Hay que acelerar el paso y jugársela por México
Enrique Herrera
Se fueron desdibujando los programas, se fueron olvidando los intereses superiores de la nación: salud, educación, trabajo, cultura, seguridad. Nos dijeron, reiteradamente, que era la economía de mercado y las globalizaciones las que determinaban agendas y prioridades. El resultado es una nación devastada por la inseguridad y el miedo.
Proyectos para la niñez y la juventud fallecieron por falta de presupuesto. La cultura, siendo la infraestructura fundamental del ser y del saber, se sometió al ahorro, ideas peregrinas del funcionario de finanzas corto de entendederas y de vista, que la convirtió en algo subalterno, sólo adorno pasajero, al límite de la limosna, cuando ella es la que da estatura y peso específico a una colectividad. Olvidamos que la cultura es cultivo, es convivencia, es solidaridad, es arte y conocimiento, es filosofía y vida. A la escuela le quitamos recursos y espacios; decenas de miles de jóvenes se quedaron sin posibilidades de educación media y superior. Al deporte, parte fundamental de la prevención del delito, no le dimos la importancia que llegó a tener antaño, formando así generaciones desprovistas de salud (primer lugar en obesidad infantil) y de disciplinas que los alejen del fácil camino del alcohol y de las drogas.
Pero estábamos felices; una economía macdonalizada que, además de no darnos mucho, consolidaba grupos privilegiados ajenos al espíritu nacional. Y ahora nos asombramos de que hayamos logrado una juventud sin futuro y sin esperanza; imponiéndose una mediocracia atenta a los vaivenes de los mercados y a los caprichos de los inversionistas.
Todo el que medianamente sepa lo que es el difícil arte del gobierno y, además, reconozca lo que significa la razón de estado se ha felicitado por el cambio de actitudes y de políticas. Prevenir el delito es entre otras facultades una de las más importantes tareas de la Secretaría de Gobernación, hoy retomando venturosamente las funciones rectoras que nunca debió perder, pareciera que se trataba en el pasado reciente de privilegiar los fenómenos de anarquía, olvidándose que sin orden, paz social y democracia real no hay nación que en el momento actual pueda salir adelante.
Aunque se diga lo contrario, democracia sin un Estado fuerte es ficción, hegemonía de grupos oligárquicos, desnacionalización creciente. No olvidemos que cualquier política de prevención fracasará si paralelamente lo que ven las nuevas generaciones es impunidad y corrupción; si nadie es responsable de nada frente a los demás, qué podemos esperar; prevención es deontología, justicia es práxis.
“Justicia sí, pero no por mi casa” parece haber sido el lema predilecto. De la moneda de la democracia, algunos sólo se fijan en una sola cara, que es el derecho; y se olvidan de la otra que es el deber. Prevenimos el delito cuando el gobernante asume que Fray Ejemplo es el mejor predicador. No prediquemos pues lo que no practicamos. Cuando se quiere afirmar una cosa que se supone buena y defenderla, lo primero que hace falta es contrastarla con el hecho real. Porque si se vive sólo en la esfera de las músicas agradables al propio oído, olvidándose del suelo que se pisa, se corre el riesgo de inventar utopías, todo lo bellas que se quieran, pero utopías al fin.
Sabemos y lo aprendimos en los años que trabajamos en el sector público, que no hay mundos ideales y perfectos, pero sabemos también que la validez del Estado y de una genuina cultura, en cualquier lugar de la tierra, no se mide por el reino de los deseos sino por el reino de los hechos. El espejo del Estado es la sociedad que él gobierna y que ella sustenta. Si a lo que se aspira es a realizar verdaderamente la democracia con justicia, orden, libertad y paz, pues hay que hacerlo. Sin pretextos coyunturales, sin medias tintas, sin sofismas, con esa objetivación que todos deseamos ver efectiva. Ya sabemos que los actos de gobierno en la práctica no son fáciles nunca. Y también conocemos la multitud de remedios que circulan en todas las latitudes y en todos los recetarios. Pero independientemente de ello, hay que acelerar el paso y entrar de lleno a jugársela por el destino de México.
Corre el tiempo para Enrique Peña Nieto, y el implacable reloj de la historia así lo señala. Y vale la pena recordar como nos lo pedía Alfonso Reyes que “Si todo lo sabemos todo entre todos, todo lo podemos lograr todo entre todos”… no unos cuantos, sino todos, no lo olvidemos.


