Obama trata de justificar el espionaje telefónico
Bernardo González Solano
La novela 1984 —publicada en 1949—, escrita por el famoso autor británico George Orwell (seudónimo de Arthur Eric Blair, nacido en la India en 1903 y muerto en Londres en 1950), es una advertencia literaria contra los peligros de una sociedad totalitaria.
Winston Smith, el personaje cental de la creación orwelliana es un insignificante miembro del partido que gobierna en Londres; todos sus movimientos son monitarizados por telepantallas. Se mueva a donde se mueva es observado por el omnisciente líder del partido The Big Brother: “el gran hermano”.
El partido trata de erradicar cualquier posibilidad de rebelión política mediante la eliminación en el lenguaje de todas las palabras que se refieren a ella, y crea un neoidioma expurgado: el crimental o pensamiento criminal (entendiendo por tal los pensamientos de rebeldía, ahora podían ser “conspiraciones terroristas”) es ilegal.
Winston trabaja en el Ministerio de la Verdad y su labor consiste en deformar los datos históricos en beneficio del partido, es decir, del gobierno. Razón por la cual se siente frustrado y oprimido por las incesantes prohibiciones relativas al pensamiento libre, el sexo y la individualidad… Al final, Smith debe renunciar a lo que más quiere para recobrar su libertad; lo hace con el espiritu roto y con una completa sumisión al partido.
1984 apareció apenas cuatro años después del estallido de sendas bombas atómicas sobre ciudades japonesas; lanzamiento ordenado desde la Casa Blanca en Washington.
El diario británico The Guardian
Hoy el miedo se apoderó del último gran imperio, lo que permitió que se aprobaran leyes especiales ¿Quién es más big brother: George W. Bush o Barack Obama?
En la secular batalla entre la seguridad y la libertad, esta última muy pocas veces gana. Incluso en un régimen democrático, el poder es en general sostenido por la opinión pública cuando da la prioridad a la seguridad sobre la libertad. Las democracias deben encontrar, y de mantener, un punto de equilibrio entre estas dos propósitos: hacer factible la seguridad de los ciudadanos y garantizar sus libertades.
Algo fundamental está en juego en lo que debate Washington después de que ha mantenido —en forma legal pero sin enterar a la ciudadanía— la mayor operación de vigilancia electrónica que el pueblo de Estados Uunidos haya sufrido en su historia.
Acorralado por la escandalosa discrepancia entre sus promesas de campaña y sus hechos presidenciales, Obama saltó a la palestra para defender lo indefendible: los secretos programas de vigilancia de las comunicaciones del gobierno, porque así lo decidió él, aunque los implementó su antecesor, George W. Bush.
La Agencia Nacional de Seguridad, el más poderoso de los servicios de información americanos, escucha sin vergüenza las comunicaciones telefónicas de millones de ciudadanos, amparada en un mandato judicial confidencial dado a conocer por el periódico británico The Guardian.
Merced a la autorización del 25 de abril pasado por el juez Roger Vinson, presidente de la Corte Secreta para la vigilancia de la información extranjera por petición de la FBI, la compañía de teléfonos móvil Verizon, la segunda del pais después de AT&T, debe transmitir a los servicios de información los números de los teléfonos de los que llaman y de los que reciben la llamada, así como la duración de sus conversaciones, durante tres meses, hasta el 19 de julio próximo.
Opina The New York Times
El descubrimiento de los registros telefónicos y el rastreo de correos electrónicos, chats o fotos en todo el mundo, acabó de decepcionar a muchos de los más entusiastas seguidores de Obama. The New York Times lo dijo rotundamente en un editorial: “Ya no se puede confiar en él”. En la televisión y en las redes sociales, las críticas, tanto de izquierda como de derecha, han sido las más abundantes; y no pocos titulares lo llamaron: “George W. Obama”. Más claro ni el agua.
De hecho, el problema de la supremacía del poder militar y todo lo que conlleva el proceso de inteligencia en la aplicación de las políticas públicas en Estados Unidos tiene un largo expediente. Hace más de medio siglo, Dwight David Eisenhower advirtió del peligro representado por el creciente “complejo industrial-militar”, frase que inmediatamente se incorporó al lenguaje cotidiano.
“La absoluta influencia —económica, política, incluso espiritual— se advierte en cualquier ciudad, en cada oficina de gobierno local o federal… Debemos estar alerta frente al peligro que puede representar para la política de gobierno convertirse en cautiva de la élite científica tecnológica”, decía Eisenhower.
Eisenhower se mostró precavido respecto del poder del Pentágono y de las compañías que trabajan para la Defensa que habían crecido enormemente a su alrededor. Ahora, su predicción puede aplicarse al ejército de empleados federales que trabajan en el análisis de datos y los centenares de compañías programadoras contratadas. Solo en cuestiones de inteligencia, el gobierno gasta anualmente 80 billones de dólares, que es mucho más que los presupuestos de defensa de un puñado de países.
También The Washington Post
De acuerdo al reportaje “Top Secret America” de The Washington Post publicado en 2011, diariamente 854 mil empleados, personal militar y contratistas, escanean en las oficinas de alta seguridad para hacer trabajo de inteligencia. Más de 55 mil de ellos sirven a la Agencia Nacional de Seguridad, el centro oculto que reúne datos confidenciales de las llamadas telefónicas domésticas.
Distribuidos a lo largo de un archipiélago de edificios federales en Virginia, Maryland y Washington, trabajan anónimamente en lo que podría llamarse el complejo más grande de inteligencia del país.
Es sarcástico que este espionaje indiscriminado —por más legales que algunos de sus aspectos puedan resultar a la luz de la tenebrosa Ley Patriótica, aprobada a las volandas en el huracán emocional surgido por los atentados del 11-S de 2001— haya permanecido en secreto con el consentimiento de un Obama que llegó a la Presidencia prometiendo combatir los excesos autoritarios de su antecesor en el cargo. Un Obama cuya credibilidad se derrumba y que nunca habría informado a sus electores de no verse forzado a hacerlo por revelaciones periodísticas fuera del país.
La nueva Garganta Profunda
Para redondear lo publicado, el propio The Guardian, el domingo 9 junio entrevistó a Edward Snowden, de 29 años de edad, empleado de una empresa subcontratada por la Agencia de Seguridad Nacional, quien declaró ser la fuente que filtró a este periódico y a The Washington Post la información sobre los programas de vigilancia masiva de las comunicaciones por parte del gobierno estadounidense. El joven afirmó que facilitó esta información porque no le parecían correctas las prácticas de la administración y quería que los ciudadanos supieran lo que se hace en contra de su privacidad. El analista se identificó 24 horas después de que el principal responsable de la inteligencia nacional, James Clapper, anunciara que solicitaría al Departamento de Justicia una investigación criminal sobre el responsable de las filtraciones.
Según The Guardian, fue el propio Snowden el que pidió revelar su identidad. La entrevista con el analista infidente se hizo en Hong Kong, donde se encuentra ahora desde hace tres semanas después que trabajara en las oficinas de la Seguridad Nacional en Hawai. Para viajar, pidió dos semanas de vacaciones por problemas de salud.
Snowden declaró: “No tengo ninguna intención de esconderme porque sé que nada de lo que he hecho es incorrecto… No puedo permitir que el gobierno destruya la privacidad y libertades fundamentales… La Seguridad Nacioanl ha construido una infraestructura que le permite interceptar prácticamente cualquier tipo de comunicación. Con esas técnicas, la mayoría de las comunicaciones humanas se almacenan sin un objetivo determinado”.
Obama defendió la legitimidad y eficacia de los programas de vigilancia descubiertos por Snowden, asegurando que “habían prevenido muchos ataques terroristas”.
El mandatario estadounidense fue tajante en sus declaraciones antes de recibir en el Rancho Mirage en California a su visitante el presidente de China, Xi Jinping, a la hora de señalar que ninguna de esas prácticas habían puesto en peligro la privacidad de sus conciudadanos.
Snowden no espera poder regresar a su patria sin ser detenido. “Cuando decidí hacer esto, acepté el riesgo de acabar en prisión. No puedes enfrentarte al país más poderoso y no tener en mente esa posibilidad. Si te quieren pillar, lo van a hacer… no pienso esconderme, no voy a dejarme intimidar por el gobierno… Pienso pedir asilo en alguno de los países que creen en la libertad de expresión y se oponen a minar la privacidad a nivel mundial. Me siento muy satisfecho y no tengo ningún remordimiento. Creo que ya han empezado a cambiar las cosas. Ahora todos son conscientes del grado hasta el que han llegado las cosas”.
Otro Bradley Manning, cuya suerte todavía no se ha definido. En tanto, The Big Brother te vigila