Camilo José Cela Conde
Madrid.-En uno de los episodios de la serie norteamericana Bones —espero que la vean ustedes también en México— la antropóloga del Smithsonian doctora Temperance Brennan le dice a un policía curioso que ella adora la sistemática filogenética y el agente de la ley, claro es, pone cara de póker. Esa ciencia estudia la evolución de los linajes fósiles pero nadie del mundo que quede reflejado en la serie, salvo Bones —mote que pone a la doctora Brennan su compañero de fatigas Booth, del FBI—, tiene la obligación de saberlo. De hecho yo lo sé porque me dedico (aunque sea como aficionado diletante) a eso mismo.
Y también por eso creo que el guionista podría haber puesto en boca de la actriz Emily Deschanel, que es quien interpreta al personaje, la confesión de que su faceta como sistemática la lleva a sentir veneración por los caballos. Se trata de uno de los mamíferos cuya evolución mejor se conoce gracias a un registro fósil abundante y relativamente completo.
Pero ni siquiera los protagonistas de las series de culto se podían imaginar que ese retrato de la filogénesis de los caballos se ha visto de golpe iluminado gracias a la recuperación del material genético fósil de un caballo que ha permanecido enterrado en el permafrost del territorio del Yukon, Canadá, desde hace cerca de 750 mil años.
Como las variables principales para la conservación del DNA tras la muerte de su portador son las de temperatura y humedad, los restos mantenidos en lugares muy fríos y secos permiten recuperar material genético muy antiguo.
Esa circunstancia ha llevado a que se lograse recuperar buena parte del genoma del fósil humano de Denisova —del que sólo se dispone de una falange distal manual y dos molares, sin que se le haya podido asignar ninguna especie—, con una edad atribuida que podría llegar a cerca de 80 mil años, mientras que del genoma del mucho más joven Homo floresiensis —18 mil años, tan sólo— no se sabe nada.
El trabajo de Ludovic Orlando, del Museo de Historia Natural de Dinamarca, al frente de un nutrido grupo de colaboradores, ha secuenciado el genoma del fósil equino del Yukon permitiendo establecer un hito en la sistemática filogenética del género Equus. El linaje que conduce a los actuales caballos, asnos y cebras apareció, de acuerdo con la información obtenida, hace entre 4 y 4.5 millones de años.
Es más antiguo, pues, que el género que nos corresponde a los humanos, Homo. Y los datos atribuyen a un caballo de Mongolia —Asia central— en vías de extinción, Equus ferus przewalski, el honor de ser el único en verdad salvaje sin mezcla alguna reciente con los domésticos.
No he visto ningún capítulo de Bones en el que la doctora Brennan secuencie ADN fósil. Pero no pierdo la esperanza. Se trata de un recurso mucho más real que las reconstrucciones anatómicas que realiza en la serie la pintora Ángela Montenegro a partir casi de nada.
