LA REPÚBLICA

 De plantones y bloqueos

Humberto Musacchio

La población de la ciudad de México está enojada. Los conductores de vehículos se quejan de los embotellamientos, los taxistas prefieren quedarse en su casa, los usuarios del transporte público dejan en sus viajes más horas de las habituales y los peatones deben caminar más para llegar a su destino.

Las tiendas de campaña llenan el Zócalo y las calles aledañas. Cruzar de 20 de Noviembre a la Catedral es una aventura que obliga a caminar por estrechísimos corredores entre las tiendas, a rodear o saltar obstáculos, cuando no a marchar completamente agachados porque las correas que sostienen los techos del campamento están, en ocasiones, a menos de un metro del suelo.

Los profesores en plantón generan y sufren basura, peste y suciedad. Los pocos excusados portátiles resultan insuficientes y la falta de agua complica la higiene personal, el lavado de ropa y la preparación de comida. Pero los maestros soportan tan adversa situación con un estoicismo que nace de la convicción profunda, de la indignación ante la falta de respuesta a demandas levantadas durante años, décadas incluso.

Los docentes son acusados de abandonar a sus alumnos, pero los críticos olvidan que esos mismos alumnos (y por supuesto sus mentores) están olvidados desde siempre por el Estado, pues en sus escuelas se vive permanentemente una situación como la del Zócalo, sin muebles, con techos precarios, sin agua corriente, sin excusados…

Los maestros tienen razón en protestar, tienen sobradas razones para hacerlo. Es cierto, despliegan su rebeldía en formas poco comedidas, pero está en curso una reforma que amenaza dejarlos sin empleo, sin ingresos. Se arguye que no están calificados para la enseñanza, pero su preparación la recibieron del mismo Estado que ahora les exige que sepan lo que no les enseñó.

Un amplio sector de los medios de comunicación pide a gritos que las autoridades aplasten lo que tachan de insolencia. Por supuesto, esos apóstoles del garrote no se detienen a pensar en las consecuencias de una represión que por la naturaleza del movimiento tendrá que darse en gran escala. Mejor será agotar las vías de negociación y la búsqueda de acuerdos.

Con la delincuencia apoderada de amplias zonas del país, con la insurgencia magisterial reactivada por la reforma, con otros movimientos sociales en las calles, el gobierno federal deberá caminar con extrema cautela. La yerba está muy seca y en todos lados brotan chispas. Un paso en falso puede llevarnos a todos al despeñadero.