Susana Hernández Espíndola
El histórico Nelson Mandela, probablemente el ícono mundial más heroico de los tiempos actuales, falleció, este 5 de diciembre, en su residencia de Johannesburgo, Sudáfrica, a la edad de 95 años.
Desde que el 8 de junio pasado, en un hospital de Pretoria, una de las tres ciudades que integran la capital de Sudáfrica, se intentó prolongar su vida mediante grandes esfuerzos médicos, los problemas pulmonares que lo aquejaban lo hicieron perder, finalmente, la batalla.
Sólo Mandela, con la humildad y la sabiduría que lo caracterizaron, las mismas por las que brillaron Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta, pudo encabezar en su país, la violenta Sudáfrica, que por siglos padeció un sistema de crueldad y discriminación inimaginables, una revolución totalmente pacífica que erradicó el apartheid (segregación política, económica, social y racial), imbuido a la minoría blanca de esa nación, en 1948, por el perverso sociólogo holandés Hendrik Verwoerd, y que hizo que ser o nacer negro fuera un pecado monstruoso.
Un milagro posible
“Mandela es el mejor ejemplo que tenemos —uno de los muy escasos en nuestros días— de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron”, escribió el pasado 30 de junio, en homenaje a este gran hombre, en el diario peruano La República, Mario Vargas Llosa.
“Por una vez podremos estar seguros”, asentó el escritor, “de que todos los elogios que lluevan sobre su tumba serán justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró, con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía, que en el campo de la política a veces los milagros son posibles”.
Premio Nobel de la Paz, primer presidente negro en la historia de Sudáfrica y, durante un cuarto de siglo, el prisionero político más famoso del mundo, ha destacado Alejandra Martins, de la BBC, “Mandela es portador de un mensaje que parece trascender fronteras. Para muchos, es ante todo un símbolo de la capacidad del ser humano de ver más allá de su propio sufrimiento. Un hombre que después de 27 años de prisión, eligió tender una mano a la minoría blanca que lo había encarcelado y supo conducir a su país a una transición histórica”.
Linaje real
Conocido en Sudáfrica como “Madiba” o “Tata” (ambos títulos proclamados por los ancianos de su tribu, los xhosa), Nelson Mandela llegó al mundo el 18 de julio de 1918, en el pequeño poblado de Mvezo, entonces perteneciente a Transkei, región que se convertiría en uno de los primeros “bantustanes” (especies de ghettos para negros) establecidos por el sistema de apartheid, a principios de los 60.
Fue uno de los 13 hijos de Gadla Henry Mphakanyiswa, bisnieto del rey Ngubengcuka, y de su tercera esposa Nonqaphi Nosekeni Fanny.
Mandela se destacó como líder y por su rebeldía desde muy joven. Cuando estudiaba el bachillerato en el Colegio Universitario de Fort Hare, fue expulsado por participar en una huelga como miembro del Consejo de Representantes Estudiantiles.
Mandela tuvo que marcharse a Johannesburgo, donde, además de concluir el bachillerato tomando un curso por correspondencia en la Unisa (Universidad de Sudáfrica), en 1942 se graduó como abogado en la Universidad de Witwatersrand.
Tras el surgimiento del Partido Nacional Sudafricano y la instauración del apartheid, en 1948, Mandela se destacó por su activismo y como defensor social dentro del Congreso Nacional Africano (CNA), de manera particular en la Campaña de desobediencia civil de 1952, y el Congreso del Pueblo de 1955, movimiento que adoptó la “Carta de la Libertad” en la que se basó el programa principal en la causa contra el apartheid.
En esos tiempos, Mandela y el abogado Oliver Tambo establecieron un despacho para apoyar con asesoría barata a otros negros que no podían sufragar representación legal.
Perseguidos como conspiradores, Mandela y 150 miembros el CNA fueron arrestados el 5 de diciembre de 1956 y recluidos hasta 1961, cuando se decretó su libertad por inocencia.
Mientras tanto, entre 1952 y 1959, el CNA había sufrido una gran escisión y muchos de sus activistas, simpatizantes de acciones radicales contra el régimen del Partido Nacional Sudafricano, formaron diversos organismos, como el Congreso Pan-Africano (PAC), el cual, al lado del Partido Comunista Sudafricano (SACP) y otros grupos más pequeños, decidieron tomar las armas bajo el colectivo de Movimiento de Resistencia Africano (renegados liberales).
El panorama que halló Mandela al salir de la cárcel era de inminente violencia y él mismo dirigió el comando “Umkhonto we Sizwe” (Lanza de la nación), apoyado y asesorado por guerrilleros judíos como Denis Goldberg, Lionel Bernstein y Harold Wolpe.
Tras su involucramiento en la resistencia armada, Mandela fue considerado como terrorista no sólo por el gobierno sudafricano, sino por la Organización de las Naciones Unidas.
El prisionero “466/64”
El revolucionario fue aprehendido en 1962 y condenado por sabotaje y otros cargos, a cadena perpetua.
En 1964 llegó a la prisión de la Isla de Robben, ubicada a 12 kilómetros de la costa de Ciudad del Cabo, donde permaneció la mayor parte de su reclusión, hasta que fue liberado, el 11 de febrero de 1990.
Con el rótulo de prisionero número “466/64”, Mandela se enfrentó a condiciones muy precarias y, aún así, además de obtener el grado de licenciado en derecho por correspondencia, a través del programa externo de la Universidad de Londres, su reputación creció en el mundo exterior hasta ser conocido como el líder negro más importante en Sudáfrica, convirtiéndose en un símbolo de la lucha contra el apartheid y una figura legendaria que representaba la falta de libertad de todos sus compatriotas negros.
Vargas Llosa escribió:
“Las condiciones en que el régimen del apartheid tenía a sus prisioneros políticos en aquella isla rodeada de remolinos y tiburones, frente a Ciudad del Cabo, eran atroces. Una celda tan minúscula que parecía un nicho o el cubil de una fiera, una estera de paja, un potaje de maíz tres veces al día, mudez obligatoria, media hora de visitas cada seis meses y el derecho de recibir y escribir sólo dos cartas por año, en las que no debía mencionarse nunca la política ni la actualidad. En ese aislamiento, ascetismo y soledad transcurrieron los primeros nueve años de los veintisiete que pasó Mandela en Robben Island”.
Mandela fue capaz de infundir tanto miedo al régimen sudafricano que, incluso, además de rechazar todas las peticiones para que fuera puesto en libertad, en 1969, su servicio secreto intentó montar una falsa operación de fuga para asesinarlo. Sin embargo, el complot fue descubierto a tiempo y frustrado por el Servicio de Inteligencia Británico.
“En la soledad de la cárcel”, continuó Vargas Llosa, “(Mandela) revisó sus ideas e hizo una autocrítica radical de sus convicciones.
“Debió de tomarle mucho tiempo —meses, años— convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en África del Sur era errónea e ineficaz y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca —un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante—, a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria, cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra”.
“..Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños, para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo, primero a sus propios compañeros de Robben Island, luego a sus correligionarios del Congreso Nacional Africano y, por último, a los propios gobernantes y a la minoría blanca, de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable y que ella sentaría las bases de una convivencia humana que reemplazaría al sistema cruel y discriminatorio que por siglos había padecido Sudáfrica. Yo creo que Nelson Mandela es todavía más digno de reconocimiento por este trabajo lentísimo, hercúleo, interminable, que fue contagiando poco a poco sus ideas y convicciones al conjunto de sus compatriotas, que por los extraordinarios servicios que prestaría después, desde el Gobierno, a sus conciudadanos y a la cultura democrática.
“Como la gota persistente que horada la piedra, fue abriendo puertas en esa ciudadela de desconfianza.
“Hay que recordar que quien se echó sobre los hombros esta soberbia empresa era un prisionero político, que, hasta el año 1973, en que se atenuaron las condiciones de carcelería en Robben Island, vivía poco menos que confinado en una minúscula celda y con apenas unos pocos minutos al día para cambiar palabras con los otros presos, casi privado de toda comunicación con el mundo exterior. Y, sin embargo, su tenacidad y su paciencia hicieron posible lo imposible. Mientras, desde la prisión ya menos inflexible de los años setenta, estudiaba y se recibía de abogado, sus ideas fueron rompiendo poco a poco las muy legítimas prevenciones que existían entre los negros y mulatos sudafricanos y siendo aceptadas sus tesis de que la lucha pacífica en pos de una negociación sería más eficaz y más pronta para alcanzar la liberación”.
Ya libre, Mandela, con apoyo del presidente Frederik Willem de Klerk y al frente del CNA, encabezó la lucha política en pos de la democracia multirracial y la unidad de Sudáfrica, lo que llevó a ambos a compartir, en 1993, el Premio Nobel de la Paz. En 1994, tras las primeras elecciones democráticas por sufragio universal, Mandela se convirtió también en presidente, concluyendo su gestión, que dedicó mayormente a la reconciliación nacional, en 1999.
Tras su retiro de la vida pública, en 2004, Mandela aún tuvo que enfrentar las secuelas de su largo encarcelamiento y los problemas propios de su avanzada edad. Su salud comenzó a deteriorarse visiblemente en febrero de 2011, cuando inició un período de continuas hospitalizaciones.
El final
Después de que en marzo de este 2013 fuera sometido a una operación quirúrgica, desde el 8 de junio Mandela fue de nuevo confinado en un hospital, pero, esta vez, después de un infarto y en estado crítico, lo que alertó al mundo sobre su inminente partida, la cual fue confirmada, el jueves por la noche, por el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma.
Su familia, de la que sobreviven dos de sus tres esposas y tres de sus seis hijos, ya prepara los funerales del legendario líder, quien seguramente será enterrado en Qunu, una pequeña población cercaba a su natal Mvezo, donde se halla el Museo que lleva su nombre y que alberga decenas de diplomas de doctorados honoris causa que se le han otorgado, así como reconocimientos internacionales y nacionales de distintos países, incluida la Orden del Aguila Azteca, conferida por el gobierno de México, en 2010.


