Ricardo Venegas

Ignacio López Guerrero es actor y director de teatro dentro de los espacios de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) desde 1982 e imparte clases de teatro desde 1984. Es cofundador del CCU (1985), colaboró en el Festival Nacional de Teatro En el nido del águila, en Cuautla, de 1987 a 1997. En su prolífica trayectoria destaca su participación en diferentes muestras estatales, regionales, nacionales e internacionales (Festival Internacional de Teatro de La Habana Cuba, televisión cultural alemana y National Geographic, entre otros). López Guerrero elabora una investigación sobre el teatro morelense universitario de los últimos años y sobre esta labor charlamos con él: —Parto de 1975. Es importante rescatar la historia reciente porque, no sé si es la influencia de los medios electrónicos y, por otro lado, paralelamente, el deterioro que tenemos en el sistema educativo, o ambas cosas, hacen que el pueblo mexicano de hoy sea un pueblo sin memoria. La investigación del teatro morelense nos dice que hay algunas personas avecindadas en Cuernavaca que hacen teatro y pareciera que el teatro de Morelos fuera a partir de lo que ellos hacen, y no. Ignoran el trabajo en el desaparecido Instituto Regional de Bellas Artes (el IRBAC), así como en la UAEM. Y esto es nada más a partir de lo que se hace en Cuerna­vaca, pues el estado es mu­cho más; ha­blamos de 33 municipios. Entre los años setenta y ochenta en la ciudad de Cuautla llegó a haber, por lo menos, cinco grupos haciendo teatro simultáneamente, que no es decir cualquier cosa. En 1975, por ejemplo, en la UAEM, Pablo López del Castillo estrena Esperando al zurdo, de Clifford Oddets, continuando el trabajo que venía realizando el maestro Téllez y, por otra parte, arrancan lo que fueron las primeras tandas culturales de la Feria de Tlaltenango, que organizó en ese entonces el párroco de ahí, Baltazar López Bucio, en donde se llegaron a presentar personajes que ahora están plenamente reconocidos y que tienen un cartel internacional. Entre ellos —no gente de teatro, sino del canto nuevo, como se le llamó en su momento—: Eugenia León, Tania Libertad, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, por ejemplo. Estuvo Óscar Chávez, la desaparecida Amparo Ochoa y artistas locales. También por esos años Javier Aspe dirigió Romeo y Julieta de Shakespeare, la cual presentó en la capilla abierta de la Catedral, y Paco Anguiano montaba “El cuento del zoológico” de Edward Albee; entre otros hacedores Humberto Martínez, de manera independiente, impartía talleres de teatro. Es importante que esto quede más ampliamente registrado. —¿A qué se debe el olvido en que se lleva a cabo el teatro en cuanto a las fechas y sucesos históricos? —Son varios factores: por ignorancia, por carecer de tradición humanista, por la iniquidad con la que se comportan las instituciones y los teatreros también. Por otra parte, los lenguajes se van renovando, me parece que hasta mediados de los ochenta hacíamos un teatro sumamente formal; el trabajo más célebre del “Grupo Zero” fue eso, la creación colectiva llamada “En la tierra del nopal”, un trabajo muy interesante que marca un hito en la historia del teatro mexicano, porque ahí confluyen dos de las grandes tendencias en el quehacer teatral, por un lado lo que llamaríamos el teatro aristotélico, es decir, un teatro donde podemos identificar muy bien la exposición, el desarrollo y el desenlace, una historia, que está hecho de manera tradicional o, por otro, la vertiente de lo que llamaríamos el teatro épico, a partir de Bertolt Brecht, que recoge la manera en que hacían teatro las órdenes mendicantes desde el medioevo con un objetivo didáctico, y entonces él crea lo que se llama distanciamiento, donde hay un corte, el actor habla directamente con el espectador para decirle que yo soy el actor fulano de tal y no tengo nada que ver con el personaje de la historia que estoy representando, como una forma de que no sólo participe la parte emotiva, sino también la reflexiva o intelectiva del espectador. En los años setenta en América Latina surgió el Teatro de Agitación y Propaganda, en este trabajo el “Zero” hace una investigación de cuáles serían las fuentes de lo que se llamó el teatro popular en México, en particular lo que se dio en llamar el “Teatro Carpero”, que tiene sus antecedentes en el teatro de Género Chico o de revista política, que comenzó a gestarse desde la época porfiriana, cuyo auge ocurre durante la Revolución, prolongándose hasta la década en donde había mucha presencia de lo musical, es decir, se cantaba, se bailaba y se hacía sátira política, entonces, fuera de eso, con todo y que, por ejemplo, en los años sesenta en México hubo la influencia de nuevas corrientes teatrales que comenzaron a surgir en Norteamérica, en Europa estas dos tendencias incorporaron al que luego se llamó “El Teatro de las fuentes”, es decir, algo que estaba planteando Antonin Artaud desde mediados del siglo pasado.