Dividen pueblos

Mireille Roccatti

La discusión en el Senado norteamericano de la reforma migratoria que permitirá regularizar, por lo menos, a doce millones de connacionales incluyó continuar la construcción del muro fronterizo; muchas personas lo calificaron de muro de la ignominia y se le llamó el muro de la tortilla.

Este tema obedece a varias causas: es una concesión de los representantes de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad americana; y debe entenderse como un negocio, que implicará contratos de construcción entre compañías ligadas a contratistas de la industria militar.

Para la relación bilateral es más complejo; reedita un conflicto que parecía superado. Su equipamiento con sofisticados equipos y dispositivos tecnológicos, como detectores infrarrojos, sensores de tierra, cámaras, radares, aviones drones y torres de control han costado miles de millones de dólares.

Ahí han encontrado la muerte miles de mexicanos, y sólo exhibe la miseria moral e intelectual de un sector del pueblo norteamericano que linda con el nazismo. En la práctica ha resultado inoperante, pues hay decenas de túneles, y continúa el flujo de migrantes hacia el norte.

La inutilidad de este tipo de muros no ha sido tomada en cuenta por el gobierno estadounidense, quien parece ignorar que la Muralla China de poco sirvió para contener a las hordas de Gengis Khan. El muro de 800 millas romanas construido en Inglaterra por el emperador Adriano en el siglo II para defender los emplazamientos británicos-romanos de los bárbaros tampoco sirvió de mucho, sólo generó una rivalidad que aún perdura entre los habitantes de las islas británicas.

Muchos ejemplos pudiéramos citar de cómo su erección termina por demostrar su inutilidad, como las murallas de Roma, frente a las cuales se estrelló el genio militar de Aníbal; o más recientes como la Línea Maginot, en Francia para defenderse de Alemania y que de nada le sirvió en la Segunda Guerra Mundial. Los más execrables han sido construidos para contener los guetos de judíos y los de los campos de concentración nazis.

El muro de Berlín se derrumbó con todo y su franja de la muerte; construido en los albores de los años sesenta, dividió a las familias berlinesas, ocasionó la muerte de miles de alemanes y es una muestra fehaciente del resentimiento, encono y polarización social que provocan. No acaba de entenderse la lección y existen otros muros de ignominia, como el que divide las dos Coreas; el que avergüenza a miles o millones de israelitas construido por su gobierno para encerrar a los palestinos en la Cisjordania. O los que dividen en Irlanda a católicos de protestantes; los que separan India de Pakistán; Irak de Kuwait; el del norte de África para encerrar a los sarahuíes o la muralla para separar a los pobres de las favelas de Rio de Janeiro.

Un muro entre México y Estados Unidos no contendrá los flujos migratorios; acrecentará el sentimiento antinorteamericano que perdura en capas importantes de nuestra población y no ayuda a una relación bilateral de respeto, amistad y buena vecindad entre nuestros pueblos.