Abraham Miguel Domínguez

Este año se cumplen doscientos años de la publicación de una de las más grandes obras inglesas en la historia de la literatura universal: Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. La celebración se extiende a todo el mundo, no únicamente a los países de lengua inglesa, ya que el alcance de la narrativa austeana es un hito en todos los continentes. En nuestro país, por ejemplo, se llevará a cabo un coloquio interdisciplinario en la unam para celebrar el nacimiento de una novela clásica que ha roto la barrera del tiempo y que se presenta totalmente postmoderna.
Es cierto que la obra de Jane Austen, a nivel comercial mundial, no podría estar más viva. Su obra se ha reeditado hasta el cansancio desde su primera publicación y en la lista de los clásicos más leídos ella lleva la batuta, muy por encima de otros titanes como Cervantes, Shakespeare o Dickens. Se ha traducido a prácticamente todos los idiomas. En México, la obra completa se encuentra en cualquier librería, en formato físico o electrónico. Sus tramas han sido llevadas al cine en numerosas ocasiones con gran éxito, como la espléndida versión dirigida por Joe Wright y protagonizada por Keira Knighley y Matthew Macfadyen. Se encuentra también la mítica serie producida por la bbc, con Colin Firth en el papel del señor Darcy, con el cual saltó a la fama. Actualmente se puede ver por Internet una versión pop de la novela titulada The Lizzie Bennet Diaries; incluso Bollywood ha realizado su versión, Bride and Prejudice.
De tal manera que la autora nacida al sur de Inglaterra, en el condado de Hampshire, se encuentra más viva que nunca. Encuentros, seminarios y estudios académicos sobre su obra inundan las universidades, las bibliotecas y los portales. Pero ¿qué es lo que hace que Austen sea una de las escritoras más leídas en el mundo?
El mérito de ser la primera mujer importante en las letras inglesas nadie se lo quita. Ya existían otras autoras contemporáneas, como Ann Radcliffe, pero ninguna ha tenido el impacto social, artístico y cultural de la Austen. Un impacto que hasta ciertos académicos rígidos han cuestionado, pero la obra siempre sale ganando. Jane Austen escribe sobre el matrimonio, sobre la importancia de tener un marido en una época en que la mujer no podía aspirar a otra cosa y sobre el valor del dinero en las relaciones. Todo esto y más bajo una prosa elegantemente satírica e irónica. Austen caricaturiza el mundo victoriano del siglo XIX, sus costumbres, sus virtudes y sus grandes defectos.
A simple vista, todas sus novelas tratan de lo mismo: a manera de una comedia de enredos, las protagonistas logran la felicidad al obtener a un marido. Tenemos a la aguerrida y valiente Elizabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio, a las hermanas Dashwood en Sentido y Sensibilidad, y a las protagonistas de Emma y La abadía de Northanger. Todas ellas, si bien se mueven en la convención victoriana, se vuelven protagonistas de su vida, son inteligentes, perspicaces y logran poner a los hombres como simples ornamentos. Son las heroínas de sus historias.
Mucho se le ha atacado a la literatura de Jane Austen la ausencia de elementos políticos en su obra, cuando en el resto del mundo se vivían cambios importantes: estaba la Revolución Francesa, Rusia y Japón vivían un conflicto bélico y los propios hermanos de Austen combatieron en Waterloo y Trafalgar. Pero es ése uno de los principales méritos de su obra. En su narrativa, Austen ignora todo eso y se concentra en la “intrahistoria”, o sea, las relaciones amorosas, las familiares y la amistad. Le interesan los bailes, las crinolinas, el cortejo y el clasismo. A nosotros, siglo XXI, su  obra podría llegarnos como literatura de evasión; sin embargo, basta saber que durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados en sus cartas sólo pedían dos cosas: cigarros y novelas de Jane Austen. ¿La razón? Podemos suponer que las aventuras de las heroínas, sus conflictos amorosos, la comedia y el final feliz eran lo único que les ayudaba a soportar el infierno en el que estaban sumergidos. ¿Por qué no imaginar que la vida sólo fuera eso: fiesta, chisme, amor y cortejo?
Las lecturas postmodernas de la obra austeana la mantienen espectacularmente actual. La escritora Azar Nafisi, en su libro Leer Lolita en Teherán, analiza la obra de Jane en un contexto en donde las mujeres deben de cubrirse la cara con un velo. El mundo austeano, con las convenciones matrimoniales de ese entonces, no se aleja demasiado de la situación en Teherán, por ejemplo. Sus mundos se reducen a casarse y a encontrar un marido. Cabe aclarar que Orgullo y Prejuicio es una de las obras prohibidas por el régimen islámico. Sin duda, la libertad de las heroínas de Austen asusta a más de uno.
La ingeniosa prosa de la autora permite que los lectores actuales encuentren un mundo que no ha cambiado nada: nos seguimos moviendo en las apariencias, en el cortejo y en el melodrama. Otra escritora victoriana, Charlotte Brontë, atacaría la ausencia de pasión en la obra de Austen. No hay nada más equivocado. Jane Austen se mueve entre líneas y desentraña el cortejo con aparente frialdad, pero vuelve todas sus novelas en un exquisito baile, en un vaivén seductor de emociones. Nadie delinea situaciones y personajes como la Austen. Y ese decoro de su literatura es lo que la vuelve tremendamente sensual.
Sobra decir que su artificio literario y sus personajes han querido ser imitados infinidad de veces, sobre todo en la literatura sentimental. Los resultados son diversos, lo cual ha ocasionado, muchas veces, una mala interpretación de los textos.
Uno de los troncos temáticos de Orgullo y Prejuicio es el matrimonio. ¿Nos debe molestar que un tema tan común sea la materia prima de una obra maestra? Es ahí en donde se encuentra el portentoso arte de Jane Austen: nos sigue hablando del día a día, de esos pequeños asuntos y de detalles que conforman la vida y la felicidad. ¿Cómo sería la existencia sin esas preocupaciones, a primera vista, medianas?
El hecho de que las novelas de la Austen terminen en una boda y se logre el amor no significa nada. Basta observar que los matrimonios alrededor de la pareja protagónica en la historia son todo menos felices. Y ahí tenemos la ironía de Jane Austen, que riéndose en una esquina de nuestra inocencia, nos dice que nada es lo que parece.