Tomar posiciones, medir distancias y calcular espacios

 

 

 

En buena hora por

Siempre! y por Beatriz Pagés.

 

José Elías Romero Apis

Los tiempos preelectorales son propicios para el escándalo. Con ello se pretende la instalación de una estrategia no para ver quién gana sino para ver quién pierde. Decía lord George G. Byron que un Estado se construye en mil años, pero puede ser suficiente uno solo para disolverlo. Esto lo recordamos porque, en la actualidad mexicana, existe la persistente tentación por confundir los episodios con los temas de carácter colectivo.

Varios factores están confluyendo para hacer que los problemas de la nación pasen de lo público a lo conspicuo. De allí a lo espectacular. De allí a lo estridente y de allí a lo escandaloso. Uno de esos factores es la seducción por sobrepenalizar los temas de la vida nacional. La inconveniente rutina de medir nuestro acontecer colectivo con el Código Penal. La noticia roja ascendida a editorial. Al final de cuentas, una amenidad peligrosa. Riesgos incalculables los de convertir a la nación en una reja de prácticas. De trocar el debate nacional en un careo colectivo. De someter la vida de todos los mexicanos a un status de libertad provisional.

No se pretende, desde luego, restar la importancia que contienen eventos tan espinosos como los superfraudes, la macrodelincuencia y tantas atrocidades criminales que nos han herido. Pero sí es necesario reaccionar en la justa medida de los acontecimientos y en su apropiado sentido.

De allí que muchas cuestiones con naturaleza técnica y política de alta complejidad se hayan vuelto lugar común, donde todos nos ufanamos como expertos consejeros y nos erigimos en infalibles juzgadores.

Sin embargo, todo tiene un costo y un pagador. Dicen los norteamericanos que no hay nada gratis   ¾there’s not free lunch¾   y el costo de dicha capitalización muchas veces lo paga la sociedad entera a partir de soluciones tardías o inútiles. El diferimiento o la complicación de un asunto muchas veces produce daños que de otra manera no se hubieren generado o que, por lo menos, hubieren sido una dimensión mucho menor.

Son, estas, estrategias que hoy son recurrentes en muchas democracias y que tienden a entorpecer, a obstaculizar, a distraer y a aletargar la función de gobierno. Es decir, a ganar terreno para el desgobierno. Por si fuera poco, o quizá por eso mismo, hay voces que proponen someter a una revisión integral y, consecuentemente, a un rediseño total la organización política mexicana.

Muchos de los apuntamientos en este sentido, muestran una tendencia a reducir las potestades públicas o, cuando menos, a amarrarlas a un ejercicio multitudinario. Por eso se habla de mayores controles, de referéndums y hasta de un desplazamiento del poder generando, con ello, una especie de régimen parlamentaroide. Una tendencia de esta naturaleza puede llevar a una disminución relativa de la acción de gobierno.

Ese es uno de los desafíos fundamentales que tendrá que enfrentar el presidente Enrique Peña. Tomar sus posiciones. Medir sus distancias. Calcular sus espacios. Tener en cuenta que hace un año ganó la elección pero que, ahora, tendrá que ganar la gobernabilidad.

 

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