El don y el látigo
Roberto García Bonilla
Truman Streckfus Persons (Truman Capote, Nueva Orleans, 30 de septiembre de 1924; Los Ángeles, 25 de agosto de 1984) es uno de los escritores estadounidenses más populares de la segunda mitad del siglo XX, poseedor de una personalidad excéntrica que germina en el desamparo de una progenitora sin vocación para la maternidad y por avidez hacia el sexo opuesto; el talento de un hijo que dio lugar a su abandono en la escritura desde los ocho años, “sin la inspiración de un modelo”. Sólo le interesaba, además, leer, ir al cine, bailar y dibujar.
La escritura le producía una dicha que desapareció cuando supo de la diferencia entre escribir bien y mal; luego descubrió la diferencia entre escribir muy bien y el auténtico arte: “una diferencia sutil, pero feroz. Después de eso, cayó el látigo”. Se hizo escritor “sin saber que me había condenado de por vida a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación”. A los diecisiete años se consideraba un escritor consumado. Era L’enfant terrible.
Muy pronto envió sus textos a publicaciones como The New Yorker, Harper’s o Atlantic Monthly. Y luego de escribir día tras día, durante catorce años, llegó la primera novela: Otras voces, otros ámbitos (1948), desde entonces la celebridad no se apartó de él. Seguiría Desayuno en Tiffany’s (1958) que significó la conclusión de su segunda etapa. Capote ejerció con maestría el periodismo con distintas técnicas que también desarrolló en cuentos breves y retratos.
De esos años data Se oyen las musas definida por el propio Capote como (1956) su primera novela verídica que versa sobre el inicial intercambio cultural entre Estados Unidos y la Unión Soviética: una compañía de negros viaja en pleno invierno al país de Lenin y representa Porgy and Bess. Más allá de la moderada recepción de la crítica, esta novela fue un acontecimiento en la vida creativa de Capote; había contemplado mucho tiempo atrás la idea del periodismo como arte en sí mismo porque le parecía que nada innovador se había escrito desde la segunda década del siglo XX en la literatura en general y, además, porque el periodismo como arte era un terreno casi virgen; eran escasos los escritores que lo ejercían: sobre todo escribían crónicas de viajes y fragmentos autobiográficos. “Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala que tuviera la verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de inmediato de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía.”
El concepto de novela verídica (novela-testimonio) se consideró falto de seriedad para un escritor digno; Norman Mailer, cuyas novelas se cultivaron en la investigación periodística, lo calificó “un fracaso de la imaginación” porque había que escribir sobre algo imaginario y no sobre algo real (habrá que preguntarse qué gran escritor ha podido escribir sin tomar la realidad, transfigurarla y —a través de los artificios escriturales— fundir tiempo-espacio, realidad-ficción).
Durante seis años Capote apostó por un género que luego se llamaría non fiction-novel (novela testimonio) que revolucionaria las letras en Estados Unidos con el nombre de Nuevo periodismo; tendría un pionero: Rodolfo Walsh con Operación masacre (1957).
A partir del asesinato de una familia en el apartado Holcomb, Kansas, en 1959, Capote desarrolló una ardua investigación, auxiliado por la escritora Harper Lee, en torno el crimen; la masacre de los cuatro miembros de la familia Clutter; los asesinos Richard Hickock y Perry Smith, y el sacudimiento de una sociedad angustiada. El resultado fue A sangre fría, emblemático rostro del nuevo periodismo, descrito por uno de sus más dilectos representantes, Tom Wolfe, en El nuevo periodismo (1977). El logro de su investigación y éxito de la novela, precedida por Desayuno en Tiffany´s, fue proporcional a las adicciones del escritor y el estrépito de su decadencia personal. Capote dejó una novela póstuma Plegarias atendidas (1987).
Música para camaleones (1980) reúne cuentos breves; algunos de ellos concebidos como retratos coloquiales, a partir de diálogos reales que el escritor estadounidense tuvo con figuras de las letras y el cine. Realidad y ficción se trufan. El texto inicial, que da nombre al libro, se sitúa en la isla Martinica al norte de Santa Lucía en el mar Caribe —posesión de Francia desde el siglo XVII—, centrada en una criolla aristócrata septuagenaria que revela a su invitado como los acordes mozartianos y, en general, la música encanta a los camaleones que llegan de la terraza y se forman en hileras al escuchar el piano. En una segunda sección, Féretros tallados a mano, el lector penetra en los enigmas que habrán de solucionar los detectives en torno a un crimen. Se recuerdan los ambientes de la novela más célebre de Capote, A sangré fría (1966).
La última sección, Retratos coloquiales, contiene imágenes exquisitas; los claroscuros son umbrales, introspección, fulgor y ocasos de personajes que pueden ser anónimos como Mary Sánchez —de cincuenta y siete años— oriunda de un pueblito de Carolina del Sur, casada con un puertorriqueño y dedicada a la limpieza como free lance en Nueva York. Realizó menesteres de limpieza en casa de Capote. El diálogo en Un día de trabajo describe la fragilidad y la bondad ajada de una mujer explotada en un trabajo socialmente degradado: la opresión social nunca se nombra pero su atmósfera se palpa. Es un fugaz fragmento psicológico en el que los quehaceres del periodista y el escritor se complementan. Por su delicadeza y penetración, Una hermosa niña es un retrato ejemplar de Marilyn Monroe; es, también, el diálogo entre dos extravagantes con espeso sentido del humor entre la opulencia de guiños delirantes en los cuales deslizan su inteligencia plena en formas y maquillados de jocosa frivolidad.
Una foto de ellos bailando —ella: una sonrisa ritual sempiterna oculta la desdicha que arrastraba; él mira como niño tímido y ambicioso con un sopor inocultable— es la portada de Retratos que reúne más de una docena de viñetas (originalmente aparecieron Observations (1959) con fotografías de Richard Avedon): miradas conspicuas de artistas del siglo XX: John Huston, Jane Bowles, Picasso, Jean Cocteau, André Gide, Ezra Pound, Somerset Maugham, Isak Dinesen, entre otros, aparecen en una galería cuya entrada anuncia una suerte de cortometraje descrito, a lo largo de sesenta páginas, sobre Marlon Brando: El Duque en su territorio revela la fortaleza, la vanidad, el ímpetu del actor que en el teatro alcanzó la estela luminaria con Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, quien se ahogó y murió mientras ingería barbitúricos: Williams, anota Capote, “era un hombre desdichado cuando más reía y sus carcajadas eran más sonoras”. Estos retratos son fúlgido contraste de los sinuosos caminos de la creación con vidas comunes que esconden los dramas de la sensibilidad exacerbada, descritos con gravedad hilarante. “La alegría tiene la brevedad de la cocaína, la felicidad, al menos dura un poco más.” Ante ese aserto de Capote, su Retratos son algunas alegrías retenidas en el papel con la gallardía feliz de un estilo.
Truman Capote, Música para camaleones, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
Truman Capote, Retratos, Barcelona, Anagrama (Compactos), 2011.
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