LA REPÚBLICA

 

La riqueza de las “compañías”

Humberto Musacchio

El petróleo es, ha sido, un patrimonio maldito. López Velarde lo vio con lucidez poética cuando le cantó a la Suave Patria: “El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros de petróleo el diablo”. Y en efecto, esa inmensa riqueza ha sido saqueada por las empresas extranjeras, entregada por mexicanos que aspiran a ser gringos y saboteada por un sindicato archicorrupto.

Fue Maximiliano —¿quién si no?— el que expidió las primeras concesiones petroleras a empresas privadas, las cuales fracasaron. En 1884 una ley minera revocó los derechos de la nación sobre las riquezas del subsuelo y Cecil Rhodes —sí, el creador de la seudorepública de Rhodesia—  inauguró la costumbrita engañabobos de ponerle un adjetivo local a las filiales de las firmas metropolitanas y fundó la Mexican Oil Corporation, que dependía de la London Oil Trust Corporation. Por suerte, aquel plutócrata sinvergüenza no tuvo éxito y siguió en África, ocupado en la extracción de diamantes con mano de obra esclava.

Los años de la Revolución fueron también de un gran auge petrolero. Las diversas facciones procuraban no confrontarse con las guardias blancas de las trasnacionales, en las cuales destacó el general Manuel Peláez, quien organizó y encabezó un ejército mercenario, pagado por las llamadas compañías, las que incluso se dieron el lujo de contar con un diputado en el Congreso Constituyente, Felix F. Palavicini, que era un agente bien pagado de las firmas petroleras.

El Estado posrevolucionario, agobiado por levantamientos, corrupción y una feroz competencia por el poder entre los propios generales triunfantes, a duras penas podía recabar los gravámenes que debían pagar las empresas petroleras, las que por supuesto, pese a la desesperada situación del erario, bloquearon todo intento de que les fuera impuesta una carga fiscal que correspondiera a sus inmensas ganancias.

De modo que para el fisco y los particulares eran las migajas de una formidable riqueza que explotaban en su beneficio las compañías. Tuvo que ser un gigante como Lázaro Cárdenas, el que ante la rebeldía de las trasnacionales y después de agotar todas las instancias legales, optó por la expropiación petrolera y convocó a los trabajadores petroleros a mantener operando la industria y al país entero a movilizarse en apoyo de aquel acto de soberanía.

Desde entonces, en las escuelas se nos enseñó que la expropiación era un acto patriótico, un alto ejemplo de cómo se defiende la soberanía. Hoy pretenden convencernos de que es bueno entregar la riqueza de la presente y de futuras generaciones.