Liturgia
Aprender de experiencias pasadas
Teodoro Barajas Rodríguez
Aunque la captura de importantes capos de la mafia continúa, todavía no se puede señalar que los avances en materia de seguridad sean los óptimos porque la realidad es inocultable pese al maquillaje que se aplique. El sexenio anterior legó un saldo brutal en sus números: fue la guerra, como la llamó el exmandatario Felipe Calderón.
De un sexenio a otro, los diseños, políticas públicas con sus diagnósticos, tácticas y estrategias se han modificado, el problema del narcotráfico no es una cuestión para analizarla con los colores partidistas porque se trata de un asunto sistémico, de una vasta proporción.
No hay un espacio en el mapa de México libre de los flagelos de las drogas y sus derivados que hacen extensiva la cadena de los daños. De frontera a frontera las dificultades se manifiestan en hechos sangrientos. Durante el sexenio anterior se apostó a la persecución de los cárteles de la droga, aunque por lo visto no se dimensionó a profundidad todo lo que ello generaría, como los llamados eufemísticamente daños colaterales, mucha gente inocente abatida que en su gran mayoría sus deudos han quedado a la espera de la justicia, la cual no ha llegado.
La corrupción en nuestro país ha sido vinculante con la inseguridad, lo cual no es novedoso pero no deja de ser una enfermedad crónica que impide el funcionamiento adecuado de las estructuras formales e institucionales para procurar justicia, de allí que el producto generado es la impunidad.
Ejecutados por doquier, mayor consumo de drogas en las entidades que antes sólo fueron ubicadas en el mapa como estados de tránsito de estupefacientes, todo ello perfila mayores costos.
Grupos no gubernamentales —como el encabezado por Javier Sicilia— se han manifestado porque las razones les asisten; en muchos casos, diversos dirigentes de organizaciones ciudadanas fueron motivados por los excesos de la guerra contra el narcotráfico, deudos que no mitigan el dolor en medio del desierto de la impunidad sin recibir respuestas. Algunos gobernantes o actores políticos se han sumado a marchas de protesta porque argumentan compartir el dolor de los quejosos, eso denota una gran simpleza, contrasentido o cinismo, el quehacer de las autoridades es trabajar para dar resultados, no para repetir responsos.
Con todo el vendaval de inseguridad que sacude amplias porciones territoriales de nuestro país, lo peor que se puede hacer es perder la capacidad de asombro, anular la exigencia de justicia, porque ello nos dejaría petrificados.
Las tácticas erráticas de la administración anterior espero que no se reiteren ahora, se aprende de experiencias pasadas para evitar incompetencia, complicidad o soslayo de las dificultades que laceran a los ciudadanos de a pie, aquéllos que no tienen blindaje alguno.
Estimo que sí es posible abatir índices delictivos, ello pasa necesariamente por cambios de fondo o acaso por renovar estructuras mentales. Lo cierto es que abatir inseguridad es tarea prioritaria del Estado mexicano.
