Izquierda hoyMandela ejerció el poder sin pretender perpetuarse

Miguel Barbosa Huerta

Esta colaboración se escribe cuando Nelson Mandela (Madiba) se encuentra en el hospital y el destino de su salud resulta incierto. Son unas líneas que se suman a las miles escritas que en estos días se han dedicado a recordar la obra de este gran hombre.

El mundo se encuentra a la expectativa de los momentos que vive Nelson Mandela.  Estamos atentos a los acontecimientos de Sudáfrica, a lo que día a día ocurre en esa pequeña cama de hospital en donde un hombre de casi 95 años yace desde hace varias semanas. Son los instantes  culminantes de una vida y de un camino material que llegará a un final inevitable. En estos días, las mentes más lucidas de nuestro tiempo, los hombres más poderosos del mundo, los personajes más famosos, han dedicado sus reflexiones a este hombre. El consenso es absoluto: se trata del reconocimiento  solemne a uno de los personajes más importantes de nuestro tiempo.

 Los hombres parten a enfrentar el misterio de la muerte; los hechos se quedan, permanecen en la mente, en los corazones, y pasan a formar parte de nuestras vidas. Nelson Mandela nos ha dejado un inmenso legado cuya mención resulta necesaria. Disidente del régimen, preso político, líder de un pueblo, político excepcional, gran estadista, parece poco para definir a un hombre que ha vivido plenamente, sin amargura, sin odios, a pesar de haber padecido 27 años de encierro, por parte de uno de los regímenes más autoritarios y duros de que la humanidad tenga memoria en la historia reciente.

Desde su celda, desde lo profundo de sus reflexiones y su soledad, con su ejemplo convenció a la mayoría negra de que para transformar su nación tenía que incluir necesariamente a la minoría blanca; y a esa minoría blanca la persuadió de algo que parecía imposible: de que debían renunciar al régimen de exclusión, al poder y  resignarse a vivir en una sociedad gobernada por la mayoría negra.

Mandela ha tenido la capacidad de perdonar, de tender la mano y tratar como hermano a quienes lo encarcelaron. Un hombre que al soñar y luchar por un futuro mejor para su país dio un ejemplo al mundo, que al transformar radicalmente la historia de Sudáfrica demostró que por medio de la honestidad, la congruencia y la valentía se pueden lograr los más altos propósitos.

Un hombre con  gran visión que siempre ha tenido los pies en la tierra. Que ha sabido de pasiones y amores, de olvidos y perdones. Muchos aspectos separan a Mandela del resto de los políticos de gran carisma y arrastre popular, pero uno es elocuentemente sobresaliente: haber tenido la capacidad de ejercer el poder y no pretender perpetuarse en él.

Mandela nunca se sintió un elegido, nunca se consideró un privilegiado. Cuando terminó su mandato se retiró, volvió a sus orígenes, a la aldea de donde es nativa su familia.

Ahora cuando en diversas partes del mundo se levantan nuevos muros, cuando la guerra y los intereses mezquinos prevalecen, cuando la corrupción campea y la violencia sigue, ejemplos como el de Madiba se agigantan.