Carlos Landeros

Hace 50 años Elena Garro cimbró al mundo de las letras mexicanas con la publicación de su novela Los recuerdos del porvenir a quién Octavio Paz catalogó como: “Una de las creaciones más perfectas de la literatura hispano mexicana contemporánea”. Su publicación provocó un leve temblor de tierra, preámbulo del terremoto que comenzó, como todos los terremotos que provocaba Elena, y que aún ahora, cincuenta años después, continúa interesando no solamente al mundo de las letras mexicanas. A decir de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, la Garro es la más preclara precursora  del llamado “realismo mágico”.

Cuando Elena publicó Los recuerdos del porvenir, la Garro tenía 41 años y fue en 1968 cuando su publicación coincidió con la matanza de Tlatelolco en octubre del 68, la imposición de varias dictaduras latinoamericanas, “Cuba sí, Yanquis no”, cuando aún los ecos del concierto de Woodstock no se esfumaban y los Beatles eran recibidos en los escenarios y fuera de ellos con los gritos de la juventud histérica de entonces, y de siempre, las protestas por la guerra de Vietnam, las marchas por la igualdad racial de Estados Unidos, el fin de los regímenes coloniales, los movimientos de liberación en Argelia y el Congo, las barricadas en Paris en mayo. Franz Fanon y el Che, Janis Joplin y Martín Luther King, Ben Bella, Bob Dylan y Patricio Lumumba, los Rolling Stones y Malcom X y dentro de este contexto se publican como raya en el agua, Los recuerdos del porvenir.

Elena recibió, según sé, un sólo premio en narrativa durante su vida y ese fue el “Xavier Villaurrutia”, por Los recuerdos del porvenir. Esos galardones, a Elena nunca le importaron. Ella estaba consciente del valor de sus obras,  algunas le gustaban poco y yo no la contradecía. En alguna ocasión me dijo refiriéndose a algunos de los escritores premiados y tarareando con su voz seductora el corrido de “La tumba de Villa”, que a la letra dice: “Son hojas secas que levanta el vendaval”. “Nunca olvides que el tiempo es justiciero y vengador, me decía, y que al final del sendero cada cual ocupará el sitio que le corresponda, o quizá simplemente nos lleve el misericordioso olvido”. Existen escritores que publican un libro tras otro,  pero cuando no hay talento, al decir de Elena, “esos no son escritores, son junta palabras”. Y mencionaba algunos nombres que obviamente no revelaré. No me gustaría morir ahorcado o destrozado por La familia o los Zetas.

“De los libros inolvidables uno aprende de memoria al menos el primer párrafo, o esa lectura nunca existió, se la llevó el agua del tiempo” dice el escritor Sergio Ramírez.

Al compartir su opinión, me gustaría leerles el primer párrafo con el que inician Los recuerdos del porvenir para que comprueben por si mismos, el valor de un libro que conforme pasan los años se lee con el mismo o mayor interés que la primera vez, como suele suceder cuando un libro resiste al tiempo y se convierte en clásico.

“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y cómo el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”.

Al releerla, 50 años después, su autora me envolvió nuevamente, con su prosa poética y sabía, sus hojas revolotearon una vez mas entre mis dedos y sus personajes reaparecieron ante mí y por instantes volví a mirarlos, con mis propios ojos.

Al inicio de la novela, siento aún más fuerte la presencia del alter ego de Elena en la voz de su protagonista omnipresente que es el pueblo de Ixtepec ¿o será solamente mi imaginación?

Y me pregunto, ¿han envejecido Los recuerdos del porvenir al igual que los veinteañeros de los sesenta y de los que estábamos conscientes de que sin los sesentas no existirían los setentas? Ha pasado medio siglo y el resplandor que emana de este libro continua deslumbrándonos a través del tiempo.

Y al final de su novela, me pregunto también, si la misma Isabel Moncada, no es la otra cara de la misma Elena, cuando se condena por siempre y para siempre en su epitafio que lo grava en la misma piedra del comienzo que dice:

“Soy Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada, en el pueblo de Ixtepec el primero de diciembre de 1907. En piedra me convertí el 5 de de octubre de 1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez. Causé la desdicha de mis padres y la muerte de mis hermanos Juan y Nicolás. Cuando venía a pedirle a la Virgen que me curara del amor que tengo por el general Francisco Rosas que mató a mis hermanos, me arrepentí y preferí el amor del hombre que me perdió y perdió a mi familia. Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos”.

¿Elena estaría consciente de que era ella misma quien sin imaginarlo escribió su propio epitafio? ¡Quien sabe! Elena Garro me repitió en varias ocasiones: “Carlos, durante mi vida me equivoqué en todo”.

Cuando murió Elena publique, diez años después de su partida, un libro como tributo y admiración a la escritora y en recuerdo de la entrañable amistad amorosa que compartimos durante casi cuarenta años. Al libro lo titule, Yo, Elena Garro, cuyo principio inicia con una carta que supuestamente Elena me escribe diez años después de su muerte, de la cual únicamente, no se espanten, les leeré el comienzo:

“Soy Elena Garro, nacida de José Antonio Garro y Esperanza Navarro de Garro en la ciudad de Puebla el 11 de diciembre de 1917. En piedra me convertí, como mi personaje Isabel Moncada, el 22 de agosto de 1998, delante de los ojos espantados de mi hija Helena Paz Garro. Causé la desdicha de mi marido Octavio Paz, al igual que él causó la mía. No quise escuchar los consejos de mi padre, quien sabiamente me advirtió de no casarme, porque creía que no era el hombre indicado para mí. Lo desobedecí y Octavio y yo nos casamos sin haber cumplido mis dieciocho años, únicamente cegados por el amor revuelto con admiración y envidia, que desde estudiantes sentimos el uno por el otro. Años después, esa mezcla de sentimientos se me convirtió en odio y rencor, cuando Octavio intentó cortarme las alas al pretender que dejara de escribir. Por las interminables desavenencias que tuvimos no fuimos buenos padres y causamos involuntariamente la desdicha en que se convirtió la  vida  de nuestra única hija.”

Hasta aquí el primer párrafo. Y en la posdata de su carta imaginaria dice así: “Si deseas que te aclare algo, consulta nuestras charlas y mis libros. Ahí encontraras las respuestas”. ¿No creen ustedes que entre el personaje de Isabel Moncada y el de Elena Garro existe un cierto paralelismo más allá de lo literario?

Para terminar, estoy convencido que Los recuerdos del porvenir, es una novela sin tiempo. Elena Garro es una escritora que se ha ido a mundos lejanos, cuya obra siempre está y estará presente.