¡VIVA LA DISCREPANCIA!
Necesario quiebre estratégico de timón
Raúl Jiménez Vázquez
El requerimiento del Comité de la ONU de los Derechos del Niño al Estado Vaticano para que rinda un informe pormenorizado sobre los actos de pederastia eclesiástica perpetrados alrededor del mundo ha hecho de éste un caso que amerita ser analizado.
La intervención internacional en torno a esta grave y muy delicada problemática no surgió de la noche a la mañana, sino que es el fruto de un largo proceso en el que se hicieron patentes diversos factores cuya armonización propició la aparición de una insólita patología organizacional. Sobresalen la ceguera y tremenda rigidez mental con la que se condujeron los jerarcas que en su momento tuvieron conocimiento de los hechos, quienes soslayaron las señales de alerta, rehusándose a hacer contacto con la realidad, negándose a aprender de la experiencia y desatando una espiral de estulticia que condujo al desastroso resultado que ahora ocupa la atención de dicho Comité.
Su materialización igualmente estuvo alimentada de otros elementos relevantes: soberbia, menosprecio de la dignidad humana, desdén hacia las víctimas, apuesta por la desmemoria y el olvido, esclerosis institucional, acuerdos a puerta cerrada, impunidad e inexistencia de una cultura de rendición de cuentas. Nada de esto, empero, habría sido posible sin el funcionamiento de una férrea cadena de mando sustentada en el verticalismo, la obediencia a ultranza y la falta de autocrítica. Estamos sin duda en presencia de un suceso digno de ser agregado al listado de fracasos históricos reseñados en la obra de Bárbara Tuchman La marcha de la locura.
La tragedia que ahora envuelve al Vaticano puede condensarse en lo que podría denominarse el Síndrome del Titanic, aquel poderoso trasatlántico cuyo hundimiento fue consecuencia de la incapacidad de su capitán para reconocer los icebergs en el horizonte. Éste es, sin duda, el más preciado aprendizaje significativo que debe hacer suyo el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Gigantescos bloques de hielo están a la vista y no pueden ser disimulados o enmascarados en forma alguna: el genocidio de Tlatelolco y demás crímenes de Estado que permanecen impunes, las decenas de miles de desaparecidos de la guerra sucia y de la guerra antinarco, las más de cien mil vidas sacrificadas durante el sexenio pasado, la denuncia instaurada por ese motivo ante la Corte Penal Internacional, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos detalladas en la Evaluación Periódica Universal del 2009, así como los fuertes señalamientos formulados por el Tribunal Permanente de los Pueblos, el Relator sobre Ejecuciones Extrajudiciales, el Relator contra la Tortura y el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas, estos tres últimos pertenecientes al sistema de las Naciones Unidas.
A fin de no ser presa de este singular síndrome la actual administración debe tirar por la borda la extraviada hoja de ruta del régimen calderonista e imprimir al timón el imprescindible quiebre estratégico.
