ISAGOGE
Francisco, pastor que huele a oveja
Bernardo González Solano
Cuando se publique este reportaje, se habrán cumplido 131 días de la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio Sivori como sumo pontífice de la Iglesia católica apostólica romana. Eligió llamarse papa Francisco y en tan corto tiempo ya se significó como un “pastor que huele a oveja” acercándose a los fieles, a los pobres, aunque no falta quien asegure —dentro de la propia Iglesia y el clero ultraderechista— que el sucesor de Benedicto XVI es un dirigente mediático, no revolucionario sino populachero que no va directo al centro de la problemática de la Iglesia católica porque actúa con mentalidad patriarcal, de sacerdote jesuita.
El hecho es que el sacerdote argentino —cuyos padres eran italianos— este año no sólo no disfrutará sus vacaciones veraniegas en el palacio papal de Castel Gandolfo —posesión de la Iglesia desde 1596 y desde 1934 nuevamente residencia veraniega del papa, donde por cierto murió Pablo VI en 1978—, sino que imprime a cada nueva decisión un gesto de ruptura, si no radical, sí significativo respecto al pasado reciente y lejano. Ignoro si el jesuita Bergoglio es buen ajedrecista, puede que sí lo sea, en su orden religiosa abundan. Y si no lo fuera, desde el 13 de marzo pasado cuando se asomó al balcón de la logia de las bendiciones de la basílica de San Pedro —abajo del cual está el bajorrelieve La entrega de las llaves de Boncino (1614)—, y durante eternos segundos permaneció mudo ante la fervorosa multitud que aguardaba al nuevo papa, lleva la iniciativa y desde entonces no la ha dejado.
Para sorpresa de muchos, por primera vez en varios lustros es el nuevo papa —que insólitamente convive con su antecesor a pocos pasos de distancia— el que tiene la iniciativa en las noticias que salen de la Ciudad del Vaticano.
De tal suerte, incluso la información más negativa, como el reciente escándalo de un obispo acusado de tráfico de divisas —alrededor de veinte millones de euros—, aparece como ejemplo de la limpieza exigida en infinidad de ocasiones y a cuyo frente se coloca este jesuita bonaerense que, más allá de mensajes subliminales, decidió llamarse papa Francisco, Il poverello d´Assisi.
El papamóvil en la cochera
Los primeros cuatro meses —en la milenaria historia de la Iglesia católica 120 días no son más que una gota de agua— del pontificado del papa que llegó de muy lejos, del extremo sur del continente americano, se recordarán por gestos disímbolos. Unos superficiales y otros de hondo calado: renunció a vestir con ornamentos recargados de joyería y oro, su cruz pastoral es de plata, su anillo de poco valor; no vive en el palacio apostólico sino en una residencia modesta con comedor comunitario donde convive con sacerdotes de todas partes del mundo; el famoso papamóvil blindado pasó a la cochera y a diferencia de otros papas dedica casi más tiempo a saludar a los fieles (a un joven autista argentino lo invitó a subir a su vehículo) que en las ceremonias litúrgicas; en más de una ocasión ha leído la cartilla a los obispos y a los sacerdotes acaudalados más preocupados por agradar a los poderosos que por cuidar de los pobres y se ha mostrado inflexible ante cualquier indicio de abuso; exigió una Iglesia de los pobres y para los pobres; bendijo a los ateos; ordenó una comisión con todo el poder necesario para investigar las siempre truculentas e inquietantes finanzas del Vaticano, manejadas por el Instituto para las Obras de Religión.
Al mismo tiempo creó un consejo personal con obispos de todos los puntos cardinales e independiente de la todavía poderosa curia romana para reformar el gobierno de la Iglesia; publicó su primera encíclica Lumen Fidei (Luz de la fe), las primeras palabras del documento que sirven como título, en realidad es una encíclica de una factura… propia de Benedicto XVI. Todo se revela en el texto: estilo, puntos de referencia, citas teológicas y literarias. Francisco lo explica, pues una doble firma es canónicamente imposible, dos papas no pueden firmar al mismo tiempo un documento.
Encíclica a dos manos
En la introducción, el pontífice argentino explica: “Estas páginas se agregan a todo lo que Benedicto XVI ha escrito en las encíclicas sobre la caridad y la esperanza… Prácticamente había terminado una primera redacción de una carta encíclica sobre la fe. Estoy profundamente reconocido y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, agregando al texto algunas contribuciones ulteriores”. De hecho, la mano de Francisco es discreta. El papa argentino tiene un estilo muy fácilmente reconocible: muy concreto, vivo, directo. Diserta poco, va directamente a la cuestión del cómo y cita muchas analogías o ejemplos.
Al contrario, Benedicto XVI reflexiona largamente sobre el porqué. Al tiempo que aparecía esta encíclica, el Vaticano anunció la próxima canonización —antes de fin de año— de Juan Pablo II y, para sorpresa de los seguidores del Concilio Vaticano II, de Juan XXIII. Para la vida interna eclesial, la simultánea canonización de sus antecesores es un mensaje a todos los sectores de la Iglesia, así como del catolicismo que defiende: simple, activo y para todos.
Respecto al Instituto para las Obras de Religión, directamente el papa dirige los cambios del caso, con la declarada intención de aclarar las sospechas de ser un centro de maniobras financieras poco transparentes y por lo tanto de operaciones ilegales. El Banco del Vaticano, creado por el papa Pío XII en 1942, a la mitad de la Segunda Guerra Mundial, administra actualmente fondos por alrededor de siete mil millones de euros, y cuenta con casi 20 mil clientes (5 mil 200 instituciones católicas), titulares de más del 85% de los fondos administrados y 13 mil 800 personas entre empleados de la Ciudad del Vaticano, religiosos y algunas categorías autorizadas, como los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede.
En línea con sus primeros cuatro meses de pontificado, para su primera visita pastoral fuera de Roma, el papa Francisco el lunes 8 de julio decidió presentarse en la isla de Lampedusa, el faro de Europa frente al continente africano, según la expresión de monseñor Francesco Montenegro, el arzobispo de Agrigento, en Sicilia, que lo acompañó en este recorrido.
De acuerdo con las estadísticas más serias, entre 20 mil y 25 mil personas han muerto en el mar Mediterráneo en los últimos veinte años. Desde principios de 2013, aproximadamente 7 mil 800 migrantes han desembarcado en Lampedusa —confeti insular de 20 kilómetros cuadrados— situada a 138 km de Túnez.
La solidaridad con los inmigrantes fue el centro de esta visita. Simbólicamente el papa Francisco quiso arribar por mar a bordo de una embarcación de los guardacostas —Jesús en la barca de Pedro, en el mar de Galilea, habló a la gente que lo seguía—, acompañado de más de cincuenta barcas de pescadores —el Mesías era un pescador de hombres— y lanzó al agua una corona de flores blancas y amarillas en memoria de los desaparecidos, antes de llegar al pequeño puerto de la isla.
En su homilía, Francisco denunció en términos fuertes la “mundialización de la indiferencia” que “nos hace olvidar nuestra capacidad de llorar” frente a la muerte de centenares de migrantes “en busca de una vida mejor”. Denunciando en varias ocasiones esta “indiferencia”, manifestó su compasión por los emigrantes que han muerto en el mar, “en esas barcas que en lugar de llevar la esperanza de una vida mejor, los han conducido a la muerte”… “hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna”.
Hombre del año
Mientras que la famosa revista estadounidense Vanity Fair —en su edición italiana—, que apareció el miércoles 10 de julio, eligió anticipadamente al papa Francisco como L´uomo dell´anno (El hombre del año), con el título Francisco, papa valiente, el antiguo cardenal argentino llegaría a Brasil el lunes 22, en Río de Janeiro, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), donde se espera la concentración de más de un millón de jóvenes católicos procedentes de todo el mundo. Antes de este su primer viaje papal al continente americano del que es originario, el jesuita Jorge Bergoglio Sivori fue informado directamente de las protestas populares en muchas ciudades brasileñas, en las que que tomaron parte activamente miles y miles de jóvenes declarados apartidistas.
En sus homilías seguramente aludirá a estas manifestaciones. Los principales prelados brasileños le informaron directamente de lo que sucede en el país suramericano. Según el papa Francisco, las reivindicaciones por una mayor justicia no contradicen el Evangelio.
Por ello, recibió en el Vaticano al arzobispo de Río de Janeiro, el monje cisterciense Orani Joao Tempesta; al cardenal arzobispo emérito de Sao Paulo, Cláudio Hummes, que abrió las puertas de las iglesias a obreros en huelga, y al presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, el cardenal Raymundo Damasceno. Dilma Rousseff sabe lo que piensa el papa y los prelados brasileños sobre las protestas.
A su vez, el propio Damasceno se reunió con la presidenta en el Palacio de Planalto, en Brasilia, la semana pasada. El recibimiento al papa Francisco en Brasil se anticipa apoteósico.
En fin, por primera vez el Vaticano tendrá que prorporcionar a la Organización de Naciones Unidas una serie de aclaraciones sobre los abusos sexuales cometidos por miembros del clero. Esta información deberá entregarse antes del 30 de noviembre del presente año en Ginebra, donde se encuentra la sede del Comité de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Al parecer, la Iglesia católica recibe otros aires. Así, es posible que la pregunta que hace el debatido y respetado teólogo suizo Hans Küng en uno de sus últimos libros, ¿Tiene salvación la Iglesia?, pueda contestarla el papa Francisco.