No hay certidumbre en los institutos electorales
Alejandro Zapata Perogordo
Hay dos cosas en esta vida que se obtienen a través de las acciones: la confianza y el respeto. Ninguna de las dos se gana por sí sola, se requiere de lealtades, congruencia, honorabilidad, de actuar conforme a principios y procurando ser justo.
Esto no solamente va para las personas, también se refleja en las instituciones, tanto por quienes se encargan de su funcionamiento, como por quienes deben recibir los servicios. Si los que están dentro de una entidad pública no la respetan, los que están afuera menos, y eso trae como nefasta consecuencia el debilitamiento de las instituciones.
Tal parece que ese fenómeno va creciendo día con día. Ya nadie confía ni en las instituciones ni en los políticos, además esta situación se extiende a los medios de comunicación, que también pasan por una crisis de credibilidad, ahora todo mundo prefiere conocer la información por las redes sociales.
Es una situación seria, a la que se debe poner atención. Baste ver lo ocurrido con los gobiernos estatales; Mario Marín, Fidel Herrera, Rubén Moreira, Ulises Ruiz y ahora Andrés Granier, por señalar sólo a algunos, que han sido demasiado evidentes, más otros que aún se encuentran en funciones, manejando las administraciones como verdaderos virreyes.
No solamente hubo manejo discrecional de las finanzas públicas, sino que la lucha por el poder y la conservación de las prebendas hizo que vulneraran una de las instituciones que mayor credibilidad tenía: los institutos electorales locales. En su afán de dejar sucesor a efecto de servir como tapadera, les era indispensable cooptar a los árbitros de las contiendas. Lamentablemente esos institutos han perdido altos índices de credibilidad y, sin duda, de confianza ciudadana.
La idea madre consistió en que fueran los propios ciudadanos los encargados de organizar y conducir los procesos electorales, poniendo al frente a personas de reconocido prestigio y honorabilidad. Ahora es común observar los pleitos y las controversias suscitadas por los puestos de la burocracia electoral, donde la mano de los gobernadores es la encargada de dar el visto bueno.
Estamos inmersos en 14 procesos electorales y nunca se había visto que, en prácticamente en todos los estados en elecciones, se hubiese cuestionado tan duramente a los órganos encargados de los procesos, por su falta de imparcialidad. Tampoco hemos conocido que alguien saque la cara por ellos y menos aún que ellos mismos realicen acciones para obtener la confianza ciudadana.
Por el contrario, cada vez se suman más voces solicitando su desaparición.
Lo único que mantiene a los ciudadanos es la esperanza. No se confía en los institutos electorales, lo mismo pasa con los gobiernos, inclusive el federal que el nivel de aprobación sigue siendo bajo, la procuración y administración de justicia, tampoco le parece confiable, más bien, selectiva, y de los policías, ni hablar, se les considera de lo peor que existe.
Así las cosas, se necesita enderezar el rumbo y ganar la confianza y credibilidad de la gente.
