Obama no ve la suya

Bernardo González Solano

Ningún presidente de Estados Unidos, por más exitoso que sea, sabe dónde podría toparse con su némesis. Quizás con excepción del primero, George Washington —que por cierto medía 1.88  metros de estatura, casi tres centímetros más que el actual—, hasta el 44º, Barack Obama, ésta siempre los ha perseguido. Por razones muy diferentes.

Hace seis años, cuando el futuro de Obama era tan promisorio —pasaría a la historia como el primer presidente negro en la historia de la Unión Americana, a 150 años del fin de la esclavitud y cinco décadas de las marchas por los derechos civiles y del discurso de Martin Luther King Jr., “I have a dream”—, nunca imaginó que su némesis se daría con el escándalo de Wikileaks (con Julian Assange, el australiano refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, y el soldado Bradley Manning, recién sentenciado a 35 años de prisión por filtrar en 2010 miles de documentos secretos de la diplomacia estadounidense), y más recientemente con el analista de la Agencia Nacional de Seguridad, Edward Snowden, que hizo lo propio con miles de documentos confidenciales que revelaron el espionaje mundial del Tío Sam, a propios y extraños, que fue asilado por un año en Rusia, y el periodista americano Gleen Greenwald que ha publicado en el periódico inglés The Guardian los documentos robados por el exanalista.

Indecisión y parálisis

Cercado por el escándalo del espionaje y atrapado en crisis internacionales sin claras opciones, Obama intenta combatir la sensación de indecisión y parálisis en que se encuentra su presidencia, pronunciando discursos sobre graves y acuciantes problemas de los estadounidenses. Hasta ahora, la estrategia no le ha funcionado y su nivel de popularidad está más bajo que nunca.

Con poco más de tres años de su segundo y último periodo presidencial podría parecer tiempo suficiente para revertir esta situación, pero en realidad no es así. En 13 meses más, habrá elecciones legislativas, lo que representa que pronto los miembros del Congreso verán por sus propios intereses y no por los de Obama o los de su propio partido, republicanos o demócratas.

La política es así y ahora corre el riesgo de no ver que sus principales reformas —especialmente la migratoria que debería preocupar más a México— se hagan realidad. Obama puede convertirse, muy pronto, en lo que los estadounidenses llaman lame duck (“pato cojo”: que significa que es un presidente con un poder real muy bajo porque su mandato está cerca de finalizar), antes de tiempo. Es evidente.

Algunos analistas señalan que Obama podría recuperar algo de prestigio y poder el miércoles 28 de agosto, cuando hablaría desde la escalinata del monumento a Abraham Lincoln, en Washington, con motivo del cincuentenario del histórico discurso —“I have a dream”— que pronunció, allí mismo, el activista de los derechos civiles, Martin Luther King Jr. en 1963.

Podría ser, Obama es indudablemente un gran orador, pero las circunstancias que vive —nacional e internacionalmente— no son las mejores. Los documentos publicados por WikiLeaks y los filtrados por Snowden a The Guardian (The New York Times acaba de asociarse con el periódico inglés para también publicar esos documentos), han sido un misil en los pies de Obama.

El escándalo no ha parado. No era para menos, esa fue la primera de una larga de filtraciones que incluían cables diplomáticos, declaraciones de presos de Guantánamo o videos sobre la guerra, entre los que se cuentan las fotografías de un helicóptero Apache disparando sobre iraquíes en el que había varios niños.

Según el abogado defensor, el soldado Manning —que un día después de ser condenado a 35 años de cárcel puso más sal a la herida al escándalo, manifestando su deseo de vivir como mujer e iniciar el tratamiento hormonal para cambiar de sexo, y llamarse, de ahora en adelante, Chelsea E. Manning— no soportó la impresión de los acontecimientos que presenció en Irak, lo que unido a su “idealismo”, lo llevó a filtrar el material secreto. El propio Manning reconoció que su intención había sido la de generar un debate. “Yo creía que iba a ayudar a la gente, no a perjudicarla”.

La puntilla

Motivos y razones aparte, el proceso del ahora famoso soldado Manning ha puesto, en tela de juicio, la función de los filtradores en el mundo de la Internet, originando dudas sobre si, con la entrega de datos a los medios de comunicación, llevan a cabo una labor de servicio público en aras de la libertad de expresión e información o ponen en riesgo la seguridad nacional. Debate que se ha avivado tras las filtraciones de Snowden que dio la puntilla a la desprestigiada Casa Blanca. Por el momento, Snowden está a resguardo en Rusia, por órdenes de Vladimir Putin. A semejanza de Manning, Snowden ha sido acusado de espionaje.

El caso de Manning y de Snowden ha dividido la opinión pública. Hace dos semanas, Obama en una conferencia de prensa  dijo: “No veo a Snowden como un patriota. El hecho es que está acusado de tres delitos, y si cree que lo que hizo es justo, entonces puede presentarse aquí, como pueden hacerlo todos los ciudadanos estadounidenses, ante un tribunal, con un abogado, para defender sus derechos”.

Desde el 6 de junio último, todo mundo se acostumbró a la juvenil presencia de Snowden, que puso al descubierto el programa de espionaje masivo Prisma realizado en secreto por el gobierno estadounidense. La revelación originó infinidad de reclamaciones por parte de los países aliados de la Casa Blanca, en Europa y en América Latina.

Esta filtración, publicada por The Guardian dio a conocer que la Agencia Nacional de Seguridad pagó millones de dólares a Google, Yahoo, Microsoft y Facebook para cubrir el costo de su participación en dicho programa. Estas empresas recibieron los fondos de la organización de espionaje para adaptarse a la sentencia dictada en octubre de 2011 por el Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Exterior que actúa bajo la norma de secretos oficiales. Esta información representa la primera prueba de una relación económica entre dichas empresas con el gobierno en relación con la vigilancia masiva de las redes sociales y los teléfonos de los usuarios nacionales y extranjeros.

 

Más “activista” que “periodista”

Al publicar esta nueva información, The Guardian responde al acoso que dice haber sufrido por parte del gobierno británico desde que comenzó a publicar los documentos entregados por Snowden a Gleen Greenwald, el blogeer estadounidense de 46 años de edad, reconocido polemista, autor de infinidad de artículos y de libros sobre la vigilancia del Estado a la sociedad, defensor de las libertades públicas, que declaró a Le Monde en una entrevista telefónica desde Río de Janeiro, que él se consideraba más como un “activista” que como un “periodista”.

Abogado de profesión, Greenwald abandonó esa profesión e ingresó en el escenario mediático cuando creó su blog en octubre de 2005. Dos meses más tarde en The New York Times reveló un gran escándalo de vigilancia ilegal realizada por la Agencia Nacional de Seguridad. Greenwald realizó su primer combate y su blog fue citado hasta por el Senado y, obvio, por los grandes medios.

Así, el domingo 18 de agosto, fue arrestado —e interrogado durante 9 horas—, en el aeropuerto de Heathrow (Londres), el novio de Greenwald, el brasileño David Miranda, aplicándole la ley antiterrorista en una acción que ha denunciado por la vía legal. La policía informó que entre el material informático que se le incautó había “decenas de miles” de documentos confidenciales de la inteligencia británica.

Otro episodio de este truculento caso, cuyos dos de los principales protagonistas son homosexuales. Simple coincidencia. El asunto todavía va para largo y Obama podría pagar las consecuencias.