Pendientes, las reformas más importantes

 

No nos falta valor para emprender

cosas difíciles;

son difíciles porque falta valor para emprenderlas.

Séneca Anneo

 

José Fonseca

Abrumados por las rencillas internas y en las electorales, la mayoría de la clase política parece optar por diferir la discusión de las reformas estructurales más importantes: la energética y la hacendaria.

Pasadas las elecciones del próximo 7 de julio, no podrá diferirlas más, a menos que, como en el pasado reciente, los malos humores se impongan y se resigne al estancamiento permanente de la economía, lo cual equivale a apostarle a que la desigualdad y la pobreza se conviertan en mal crónico.

La reforma energética empieza a ser urgente, porque el contexto internacional está en transición, y el geopolítico —como lo dejó bien claro la gira del mandatario chino Xi Jinping— se acerca a una suerte de sorda guerra fría entre la primera y la segunda economía del mundo.

A México le urge la modernización del sector energético, fundamentalmente la de Petróleos Mexicanos, atrapado en las inercias presupuestales y las visiones cortoplacistas de la última década.

Sin embargo, los cambios en el sector energético pueden hacerse sin necesidad de poner en pie de guerra a los partidarios del “o bien vendido o bien podrido” que pretenden mantener a Pemex atrapado en un pasado que ya se fue, para sorpresa de los que esgrimen el nacionalismo como argumento.

Es la reforma hacendaria la que representa el mayor reto para el gobierno de Enrique Peña Nieto y para los legisladores de su partido, y, aunque en menor medida, para los partidos de oposición, especialmente para la izquierda.

Una reforma hacendaria que ponga orden en un sistema fiscal disperso y caprichoso sólo se conseguirá con el respaldo absoluto de los legisladores priistas y de los de la oposición, porque ordenar el sistema fiscal significa tocar intereses económicos, los más poderosos.

A nadie le gusta pagar más impuestos, pero sobre todo, a ninguno de los más poderosos intereses económicos les gustará que por alguna razón se les reduzca un porcentaje de sus ganancias, por pequeño que sea dicho porcentaje.

Ni siquiera quieren escuchar el argumento de que la reducción mínima de sus ganancias será temporal, porque las ganancias se multiplicarán cuando el país empiece a crecer a tasas anuales constantes de cinco o seis por ciento.

Ésa será la gran batalla para el gobierno de Peña Nieto y para los partidos políticos. Sabremos entonces si los legisladores, tan duchos para declarar, podrán resistir las formidables presiones que se dejarán sentir en el Congreso ante cualquier reforma hacendaria, por descafeinada que sea.

Sabremos de qué están hechos. Y sabremos también si las visiones de corto plazo se impondrán a la necesidad de ampliar los horizontes de la república y, sobre todo, los horizontes de prosperidad a mediano y largo plazo para más de 114 millones de mexicanos atrapados en el círculo vicioso de la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la informalidad. No hacerlo no es un crimen, es un error histórico.

jfonseca@cafepolitico.com