Henry Kissinger acaba de cumplir 90 años. Sería interesante que el gobierno mexicano se acercara a uno de los políticos que más conocen las entrañas políticas del Dragón antes de que fallezca. No sólo para preguntarle hacia dónde va ese país sino cómo y a través de qué métodos pretende convertirse en una primera potencia económica.
El mismo exsecretario de Estado norteamericano —uno de los más poderosos que haya existido en la historia de Estados Unidos— ha escrito que China es un país singular y que todos aquéllos que pretendan entender su diplomacia o su papel en el mundo en el siglo XXI tienen que empezar valorando el concepto que tienen de ellos mismos.
Según Kissinger e historiadores especializados en el tema, la tradición milenaria sigue pesando en el pensamiento político de la nueva generación de dirigentes. Se trata de un país que se ha definido, desde sus orígenes, como el centro del universo, como el zhongguo, el país central, el imperio que concibe y ejerce el poder a partir de una concepción eminentemente centralista.
Su ADN imperial quedó confirmado durante la cena que ofreció el presidente Enrique Peña Nieto al primer mandatario Xi Jinping. Según algunos comensales, los funcionarios chinos no podían dar crédito a que Xi Jinping aceptara bajar de la mesa principal para que —a invitación de Peña Nieto— se mezclara con los empresarios y demás invitados para saludarlos.
La decisión de inaugurar una nueva etapa en la relación con un país que está a punto de compartir con Estados Unidos el primer lugar en poderío mundial constituye, sin duda, un acierto. Sin embargo, México no debe actuar con ingenuidad y menos repetir las condiciones de desigualdad que hoy existen en tratados como el de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
El Dragón está listo para devorar el mundo y los gobiernos tendrán que recurrir a ciertas armas que permitan, cuando menos, mitigar el fuego que sale de sus poderosas fauces.
China sí, pero no a solas. Uno de los principales ejes que conforman la política exterior del presente gobierno es la recuperación del liderazgo dentro del ámbito latinoamericano. Se antoja que México, junto con Brasil, Chile y Argentina como líderes deben conformar un bloque latinoamericano para equilibrar la presencia que dentro de muy poco tiempo va a tener China en la región.
De otra forma, nuestro país no va a poder por sí solo equilibrar la desproporcionada balanza comercial. China, por ejemplo, es un gran consumidor de soya, de otros cereales y oleaginosas que México no puede proporcionarle, simple y sencillamente porque hemos dejado de producirlos para convertirnos en meros importadores.
Durante la visita de Xi Jinping se firmaron 14 memorandos de entendimiento. En uno de ellos, México se compromete a reconocer y aceptar la definición de “una sola China”, condición sine qua non para evitar dañar la relación comercial.
Aunque la causa del Dalai Lama y su lucha por recuperar el Tibet de las garras del Gigante Asiático deba verse —por razones de conveniencia o pragmatismo— como un asunto exclusivo de los chinos, lo cierto es que ese tipo de condicionantes alerta sobre un estilo de diplomacia más agresiva que la norteamericana.
China además busca utilizar ventajosamente a otros países para resolver los problemas internos que tiene. Según la CIA y la ONU, esa nación cuenta, aproximadamente, con 100 millones de pobres. Cuando Xi Jinping asumió el cargo, apenas el pasado 13 de marzo, se comprometió a erradicarlos en un máximo de dos años.
En fin, que no se menosprecie la idea de visitar a Kissinger. De algo servirá escuchar a quien conoció a los líderes de la China moderna, a los inventores de ese país singular dispuestos —como se lo dijo Zhou Enlai— a “hacer temblar al mundo”.