LA REPÚBLICA
Se ha perdido el control
Humberto Musacchio
La docena trágica del panismo dejó herencias que pesan sobre las espaldas de México. Uno de esos legados malditos es la descomposición social de Michoacán, entidad donde los tres partidos mayores han mostrado una monumental incapacidad para restablecer el imperio de la ley, garantizar vida y propiedades de las personas y encaminar el estado hacia una existencia productiva.
Amplias zonas de Michoacán son hoy tierra de nadie. Lo reconoció el propio presidente Enrique Peña Nieto el pasado 23 de julio, cuando un reportero le preguntó si el gobierno había perdido el control y la respuesta triste, desalentadora, fue: “Yo creo que se ha perdido —dijo el Ejecutivo—, ha habido espacios que se han dejado o que ha ganado lamentablemente el crimen organizado”.
En efecto, si en alguna parte las instituciones han perdido el control de la situación es en Michoacán, que curiosamente ha sido uno de los principales escenarios de la estúpida guerra declarada por Felipe Calderón. Pero quien va a la guerra sin estrategia está condenado a perderla. Eso precisamente le ocurrió al michoacano que se apoderó de la Presidencia de la República de cualquier manera. Los costos están a la vista.
Calderón creyó que bastaba con ponerse a soltar balazos para espantar a la delincuencia, pero lo que hizo fue sacudir el avispero y empeorar las cosas. La sospechosa relación de sus colaboradores con Chenli Yi Gon fue una muestra de que algo andaba mal. Se dijo también que la represión no era pareja, sino que se encarnizaba con unos grupos y dejaba a salvo a otro u otros.
A las presumibles complicidades con personas y grupos tan poco recomendables, hay que agregar la inconsistencia con que se manejó a las fuerzas federales y, sobre todo, el no entender que la guerra es la continuación de la política por otros medios, no su reemplazo. El resultado se observa en el desgobierno en que vive Michoacán.
Al desastre heredado, el nuevo gobierno agrega sus propios yerros. Ante el evidente desorden, en lugar de solicitar al Congreso la desaparición de poderes, prefiere mantener la ficción de unas instituciones que no funcionan, continúa con los balazos y no aplica un plan general y bien delineado para controlar la existencia y funcionamiento de los grupos de civiles armados.
Se ha llegado al colmo de que los civiles inmovilizaran a una fuerza militar, pues la gente sabe que los uniformados llegan y los delincuentes se esconden, pero al irse la fuerza pública los malos salen de sus madrigueras y todo vuelve a la ominosa normalidad. Sí, en efecto, se ha perdido el control.