Retrato Hablado
50 años después se reedita Los nuestros, de Luis Harss
Roberto García Bonilla
Luis Harss (Valparaíso, 1936) sin proponérselo escribió un clásico en la historia de la literatura latinoamericana cuando fue a buscar a diez escritores latinoamericanos: Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Joáo Guimaráes Rosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
La historia
El crítico chileno se encontró, por azar, en la vitrina de una librería en París un ejemplar de Rayuela, de cuyo autor le habló antes de su viaje el pintor y diseñador Kazuya-Sakai; luego de leer la novela, tuvo el impulso de traducirla al inglés.
Después de platicar con Cortázar, fue a con Vargas Llosa, quien también vivía en París. El autor peruano lo contactó con Carlos Fuentes, quien a su vez le habló del gran proyecto literario de un escritor colombiano centrado en una novela. Transcurría el año de 1964.
Medio siglo después se republica Los nuestros, publicado por vez primera en 1966 en la editorial Sudamericana. La nómina abarca a escritores que en ese momento daban a conocer obras como La ciudad y los perros. Poco después aparecería Cien años de soledad (Sudamericana, 1967), una novela que sigue siendo leída y estudiada no sólo por críticos y académicos sino por los lectores de a pie de todo el mundo.
Harss, novelista, ensayista, traductor y docente, ha dejado un testimonio cuya actualidad es plena; los textos no han envejecido. Habrá que precisar: más que entrevistas son una amalgaman entre reportaje, crónica, ensayo y, aun, crítica literaria.
Origen del término boom
Los nuestros, escrito en colaboración con Barbara Dohmann y publicado originalmente en inglés, posee, entre otras virtudes, además de su aporte historiográfico en las letras latinoamericanas, un estilo vivo que reproduce la atmósfera psicológica de los autores y que se integra con la de los autores entrevistados, cuya personalidad reconocemos a través de detalles que se deslizan como en la narración de protagonistas novelescos. Éste es un modelo de retrato hablado, conjunto hermanado, de obras y autores.
El azar propiciado se conjugó con la intuición de Harss que advirtió cómo en ese momento surgía una literatura inédita en distintos sentidos. Los nuestros no cuenta con figuras literarias centrales en nuestro continente como Lezama Lima, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Ernesto Sabato, Augusto Roa Bastos y Octavio Paz.
Harss no se propuso crear un canon —como se dice desde mediados de los años noventa del siglo pasado, a partir de Harold Bloom—; no quiso instituir autores ni obras como clásicos, aquellos títulos que por su factura, innovación e influencia sobreviven al tiempo y que representan modelos no sólo en la cronología sino también sino en las corrientes literarias de épocas determinadas.
Se ignora el origen del nombre boom latinoamericano, aunque en el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) recae la paternidad; él creó en París la revista Nuevo Mundo (1966-1968) como difusora de la cultura latinoamericana.
El nombre incomodó a sus protagonistas; Julio Cortázar comentó alguna vez: “Siempre me ha molestado que un fenómeno latinoamericano sea definido con un término inglés; es políticamente muy significativa esa lamentable debilidad”.
El movimiento literario revolucionario a lo largo de los años ha sido blanco de críticas: se ha dicho que fue el resultado de una artimaña, que sus miembros —sobre todo los jóvenes de entonces— habían sido producto de la promoción de los editores. Hay que recordar, de paso, la importancia de la figura, ya legendaria, de Carmen Balcells, la agente literaria catalana que concentra en sus archivos los derechos autorales de los escritores latinoamericanos más importantes.
Factores sociohistóricos
Hay que reconocerlo: hubo una serie de factores sociohistóricos que favorecieron el auge del boom, cuyo antecedente podría situarse en la caída de la dictadura de Fulgencio Batista y la ascensión al poder de Fidel Castro al iniciarse el año de 1959. Este hecho provocó muchos augurios en Latinoamérica; los aires de emancipación, de conciencia de independencia se extendieron por todo el continente, desde el río Bravo hasta la Patagonia. Y los personajes de esos escritores poseían una voz propia; a decir de Vargas Llosa, “utilizaban una lengua natural al escribir, la de la calle, huían de ese lenguaje literario resabido y ampuloso, que tomaba distancia de la gente”. Por supuesto fue mucho más que eso. Un afán de búsqueda creativa, experimentación estructural y estilos concebidos desde el habla de las voces circundantes y de la descendencia de nuestros escritores.
El español se vivificó y se popularizó en Estados Unidos y en Europa. En ese contexto, por ejemplo, las editoriales de habla inglesa se preocuparon por traducir a los autores del boom; editores como André Schiffrin han comentado esa suerte de epifanía que resultó la traducción de Los premios (1965) como el resto de la obra de Cortázar en Pantheon Books.
En los textos de Harss aparecen autores que son padres del boom y que en los años sesenta ya eran venerados en todo el mundo; la cúspide es Jorge Luis Borges (1899-1986) quien había publicado dos poemarios deslumbrantes cuatros décadas atrás: Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925).
La imagen que describe Harss es la de “un hombrecito frágil, casi ciego, que se desplaza como una sombra al anochecer […] Quizá sea un fantasma en la mente del lector como se creyó alguna vez que pudo haber sido Shakespeare en la mente de Francis Bacon”.
Y del creador de la mítica Santa María, Juan Carlos Onetti (1909-1994), lastrado por la depresión —quien detestó, como su amigo Rulfo, los reflectores y quien pasó el último lustro de su vida postrado en una cama, exiliado en Madrid— observa su pesimismo y resignación, parientes del vicario personaje Diez Gray, quien anota en la última página de su diario: “Otra vez la palabra muerte sin que sea necesario escribirla […]”
Los nuestros, precedido de una panorámica de la narrativa latinoamericana del siglo XX, deja huellas de la herencia literaria, entendida como tradición, que ahora gozan, por ejemplo, los lectores y los editores de Bolaño cuya obra, sin duda, tuvo un impulso inocultable del boom.
Es una dicha poder leer, en perspectiva, la geografía creativa y los retratos psicológicos de algunos de nuestros clásicos. Es deseable que este libro llegue a pronto a las librerías de México y al resto de Latinoamérica.
Luis Harss (en colaboración con Barbara Dohmann),
Los nuestros, Alfaguara, Madrid, 2012.

