NUESTRO TIEMPO
Grandes decisiones en manos de unos cuantos
José Elías Romero Apis
Nuestra obsesión por la democratización nos llevó a una relativa decadencia de la gobernabilidad. El ejemplo más claro de ello lo tenemos en el periodo que fue de 2000 a 2012. La alternancia fue, sin duda, un producto de la democratización. Pero uno de sus costos fue un estado de ingobernabilidad manifestado, principalmente, en la parálisis legislativa del gobierno-Fox y en la guerra delincuencial del gobierno-Calderón.
Esto no es extraño. Todos los especialistas en la materia están de acuerdo en que la gobernabilidad tiende a sufrir con la democracia así como la democracia tiende a sufrir con la gobernabilidad. Por ello el Pacto por México, que es un instrumento idóneo para la vigorización de la gobernabilidad, por lo menos la legislativa que no es poca cosa, resta la participación democrática de las bases y deposita las grandes decisiones nacionales en las manos de unos cuantos dirigentes.
Todo tiene un precio y en ningún lugar hay almuerzo gratis. Ello es una regla infalible de la política y aceptarla es una manifestación ineludible de la madurez.
Lo importante es que los hombres de Estado se apliquen a ello sin suprimir la libertad, sin abandonar los consensos democráticos, en medio del debate abierto de las ideas, con la vigencia de los derechos humanos, en convivencia con las discrepancias democráticas y con las limitaciones jurídicas y morales del poder, compartiendo el mando con los otros órganos del Estado, sin caer en la tentación del abuso de autoridad y tratando de mantener el difícil equilibrio entre el poder y la libertad.
La cuestión de la gobernabilidad, o sea la posibilidad de conducir un Estado en medio de tantos obstáculos, sólo se plantea en los regímenes democráticos. En las dictaduras no existe este problema. Cuando se suprimen los consensos y se estrangulan las libertades, el predominio de una voluntad omnímoda elimina las dificultades.
Por otra parte, llama la atención de muchos un arriesgado desajuste que existe entre los plazos de la democracia y los plazos de la gobernabilidad. Muchas situaciones críticas exigen una intervención preventiva y a largo plazo. Pero, por lo general, en política la toma de una decisión es larga, tortuosa y de resultado incierto. Y todavía más difícil resulta mantener una cierta coherencia estratégica durante un periodo suficiente para el tratamiento de los problemas.
Se perfila aquí el deber de la democracia, único régimen capaz de garantizar un nivel de convivencia inteligente con ese tanto de ingobernabilidad que resulta inevitable en las transformaciones de nuestro tiempo.
Y es que la gran ecuación de la política real, por cierto la única en la que creo, sólo tiene dos factores: se compone sumando la dimensión de lo que deseamos lograr y restando la extensión de lo que debemos ceder. Lo que de ello nos queda es la verdadera expresión de la realidad y de la factibilidad.
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