Liturgia

La violencia no es un argumento

Teodoro Barajas Rodríguez

La agitación permanente, como tradición, observamos en nuestro país; marchas, protestas y demás manifestaciones para plantear desacuerdos. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación mantiene su accionar típico.

Se gana la calle que antes estuvo vetada por otros gobiernos en los tiempos en que la disidencia fuera asfixiada de allí, porque se optaba por la vía armada a través de guerrillas. Las condiciones son otras en el siglo XXI, aunque los excesos son evidentes.

Digo la calle que se ha ganado porque en otro tiempo y lugar miles de personas desfilaban por las avenidas de Washington, día 28 de agosto de 1963, para reclamar los derechos civiles en medio de un sofocante infierno de segregación, racismo y desdén. Martin Luther King encabezaba la marcha hasta situarse a la sombra del monumento a Abraham Lincoln, el mismo que abolió la esclavitud en Estados Unidos y librara la guerra civil del norte contra el sur.

Hace cincuenta años del episodio registrado en la memoria, medio siglo de haberse pronunciado el vigoroso discurso de “yo tengo un sueño”, el cual de alguna manera continúa bordando los terrenos de la utopía.

El racismo es una gran mancha en la historia de la humanidad; desde tiempos muy antiguos operó la primera división social con el surgimiento de la esclavitud, los seres humanos fueron cosas carentes de cualquier derecho, como lo ilustra, por ejemplo, la historia de Roma.

A diferencia de muchas protestas que están infiltradas por el virus del odio, Luther King —galardonado con el Premio Nobel de la Paz un año después— presentó otros argumentos: “Para no beber de la copa de la amargura, debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina”.

La discriminación aún continúa, seguramente matizada, pero sigue viva. Nuestro país también padece de esos males, acaso porque la naturaleza humana tiene el mismo talante en Nueva York, Madrid o Michoacán.

En los últimos días, las protestas magisteriales han dejado un saldo negativo porque la violencia no puede equipararse a un argumento, porque no es posible que se cancelen clases y continuemos en un tobogán.

Las medidas gubernamentales no se despojan del centralismo atroz que padecemos, acaso porque se aplica el método maquiavélico que dice que el poder no se comparte.

La educación en México es una asignatura relevante que no se mejorará con el fanatismo ni con exclusión de iniciativas. Lo que puedo decir es que sueño con que la voluntad de los actores involucrados se exprese efectivamente para que lo más importante, los estudiantes, no se queden sin los conocimientos que sean útiles para una auténtica liberación. Que se aborrezcan las malas prácticas, pero no la ciencia ni el humanismo.