LA REPÚBLICA

Privatización petrolera, puerta falsa a un progreso ilusorio

Humberto Musacchio

Las épocas de inestabilidad son propicias para las tendencias centrífugas. No es balde, don Jorge Guillermo Federico Hegel hablaba de que los procesos en ascenso tienden a la unidad, pero los que van para abajo pueden desembocar en la atomización.

Desde hace muchas décadas México no había experimentado, como hoy, una profunda y combinada conjunción de factores que nos tienen en una crisis económica, política y social. Desde los años del cardenismo, nunca el país había vivido en la inseguridad de hoy, cuando zonas enteras del territorio nacional se hallan al margen de las instituciones.

Requisito indispensable para dale salida a esa múltiple crisis es el crecimiento de la economía, con la consecuente creación de empleos, la reactivación de las inversiones y la apertura de oportunidades —de esperanzas— para una sociedad que desde hace tres décadas soporta que el PIB crezca menos que la población y la riqueza se reparta cada vez peor.

La única “solución” que avizora la derecha es la privatización de los beneficios del petróleo, que no de Pemex, empresa que durante treinta años ha sido sometida al saqueo fiscal y la descapitalización. Hoy quieren que nos avergoncemos de aquello de aprendimos en la escuela: que el petróleo es nuestro y que la gesta cardenista es motivo de orgullo.

Pero privatizar el petróleo traerá a México, según datos de Wall Street, apenas 30 mil millones de dólares, que no son la gran cosa si se recuerda que las remesas de los mexicanos en el extranjero pasan cada año de los 20 mil millones de billetes verdes. En esas condiciones, la privatización petrolera, además de ser la puerta falsa a un progreso ilusorio, es también, y eso es lo peor, un motivo más de división entre los mexicanos.

Y mientras el país se enfrasca en ese debate, el Estado mexicano padece una interminable cadena de reveses que se expresan en el secuestro de decenas de soldados —¡de soldados!—, muestra del desgobierno que priva en amplias zonas de Tamaulipas, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y Tabasco, por citar sólo cinco entidades. La población ha formado  guardias comunitarias para hacerle frente a los ejércitos del crimen organizado. Ya no existe el imperio de las instituciones en varios puntos de la república y cuando el Estado se ausenta emergen las tendencias centrífugas.

En este negro contexto, no es casual que nuevamente se escuchen en el Soconusco los gritos del soberanismo que hoy pide constituirse en entidad federativa y mañana no querrá pertenecer más a México. Así de grave es la situación. Y todo lo quieren resolver enajenando la riqueza nacional.