“Usted ya no es presidente”, le dijeron los militares a Mohamed Morsi

Bernardo González Solano

En pocos términos se pueden describir —mas no analizar— los últimos sucesos políticos que han desquiciado, una vez más, a la República Arabe de Egipto. Cinco palabras fueron suficientes: “Usted ya no es presidente”; oración seca pronunciada en el árabe egipcio que resultó un idioma no muy dulce a los oídos del mandatario —que dejaba de serlo—, un año y tres días después de haber tomado posesión del cargo gracias a las primeras elecciones democráticas en el país desde que los militares ascendieron al poder en el año de 1952, cuando los militares forzaron al rey Faruk I a renunciar.

Se cumplió el plazo

El miércoles 3 de julio, pasadas las 19 horas, se cumplía el plazo dado para la cuenta regresiva al golpe de Estado. Lo peor del aviso de su cese es que no fue cara a cara, sino por una llamada telefónica. A un lado de la línea de teléfono estaba un lívido Mohamed Morsi, primer presidente elegido por el voto popular y democrático en las urnas en Egipto. Al otro, el general Abdel Fatah al Sisi, nombrado comandante en jefe de las Fuerzas Armadas por el propio Morsi. Al terminar la corta conversación telefónica, la guardia pretoriana del presidente lo convirtió en su rehén. Morsi rechazó, por última vez, dimitir y cederle el poder al presidente del Parlamento. Otra revolución en la historia del país de los faraones.

Dado el rápido declive y el empeoramiento de Egipto en casi todos los rubros, los generales decidieron pasar a la acción. Cuando Sisi fue designado para sustituir al otrora todopoderoso mariscal Husein Tantaui (en el gobierno de Hosni Mubarak), se le creía cercano al grupo islamista de los Hermanos Musulmanes, como hombre devoto que muchos saben que es. Su condición castrense es indudable, con Morsi fue paciente, pero en el momento de la verdad no tuvo piedad.

Morsi y Sisi se reunieron el domingo 23 de junio pasado, una semana antes que se desencadenara la ira popular que habían convocado los opositores del presidente. El jefe de las Fuerzas Armadas le concedió siete días para intentar reconciliarse con ellos. Mohamed se limitó a insistir que su elección se hizo por vía del voto democrático y que esto lo legitimaba para gobernar a su arbitrio. El miércoles 26 de junio, el presidente se dirigió a la nación. La milicia esperaba un discurso reconciliatorio. Todo lo contrario. De la oposición, Morsi dijo: “Es un hecho que están forzando al país a dar un salto a ciegas, esos criminales que no tienen lugar entre nosotros”.

Los pasos se aceleraron. El día 26, fue trasladado de la sede presidencial al palacio de El Quba, donde el rey Faruk I se refugió durante otro golpe militar (de Estado) en 1952, el encabezado por el general Mohammad Naguib y el coronel Gamal Abdel Nasser, entre otros. Allí quedó hasta el domingo 30 cuando más de 17 millones de personas salieron a la calle para pedir su renuncia. Se repetía el mismo proceso que sucedió con Mubarak en la plaza Tharir de El Cairo. De ahí en adelante todo fue rápido, Morsi fue trasladado al cuartel general de la Guardia Republicana aquel mismo día. Los generales le ofrecieron pasaje a Turquía o a Libia; le prometieron inmunidad si renunciaba. La respuesta fue negativa. El martes 2 de julio, de nueva cuenta el presidente se dirigió a la nación. Manifestó que daría su sangre y su vida para defender la legitimidad de los comicios que lo auparon a la presidencia: “La gente me ha elegido en elecciones libres e igualitarias”. El plazo militar expiró a las cinco horas del día siguiente. Una última propuesta del ejército tampoco la aceptó. Un año y tres días duró su legítimo mandato.

Desde 1952

Al deponer el miércoles 3 de julio a Morsi, el primer civil gobernante legítimo del Estado egipcio, el ejército de esta nación, labró una vez más la historia de su país. Esta es una constante desde 1952, cuando un puñado de jóvenes “oficiales libres”, amparados bajo la pantalla condescendiente del viejo general Mohammad Naguib, depusieron al rey Faruk I, y lo enviaron al exilio a bordo de su yate El-Mahrousa con destino a Italia, donde terminó sus días en Roma, el 18 de marzo de 1965.

Sesenta y un años más tarde, nada o casi nada ha cambiado. El ejército continúa como el principal motor del cambio político en el país. Tiró un rey en 1952, a un general dictador anciano en 2011 y por último a un presidente electo en 2013, destruyendo metódicamente la legitimidad de todos los dirigentes del país, cualquiera que sea su método de designación, para imponerse como la única instancia de último recurso de la nación, la que resuelve los conflictos institucionales y políticos. Además, es sintomático que el general Sissi haya designado al presidente de la Corte Constitucional, el magistrado Adly Mansur, para asegurar el interinato del presidente Morsi, significando con ello la preeminencia del poder militar sobre la más alta instancia judicial de la nación.

Lo más sorprendente en el “golpe” que acaba de darse en Egipto, es que se dio apenas un año después de la elección de un islamista, que consiguió la Presidencia de la República con un corto margen (poco menos de 2%), sobre todo gracias a los votos de todos aquellos que prefirieron la peste integrista al cólera autoritario.

En efecto, Morsi ganó la elección presidencial de junio de 2012, porque se enfrentó, en segunda vuelta, con Ahmed Chafik, general en retiro y el último primer ministro de Mubarak. Primero, utilizando a los Hermanos Musulmanes para terminar con la dinámica revolucionaria después de febrero de 2011, el ejército rápidamente se dirigió a los revolucionarios para desembarazarse de los Hermanos.

Las fuerzas armadas egipcias no conforman solo la única institución aún funcional del país, es decir un cuerpo donde las órdenes son aplicadas y la cadena jerárquica respetada, también son la principal empresa pública de Egipto. Pero para su propio provecho, más que del país. En efecto, es la primera productora de pan, la principal empresa de los trabajos publicos, sus fábricas producen mermeladas, ropa y toda clase de bienes de consumo corriente. Su presupuesto, que incluye la ayuda anual estadounidense de 1.3 billones de dólares desde 1979, escapa a todo control parlamentario y gubernamental. Los oficiales viven en barrios reservados y confortables.

Para el pueblo en general, el ejército es el “hijo preferido”, el crisol de la nación y el principal ascensor social del país, el que permitió al hijo de un empleado de correos del Alto Egipto, Nasser, dirigir al más poblado de los países árabes. Pese a los reveses y compromisos, el ejército egipcio ha sabido mantener este mito con admirable maestría política. La guerra de octubre de 1973 contra Israel aún se presenta como una gran victoria, los manuales escolares, que tratan la ruptura de la línea Bar-Lev, jamás mencionan el episodio del “vertedero”, cuando los tanques de Ariel Sharon llegaron a menos de 100 kilómetros de El Cairo.

La paz con Israel y la participación en la coalición occidental en el momento de la Guerra del Golfo  —muy impopular entre los egipcios—, no ha disminuído el aura de un ejército cuyos esfuerzos esenciales se dirigen a la conquista de la opinión interna más que a la defensa de las amenazas exteriores.

Al borde de la guerra civil

Era este probablemente el fin buscado por los estrategas de Washington, que han gastado más de 30 billones de dólares en tres décadas en Egipto: para que el ejército utilice sus centenares de tanques Abrams para canalizar las manifestaciones y sus cursos de vuelo sin visibilidad sirvan para “dibujar” corazones en el cielo de El Cairo.

No hay duda que el golpe de Estado fue preparado por los jefes militares. El ejército filmó con cámaras aéreas —desde sus aviones— las imágenes de las millonarias  manifestaciones callejeras para distribuirlas a las agencias internacionales de prensa. Los cortes de electricidad y la falta de gas y gasolina misteriosamente desaparecieron desde la destitución de Morsi, siendo que estos problemas minaron su legitimidad desde hace muchos meses.

En fin, la matanza de islamistas —de los Hermanos Musulmanes— durante las manifestaciones en apoyo de Morsi (51 muertos y decenas de heridos) ponen a Egipto al borde de la guerra civil.