Se buscan ganancias rápidas al menor costo

Julio A. Millán B.

La crisis de 2007-2008 ha afectado de manera drástica a las economías desarrolladas, situación que muestra más signos de que se agudice a que se resuelva. Ello las ha obligado a implementar una amplia gama de medidas para contrarrestar la turbulencia financiera y sus efectos negativos en la actividad productiva, que, dicho sea de paso, ha perjudicado a economías dependientes de su demanda como la mexicana. Una de las más destacadas acciones, por sus efectos, ha sido la política monetaria expansiva que se ha implementado por parte de los Bancos Centrales de las economías líderes más afectadas.

El volumen de los recursos inyectados no tiene precedente, medidos ya sea en cantidades estratosféricas de dólares, libras, euros o yenes o en el tamaño del balance de los bancos centrales con respecto al PIB. Por ejemplo, en octubre de 2012, la Fed aprobó su tercera medida de inyección mediante la compra de 40 mil millones de dólares de deuda hipotecaria y bonos del Tesoro cada semana. Ello sumado a las dos medidas anteriores realizadas en 2009 y en 2010 por 1.75 billones y 600 mil millones respectivamente han provocado que el balance de la Fed se haya incrementado hasta alcanzar el 20 por ciento del PIB. El BoE ha también inyectado recursos similares equivalentes al 15% del producto inglés.

Cabe destacar, sin embargo, que esta liquidez no ha llegado a las personas ni a las empresas en los países avanzados vía préstamos, sino que los bancos y los especuladores han preferido desviar sus carteras de inversión hacia activos más riesgosos pero con mayor rendimiento, y se han dedicado a comprar bonos gubernamentales y otros activos privados en economías emergentes, donde las tasas de interés se han vuelto atractivas en comparación con el nulo rendimiento que ofrecen sus países de origen. Esta euforia financiera se ha convertido en un casino global en donde las fichas de los capitales especulativos se mueven en el tablero de los mercados más rentables buscando ganancias rápidas al menor costo, asumiendo una aversión al riesgo alta.

México es uno de estos países que han recibido enormes cantidades de recursos del extranjero, vía la inversión de cartera, la tenencia de bonos del gobierno por parte de extranjeros y el endeudamiento de las empresas, sobre todo bancos, del país. Tan sólo en el primer trimestre de este año ingresaron 13 mil 918 millones de dólares por inversión extranjera de cartera (mientras que la inversión directa fue de apenas 4 mil 987 millones); la deuda del sector privado se incrementó en 16 mil 855 millones de dólares y la tenencia de valores gubernamentales en manos de extranjeros equivalió en marzo a un billón 895 mil millones de pesos, volumen que ha crecido a un ritmo de llamar la atención.

Para los optimistas, esta entrada de capitales es signo de la confianza del sistema financiero internacional en la fortaleza de la economía mexicana. Para los menos, estos flujos son capitales golondrinos que sólo desestabilizan al tipo de cambio, generan burbujas de activos, inflan los precios de los commodities.