Gabriel Fernández Espejel
El gobierno de Mali alcanzó un pacto con los rebeldes Tuareg del norte, que elimina los escollos para la realización de las elecciones para el mes de julio. El acuerdo supone el fin a las hostilidades y permite el regreso de las tropas oficiales y de la administración civil a la región norte, en especial a la ciudad de Kidal -último bastión de los insurgentes-, a fin de que se garantice la votación de la población en todo el país. Kidal fue retomada por los rebeldes islamistas de manera inmediata tras la salida de las fuerzas militares francesas
El gobierno de Mali firmó el acuerdo de paz con el grupo Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), mismo que fue celebrado por la ONU, la Unión Europea y Francia. Sin embargo, el pacto no supone el fin de la rebelión ni su rendimiento, por el contrario los tuareg afirman que éste les permite conservar las armas en su poder. Los acuerdos de paz, dicen los rebeldes, están sujetos a la negociación con el gobierno resultante que pueda dar salida a sus demandas, la primera de ellas que se reconozca la autonomía de la región norte del país, la que llevan buscando por más de 60 años.
Las elecciones están programadas para el 28 de julio, para lo cual la ONU planea desplegar más de 12 mil miembros de las fuerzas de paz en Mali, que se sumarán a las fuerzas armadas del oeste de África ya instaladas en el país.
Las votaciones serán las primeras desde el golpe de Estado de mediados de 2012 y deben reconocimiento a la intervención francesa de comienzos de año, cuando los rebeldes cercaban ya la capital, Bamako, el ejército galo concedió a las fuerzas golpistas el poder bajo la promesa de llamar a elecciones cuando hubiera más estabilidad en Mali.
El desasosiego en Mali es de alcance internacional. En primer lugar, por el riesgo que conlleva de que grupos terroristas islamistas se instalen en esta vasta región y la utilicen como base de operaciones para sus incursiones en Europa; en segundo término, por el contagio de inestabilidad para los países vecinos y de la franja norte del continente africano. Esta segunda posibilidad ya se registra de manera más alarmante en Libia, Níger y Nigeria.
En Nigeria al sureste de Mali, la insurgencia islamista ligada principalmente al grupo Boko Haram se ha tornado más violenta a raíz de las tácticas militares y el armamento que provienen de Mali.
Las intenciones de los rebeldes no varían de las que originaron la inestabilidad en Bamako: derrocar al gobierno e instalar un régimen bajo las reglas del islam. Además, el problema en Nigeria no se constriñe a Boko Haram, en el país se ha identificado por igual la presencia de grupos yihadistas ligados a Al Qaeda, el brazo de Al Qaeda en el Magreb Islámico, a Ansaru (provenientes de Mali) y al Movimiento por la Unidad y la Yihad en el Oeste de África, lo que apunta a una mayor desestabilización.
El otro país que vive un serio aumento en la presencia de grupos islámicos es Libia, país que fue el origen del conflicto en Mali, ya que a raíz de la participación mercenaria de los tuareg al lado de Gadafi y tras su derrocamiento, los rebeldes regresaron a su país pertrechados y con experiencia en el campo de batalla.
Algunos especialistas afirman que el sur de Libia está por experimentar una situación similar a la de Mali, ya que la debilidad de su gobierno central y la vastedad de su territorio, lo hace ideal para el establecimiento y fortalecimiento de los grupos islámicos terroristas.