terreno artístico veo que el arte puede llegar con mayor facilidad a todo el pueblo; podemos hacer cosas importantes, porque tenemos más facilidades aunque se tenga nombre o no, aunque me siga llamando Sarita Montiel. Ya tengo una carrera hecha y ya tengo un lugar; quizá es más importante para la gente que viene detrás, la gente humilde que antes luchaba muchísimo y que no podía llegar, ahora el gobierno les da más facilidades; se tiene un teatro estatal, se tiene una cultura, un movimiento cultural amplísimo que con Franco no teníamos. Esto en el pasado inmediato era imposible; por eso la diferencia entre ambos regímenes es muy grande, o sea que ahora puedes hablar hasta con el rey inclusive. Por ejemplo, estando con mi marido en un restaurante también estaban el rey y la reina, y cuando me vieron vinieron hacia mí a saludarnos, o sea que esto es otra cosa.

Siempre!, 11 de julio de 1984.