Crónicas NYquinas
María Eugenia Merino
Nueva York, agosto 2012. Dicen que la impresión de la primera vez que uno asiste a la ópera definirá si te gustará para siempre y llegarás a ser un buen amante del género. Tal vez sea cierto —no puedo asegurarlo—, pues una mala producción o puesta en escena demasiado seria —o por el conrario, demasiado moderna— puede aburrirte o desilusionarte.
Lo que sí sé es que, cuando te ha atrapado, cada vez que encuentras una nueva manera de apreciarla te acerca más a este espectáculo majestuoso, tan completo —música, canto, danza, actuación…—, tan cautivador.
En alguna ocasión alguien dijo que no iba a la ópera porque había que “vestirse de etiqueta y toda la cosa”.
Pero no, no es así, o no tiene porqué ser así.
Nueva York es un buen ejemplo de que hay muchas formas de disfrutar la ópera —ninguna de ellas aburrida— y hasta de divertirse.
Lincoln Center es un conjunto dedicado a las artes escénicas: teatros con obras de gran calidad, biblioteca especializada, la afamada escuela de música Juilliard, cine de arte, la sede de la Filarmónica de Nueva York, del New York City Ballet y el New York City Opera, de la escuela del American Ballet, y el edificio principal: el Metropolitan Opera House, con la explanada con su fuente de aguas danzarinas al frente.
Aun cuando la temporada anual de ópera va del otoño a la primavera del año siguiente, el verano también es una buena opción para disfrutar un buen espectáculo operístico, que puede llegar a ser ¡gratis!
Veamos las alternativas. Es verdad que un boleto en Orchestra Seat (luneta) puede resultar bastante caro, sobre todo si uno quiere asistir a varias funciones o a toda la temporada, pero siempre hay descuentos. Hay boletos Rush (de última hora) de 20 a 25 dólares —si uno es afortunado y alguien de luneta cancela—; los estudiantes también pagan menos; las dos últimas filas —como quien dice en “un rincón cerca del cielo”—, llamadas Family Circle, también cuestan 25 dólares, la acústica es buenísima y unos binoculares resuelven el problema de la distancia.
Así fue como tuve oportunidad de realizar un sueño: asistir al estreno en 2002 de Turandot, puesta en escena por Franco Zeffirelli —la favorita del repertorio del Met—, con la admirable Maria Guleghina. Estos precios me han permitido ver también Carmen, La Traviata y la espectacular Aída.
En la NY City Opera los precios regulares son más accesibles, y también hay descuentos, por ejemplo en los palcos, o en Standing Room, eufemismo que literalmente significa estar de pie, en un corredor entre la pared y la butaquería. Así, paraditas durante cuatro horas —porque si pagaste por un boleto de pie, paradita te quedas, y ni por casualidad te permiten sentarte en las escaleras—, vimos Il Trittico, de Puccini, que incluye tres óperas de un solo acto: Il Tabarro, Gianni Schicchi y Suor Angelica.
Metropolitan Opera House tiene un programa Out of Doors que consiste en transmisiones en vivo, gratuitas, en pantallas gigantes en HD, tanto en la Plaza Robertson, al frente del Met, como en los cinco Boroughs (Manhattan, Brooklyn, The Bronx, Queens y Staten Island) y en Central Park. Aprovechamos este programa para ver en 2007 el estreno mundial de Lucia de Lamermour con Natalie Dessay, de quien qué más puedo decir que dio una soberbia actuación que fue ovacionada de pie por varios minutos y gritos de ¡bravo! y ¡bravísimo! más que merecidos. Además, hacía poco que había fallecido Pavarotti, y en el Met, cuando fuimos a recoger nuestros boletos, lo escuchábamos por todo el edifico a través de altoparlantes, y en la noche, antes de la función, transmitieron un video documental sobre la vida y obra del adorado Luciano. Toda una jornada de emociones intensas.
Met Summer es otro programa gratuito durante el verano, en la explanada, donde se retransmiten óperas del amplio repertorio operístico del Met. Y uno no debe de preocuparse ni por adquirir boletos, sólo llegar con suficiente tiempo para encontrar una silla vacía; pero si no se tiene esa suerte, hay un gran espacio donde puede uno llevar una sillita plegable o un banquito, y hasta hacer su propio picnic: una manta en el suelo, un cojín para sentarse y disfrutar con la pareja o los amigos de una buena ensalada, una pizza, sándwiches, agua o refrescos —he visto a algunos llevar una botella de vino—. Fue una delicia ver así La Flauta Mágica, de Mozart.
Si todo esto no es suficiente para ver buena ópera, o si incluso no se está en Nueva York, está Met Opera on Demand, donde por una suscripción de 150 dólares anuales se puede disfrutar la programación del Metropolitan en la comodidad de la casa, en su computadora,* que puede conectar a un televisor o a su pantallota de plasma, y ver cualquier día, a cualquier hora, la ópera que usted elija —con subtítulos, y desde 2006 en HD— de un repertorio de cerca de mil videos que contiene el archivo.
O compre su ópera favorita en video y véala en casita, ponga pausa cuando necesite hacer una escala técnica o ir por una botanita.
Ya lo sabe. No hay pretextos —ni de precios o de vestuario— para no “ir” al Metropolitan Opera House. A mí sólo me falta ahorrar lo suficiente para, la próxima vez, comprar boletos en Orchestra Seat y beber champaña en el intermedio, mientras paseo por la enorme y sinouosa escalinata alfombrada en rojo, bajo el espectacular candil Sputnick que lanza centenares de destellos y entre los murales de Marc Chagall.
*Al momento de publicar esta crónica, ya también se puede descargar en IPad.
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