Los cauces se han desbordado
Mireille Roccatti
Las protestas de los jóvenes deben entenderse en su contexto histórico, y no resulta aceptable satanizarlos por los excesos en que pudieran incurrir; sin embargo, en los eventos recientes, cuando los estudiantes de la ciudad de México que se manifestaban en apoyo de sus compañeros de la Universidad de Nuevo León fueron duramente reprimidos por un grupo paramilitar organizado desde el poder, presenciamos otro episodio de violencia irracional injustificable.
Los jóvenes expresan su natural inconformidad contra el statu quo que rige las relaciones y el ejercicio de poder en los núcleos sociales. La generación del 68 —a la cual pertenezco— protagonizó una rebelión juvenil contra todo signo de autoridad: drogas, música, indumentaria y liberación de las conductas sexuales.
Otra corriente, preocupada por la injusticia y la desigualdad social, encausó su inconformidad a transformar el poder político a través de la Revolución, apoyando movimientos obreros y populares. Un grupo se decidió por la guerrilla rural y urbana y otros encausaron su lucha por los cauces institucionales, que ante su rebeldía el gobierno presidencialista de la época decidió abrir; la apertura democrática materializada mediante una reforma política en 1977, conducida por don Jesús Reyes Heroles, que produjo la legalización del Partido Comunista, ahora PRD.
La lucha por la democratización del sistema político ocasionó que procesáramos una transición a la mexicana que ha arrojado reformas que produjeron la ciudadanización de los órganos electorales —que se pervirtió en el camino— sucesivas actualizaciones de la normatividad electoral y que finalmente posibilitó las dos alternancias.
En ese contexto abordamos las manifestaciones de algunos grupos juveniles, principalmente en la ciudad de México, que en algunos casos reivindican su pertenencia al anarquismo, caracterizados por sus prácticas vandálicas, encapuchados y protagonizando incidentes violentos como los del primero de diciembre de 2012, las ocupaciones de planteles de la Universidad de la Ciudad de México, de la UAM, la ocupación violenta de la Torre de Rectoría de la UNAM y finalmente la del pasado 10 de este mes de junio. Imposible que a estos grupos se les reconozca una militancia anarquista inspirada en Bakunin, Kropotkin, Proudhon, Malatesta o los hermanos Flores Magón, por mencionar algunos ideólogos de esa corriente de pensamiento.
Lo que presenciamos es simple y llanamente violencia irracional, que hoy se califica de vandalismo, en recuerdo de las tribus germánicas que invadieron Europa en el siglo V y acuñado para caracterizar conductas de violencia demencial. El Estado no puede ser indiferente a tal agresión contra la autoridad responsable de mantener la paz pública. Es posible entender el miedo a ser catalogado como represor, pero el gobernante no puede permanecer impasible. Los cauces se han desbordado. La violencia engendra más violencia.