Cambios y transformaciones de fondo
Mireille Roccatti
El país requiere cambios y transformaciones de fondo, requiere de reformas trascendentales que hemos venido posponiendo por décadas como la hacendaria-financiera, necesitamos ajustar el modelo de desarrollo económico para concretar en los hechos la reversión de la indignante desigualdad social a fin de superar de una vez y para siempre la retórica inveterada contra la pobreza y concretar políticas públicas que eleven las condiciones de desarrollo humano del grueso de los mexicanos.
Ese que debiera ser el objetivo principal de todos, especialmente de la clase política en su conjunto y de los partidos políticos en especial, se posterga nuevamente para procesar otra vez, una nueva reforma política, que por lo que se conoce, es un nuevo ejercicio tendente a mantener privilegios, prebendas y canonjías de los mandarines dueños de los partidos.
El estudio en sus méritos de las propuestas de “reforma política” de los pactistas y de los senadores aliancista que se oponen a sus dirigencias, desnudan su verdadero leit motiv, que básicamente es su supervivencia política coyuntural; en el caso de los pactistas frente a sus adversarios internos que cuestionan su participación en el mismo y del senadores panistas- perredistas frente a sus dirigencias partidistas que les exigen disciplina interna.
Lo deseable idealmente es que las propuestas paralelas fueran de tal naturaleza que entre ambas se enriquecieran y de tal simbiosis pudiera concretarse una reforma tal, que por fin nos olvidaríamos de los sexenales parches recurrentes que cíclicamente buscan poner candados para evitar violaciones a las normas electorales que se han vuelto practicas usuales de las formaciones político partidarias, ante la ausencia de sanciones como perdida de registro o anulación de las elecciones.
México, ante esta disyuntiva merece una verdadera reforma para avanzar por la senda democrática, esa “larga marcha” de la democratización iniciado en los años sesentas y que ideológicamente se ha ido tiñendo de adjetivos como “transición democrática” o “reforma del estado”. El punto de arranque pudiéramos situarlo en los diputados de partido y a base de “reformas, reformones y reformitas” sin duda hemos ido avanzando, prueba de ello es la alternancia del año dos mil y la última que permitió el regreso del PRI al poder, ante el enojo de los autoerigidos santones de la democracia, que no digieren el sentido del voto popular”.
La verdad es que la democracia representativa se ha agotado en nuestro país y en todo el mundo, que los cambios deben ir por el lado de la democracia participativa, que se requieren transformaciones, que se realicen con imaginación y audacia como la tuvieron en su tiempo, un Jesús Reyes Heroles, un Adolfo Christlieb Ibarrola o el recién fallecido Arnoldo Martinez Verdugo.
El debate respecto del contenido y alcance de la reforma, debe ser serio, nacional, plural, incluyente y verdadero. Sería un grave error repetir consultas simuladas para legitimar las ocurrencias y propuestas de los actores políticos a las que nos tienen acostumbrados, que consisten en intercambiarse entre ellos las medidas que estiman los favorecen. Es momento de discutir la amplitud del poder del ejecutivo y los verdaderos alcances del legislativo. Si es en serio podemos modificar el régimen, para encarar el Siglo XXI.