Mariana Bernárdez
La escritura, el escribir, van más allá, (no sé dónde es más allá), creo que sólo la intuición de la lejanía, de lo entrevisto conduce al doblez de la periferia y el centro. ¿Desde dónde se escribe?, ¿Desde el blanco del centro o desde la línea de la periferia? ¿Es un símil de este forcejeo entre el escritor y el lenguaje la alegoría de Jacob y el Ángel? Hace años, e incidentalmente, conocí una pintura de Gustave Moreau Edipo y la Esfinge: la mirada fija y suplicante de la Esfinge, me pareció que arrastraba consigo la pregunta, no dicha, de si el enigma es el último rastro posible del habla de los dioses: un lenguaje oscuro para un saber oscuro.
Años después, y a mi sorpresa, di con otra pintura: San Jorge matando al dragón, la seducción del siseo1 era un axioma indiscutible. Y hace unos meses encontré Jacob y el Ángel. ¿Qué cifra intuyó Moreau entre el Ángel, el Dragón y la Esfinge? Presupongo adivinó, que detrás de Edipo, San Jorge y Jacob yace el prodigio de lo desigual. En el tránsito de su regreso, y para ganar de nueva cuenta pertenencia, afrontan un combate infranqueable. El desafío sobrepasa la esfera de la libertad quedando en cada uno de ellos la cojera como signo de haber quebrantado el orden regulatorio entre lo profano y lo divino, y de haber vencido la muerte,2 y ello, por sí mismo, es una imposibilidad en las limitantes del discurso lógico. Salvar lo insalvable también ha sido empeño del escritor: arrancar una pluma en evidencia de lo alguna vez perdido, y constatar en lo inhallable, el consuelo de las palabras que habrán de surgir al vuelo.
Si se recuerda, de vuelta de Canaan,3 después de cruzar el río Jordán, quedó solo Jacob. Durante el sopor del sueño, fue atacado por una presencia invisible: un ángel con quien luchó toda la noche y que al no poder vencerlo, tocó su cadera quedando descoyuntada. Esta es la insignia de Jacob, la herida que lo señala como un rey renco y sagrado4, porta consigo el arcano de un resistir y el laurel de ser bendecido, ahora será llamado Israel: aquel que lucha con Dios y los hombres, y vence. El nombre es dado por aquél que, a su vez, ha silenciado el suyo; es la estela donde el tiempo se condensa, la imagen de la desproporción donde lo profano y lo divino entablan las condiciones de su tan necesaria antítesis. Jacob ya no pertenece al polvo de este mundo, pero tampoco al reino del cielo tan temido.
El rostro sereno de Jacob aparecerá en la mercabá susurrando el tajo por el que la creación y el universo, dislocan, no la cadera, sino el pensamiento. Ezequiel en algún momento lo miró, pero no hay registro alguno de tal encrucijada, ni fuente, ni piedra en marca. El descifrar los signos inscritos en la carroza lo arrojó al reino del temblor, y en ese reverberar extremo, imposible le fue pronunciar, aunque días después le sobrevino el balbuceo. ¿Será el balbucir un gorjeo?, ¿una liturgia más próxima a ese imaginario que circunscribe “lo perdido”? ¿Ese momento antes de caer, cuando lo uno y lo múltiple no eran, pues lo que era, de haberlo, sería un punto ciego?5.
La dualidad-oposición es fundacional y denominador común de lo par y lo impar. Quizás el problema no estribe en ser como dioses, sino en la conjugación verbal, el “seréis”, que anuncia la promesa del tiempo futuro del que sólo conocemos la lejanía de su cumplimiento. Si algo se constata en el mito de Edipo es cómo el lenguaje de lo sagrado asciende en su virulencia: de la Esfinge, a la Peste, a la Guerra, a la Autoinmolación. Jacob es más afortunado pues su experiencia de frontera6 le lleva a una comprensión de esa franja, que une y separa lo visible/el cerco del aparecer, de lo invisible/el cerco de la sospecha.7
La analogía supera entonces la correspondencia: es una transgresión, y una experiencia límite donde la tensión no busca resolverse, sino mantenerse para que entre un polo y otro se establezca un vaso comunicante: Jacob es al Ángel como el Ángel es a Jacob. “Aquello que nos une, nos separa”, escribe Simone Weil, y muchos años después Isabel Fraire intitula su obra poética “Puente colgante”. De existir estas dos orillas, sin duda, el blanco es mucho más que la superficie donde la tinta dibuja la letra.
El conflicto aparentemente se conciliará en el pacto: Jacob al vencer la luz y la oscuridad de la noche recibe otro nombre. Zambrano dirá “la palabra se consume, que se consuma en quien la recibe”.8 De donde se entiende que la palabra es operativa en tanto que es una acción, y la más alta que se nos ha dado en prenda, es la metafórica,9 ahí donde el abrazo encarnizado del ángel corresponde al de Jacob. No podría ser de otra manera, ¿qué otro ámbito queda de aparición?
En el abrazo, lo enfrentado, encuentra un equilibrio en constante riesgo de fractura. En tal tregua, surge un no-espacio y un no-tiempo, donde el margen de la línea dibuja la letra, la sílaba y la palabra en su vastedad: nombrar y ser nombrado; leer, y a la par, ser leído; escribir y ser escrito. Si en Jacob queda el fulgor de la noche en lidia, ¿qué fruto habrá de brotar de la sed ilimitada del Ángel?, ¿quién la palabra?, ¿quién el silencio? Roto el abrazo, exiliado el uno del otro, ¿habrá el Ángel de añorar la fragilidad de Jacob?, ¿por eso lo salvaguarda en el cerco de su voz?
El lenguaje señala el irremediable carácter ontológico de la caída. Caer y herir, y su contraparte, pertenecer y crear, son un nudo hecho para anudarse. Cuando se escribe y se tacha, cuando se borra y se tartamudea, cuando se trastabilla y se arrastra la tribulación de la grafía, el escritor resiste el agitar de alas, esgrime su pluma contra el paraíso perdido, y recupera para el mundo, su historia y su memoria.
Texto leído el 3 de julio de 2013 en la mesa redonda “De la mujer a la escritura: la lucha con el ángel” con motivo de los 20 años de la cafebrería El Péndulo.
1 Siguiendo a Ursula K Le Guin su poder lo obtienen de conocer el verdadero nombre de las cosas y las personas.
2 Véase sobre el tema a Gilbert Durand. Las estructuras antropológicas del imaginario. España: FCE, 2005, p. 329.
3 Gloso “Jacob en Penuel”, en Robert Graves y Raphael Patai. Los mitos hebreos. España, 1988, pp. 197-199.
4 Véase sobre el tema Robert Graves. La Diosa Blanca. Buenos Aires: Editorial Losada, 1970, pp. 414-418.
5 Término retomado de Paul Ricouer “Los mitos del principio y del fin de La simbólica del mal”, Libro Segundo de Finitud y culpabilidad. Editorial Taurus. Madrid, España, 1982.
6 Sigo aquí a Eugenio Trías en cuanto a su concepción de límite y experiencia de frontera. Por demás de interés Ignacio Castro Rey, quien al respecto señala: “Si el ser es límite, franja que une y separa lo conocido de lo desconocido, lo empírico de lo trascendental, pensar es una obligación común. Habitar la frontera, esa franja limítrofe instalada entre el “cerco hermético” y el “cerco del aparecer”, exige una mediación reflexiva que sólo la filosofía puede facilitar. Soportar el temblor sísmico de los bordes que nos asedian, este arduo sosiego del exilio, nos obliga a un pensar que se parezca al sonar”, en http://www.fronterad.com/?q=palabra-frontera-eugenio-trias, consulta realizada el 8 de junio del 2013.
7 El término “franja” lo retomo de Castro Rey. Ibidem.
8 María Zambrano. “Apuntes sobre el lenguaje sagrado y las artes”, en Algunos lugares de la pintura. España: Espasa Calpe. Colección Acanto, 1991, p. 100.
9 “donada en sueños a manera de sueño”, parafraseó a Zambrano en El sueño creador. España: Ediciones Turner, 1986.