NUESTRO TIEMPO
Al rescate del liderazgo perdido
José Elías Romero Apis
El presidente Enrique Peña Nieto se ha aplicado al rescate del perdido liderazgo latinoamericano, con el auxilio del canciller José Antonio Meade. En el pasado, México ejerció un liderazgo latinoamericano a través de una política de dignidad, de solidaridad y de identidad.
Evoco uno de los momentos más luminosos de nuestra política exterior: la digna postura en la que se instaló México durante la crisis cubana de los años sesenta. En la ruptura cubanonorteamericana, Estados Unidos promovió que los países miembros de la OEA excluyeran a Cuba de la organización panamericana. Todos aceptaron u obedecieron la solicitud estadounidense.
He tenido en la mente, durante muchos años, una imagen que no puedo y no quiero olvidar, por el orgullo que se infunde como mexicano. En el vestíbulo de la residencia de la embajada de México, en La Habana, vi una fotografía en tonos sepias, amplificada a dimensiones de mural. La imagen refleja a la Junta de Cancilleres de la OEA, en la histórica noche cuando se resolvió la exclusión de Cuba. Todos los cancilleres del continente aparecen con la diestra levantada, votando por la exclusión. Todos, menos uno. Sólo el canciller Manuel Tello permanecía con las manos abajo. Sólo él y el embajador Vicente Sánchez Gavito estaban solos en medio de todos. Sólo México estaba solo.
Por eso mismo, un par de años después, cuando la crisis de los misiles cubanos, la postura de México fue en el mismo sentido que la de Estados Unidos.
Más tarde, en los años ochenta, Centroamérica se encontraba sumida en una profunda crisis política. El presidente Ronald Reagan caía en la tentación de incursión y derribamiento. El futuro estaba cargado de premoniciones. Un incendio en la región equivaldría para nosotros en una catástrofe. Más o menos como si explotara la casa del vecino.
El gobierno mexicano comprendió que había que hacer algo y se aplicó a promover un frente de diálogo, de negociación y de contención. Se le llamó Grupo de Contadora. El resultado fue muy exitoso. México conjuró un peligro de consecuencias todavía hoy incalculables.
La diplomacia mexicana logró reconocimientos mundiales. La “escuela de Tlatelolco” tuvo insignes diplomáticos. Podría decirse que se inició a mediados del siglo XIX con Matías Romero y se consolida con los gobiernos revolucionarios del siglo XX con mexicanos como Ezequiel Padilla, Jaime Torres Bodet, Luis Padilla Nervo, Manuel Tello, Vicente Sánchez Gavito, Justo Sierra, Antonio Carrillo Flores, Alfonso García Robles, Bernardo Sepúlveda y Fernando Solana.
Pero nos acabamos en unos cuantos años. A base de insolencia, de grosería y de estulticia el hermano mayor se convirtió en “el pariente incómodo” y llegó el momento en que nadie quería saber de nosotros en los gobiernos de la América Latina.
En buena hora por la búsqueda de ese rescate.
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