Ernesto Cordero, Gustavo Madero y Felipe Calderón pasarán a los anales del PAN como sus más leales y pertinaces sepultureros.
Ni el cristianismo que dicen profesar y defender, ni el humanismo fundacional de su doctrina, ni la vocación democrática que supuestamente los diferencia del PRI les ha impedido caer en un vergonzoso espectáculo que no tiene parangón en la historia de los partidos.
La pérdida de la Presidencia de la República los enfermó, aunque tal vez enfermaron como consecuencia de haber llegado al poder sin preparación alguna. Llegaron, se extasiaron y enloquecieron.
La denuncia hecha por el senador Javier Corral sobre el trasfondo de la rebelión en la bancada panista desenmascara a una familia política que con Felipe Calderón y los hermanos Zavala a la cabeza se dedicaron a saquear el país.
Saber que el cuñado del exmandatario, Ignacio Zavala, recibía 100 mil pesos mensuales en el Senado por una asesoría que nunca dio, no sorprende. Más bien corrobora el provecho que sacaron y siguen obteniendo del erario los parientes de Calderón.
De tal forma que tampoco es noticia que la verdadera razón por la cual Ernesto Cordero se oponía a dejar la coordinación de su grupo parlamentario no era por dignidad, sino por evitar perder el control sobre los 206 millones de pesos que se asigna a su bancada, que utilizaba para favorecer los intereses del calderonismo y de él mismo.
En este contexto no hace falta ser adivino para advertir que el PAN va a perder Baja California en las elecciones del próximo 7 de julio.
Los resultados en la entidad van a estar influidos por los siguientes factores: primero, por los malos resultados económicos. De los más de 3 millones de habitantes que existen en Baja California, hay 1 millón y medio de pobres.
En segundo lugar, por la inseguridad. En 2011, Tijuana fue incluida por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal en la lista de las 50 ciudades más peligrosas del mundo.
En tercer lugar, por los escandalosos casos de corrupción que hoy ocupan tanto a la dirigencia nacional del PAN como al gobernador del estado y a sus antecesores.
El tiempo ha venido a demostrar que los panistas no son —como ellos aseguraban— inmunes a la corrupción, y que cuando llegan a ocupar un cargo dentro de la administración pública convierten ese cargo en un verdadero trampolín olímpico para hacer millonarios negocios personales. Saltan a la alberca del dinero sin pudor y rezándole a Jesucristo para que nadie los vea.
Y el cuarto factor que llevaría a la derrota a Francisco Kiko Vega de Lamadrid —candidato azul a la gubernatura de Baja California— es, ya no la guerra, sino el holocausto que hoy se vive el PAN.
La guerra de tuits entre Zavala y Corral fue una lucha entre cavernarios destruyendo a mazazos, sin conciencia ni piedad, las columnas del PAN. Lo más notable es que no hubo autoridad panista que interviniera, lo que deja ver dos cosas: que Acción Nacional está desmantelado o, bien, que nunca ha sido partido.
Mucho se dijo que el PAN quería negociar con el PRI para quedarse con la gubernatura de Baja California a cambio de su permanencia dentro del Pacto por México.
Hoy, eso es imposible. ¿La razón? Porque con los muertos no se puede hacer ningún tipo de trato. No se puede acordar, firmar o convenir nada. Madero está políticamente muerto, al igual que Cordero y el senador Jorge Luis Preciado que lo sustituyó. Ellos mismos cargaron las palas, abrieron la fosa y se metieron en ella.
Lo que hoy vive el PAN es algo similar a la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo. En ese partido, sólo hay fantasmas, almas en pena. Calderón los convirtió en espectros.