Carmen Galindo
El pliego petitorio del 68 no era muy amplio. Demandaba la destitución del jefe y el subjefe de la Policía, así como del jefe de los granaderos y desaparición de este cuerpo represivo. Indemnización a los heridos, así como a los familiares de los muertos durante el movimiento. La supresión del artículo 145 bis del Código Penal Federal, que bajo el pretexto de “disolución social”, se utilizaba para llevar a prisión a los disidentes políticos, en especial a los comunistas. Demandaba la libertad de los presos políticos, que eran principalmente los dirigentes del Movimiento ferrocarrilero, encabezados por Valentín Campa y Demetrio Vallejo. Había muchos más, ya que estaban en prisión, entre otros, algunos periodistas, (uno de ellos llevaba el nombre de Filomeno Mata), los detenidos del movimiento médico o las víctimas de la represión en la Universidad Nicolaíta. (Elí de Gortari, -primo de Margarita de Gortari de Salinas- fue aprendido durante el movimiento de 68, pero es obvio que el gobierno lo tenía en la mira desde que fue rector de esta legendaria institución).
Exigía igualmente diálogo público, lo que equivalía a decir que los líderes no hacían acuerdos bajo la mesa, vale decir que no venderían el movimiento al gobierno. La dirección, colectiva, era el Consejo Nacional de Huelga, integrado por los Comités de lucha, representantes de cada escuela de la UNAM, del Poli e incluso de la Ibero. Como se aprecia, las demandas no eran estudiantiles, sino políticas.
Uno de los dirigentes principales, por no decir el principal, era Raúl Álvarez Garín. Él era el representante de los estudiantes presos ante las autoridades carcelarias, él fue el que tuvo la idea de la manifestación del silencio, él fue el que propuso regresar de Chile cuando fueron excarcelados por Echeverría y enviados a ese país. Hoy, Raúl preside la Comisión de la Verdad que consiguió el arresto domiciliario del ex Presidente Echeverría por su responsabilidad, como Secretario de Gobernación, en Tlatelolco. Raúl es, en fin, quien organiza año tras año las manifestaciones del 2 de octubre. En el texto de Daniel Molina Álvarez, publicado en este mismo suplemento, puede verse la larga participación política de Raúl en todos estos años, yo quiero referirme a su papel en los libros del 68 que fueron escritos y publicados en ese ambiente de represión y violencia que deja sentir el pliego petitorio.
La noche de Tlatelolco, Días de guardar y Los días y los años
Elena Poniatowska contó en una entrevista, publicada en nuestra efímera revista Crítica militante, que después del 68 iba a la cárcel, a Lecumberri, y nadie le hacía el menor caso. Hasta que un día habló con Raúl y le contó que deseaba escribir un libro con los testimonios de la gente que había vivido el 68, entre ellos principalmente los líderes presos. Raúl, cuenta Elena, les dijo a todos que era importante hablar con ella. No se equivocó y surgió ese mural polifónico que es La noche de Tlatelolco. Ahí están registrados, entre cientos de voces recuperadas por la grabadora (y la sensibilidad) de su autora, los testimonios de Gilberto Guevara Niebla, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Félix Hernández Gamundi, Salvador Martínez della Rocca (el Pino) o Eduardo Valle (El Búho).
Mi padre trataba (y no tanto, porque el movimiento siempre contó con su apoyo) de sacarnos a mi hermana y a mí del movimiento y terminó por llevarnos a Acapulco para alejarnos del peligro, al menos por una semana. (Ustedes no saben lo peligroso que es el gobierno decía y nunca me atreví a confesarle que justamente fue lo que aprendimos de una vez y para siempre: en un acelerado aprendizaje de dos meses y unos cuantos días, miles de jóvenes vimos el verdadero rostro del Estado). Ahí, a Acapulco, llegó Carlos Monsiváis y en un café de la playa la Condesa, de unos amigos suyos, mientras la música de fondo, lo recuerdo perfecto, era “Young Girl”, hizo la crónica de viva voz de la manifestación del silencio, una marcha, como todas las del 68, multitudinaria, en que los muchachos iban sin hablar, algunos con tela adhesiva sobre la boca, para decirle al régimen que se trataba de un movimiento pacífico y que los violentos, eran ellos. “No hay gorilas, no hay desorden” fue uno de los gritos del movimiento que esta vez caminaba en silencio. La consigna era la mano en alto con la V de la victoria. Conforme Carlos comenzó a contarnos se puso a llorar también en silencio. Años después, el memorable texto de Monsiváis titulado “La manifestación del silencio” se desprendió del volumen de Días de Guardar y en forma de separata fue publicada por Punto crítico, la organización política encabezada por Raúl. Se trata de unas cuantas páginas con una portada minimalista blanca toda, las letras del título y el autor, en rojo.
Debo decir que durante el 68, no conocí a Raúl, pues lo traté hasta que fue “excarcelado” y regresó de su exilio en Chile. Yo iba a escribir una nota sobre otro libro del 68: Los días y los años, de Luis González de Alba, quien era otro preso del movimiento y representante, con Roberto Escudero, (que estaba exiliado) de mi Facultad de Filosofía y Letras. Sorpresivamente, recibí un recado desde la cárcel del propio Raúl, quien me pedía que en mi nota (para el suplemento, entonces dirigido por Fernando Benítez La cultura en México, de la revista Siempre) dijera que algunos de los rasgos de los líderes (léase Salvador Martínez della Rocca, el Pino) habían sido exagerados por el novelista. Me imagino que Raúl se enteró de mi propósito por algún comentario de Alejandro Álvarez Béjar, pues Alejandro, primo de Raúl, estudiaba, como mi hermana, Economía y eran muy amigos. De esta manera, también Raúl estuvo presente en el libro de Luis con quien, dicho sea entre paréntesis, yo y otros amigos hemos tenido más tarde muy serias diferencias políticas. Sólo menciono una de ellas, su idea de que el 68 había sido, como el París de Hemingway, (que tampoco lo fue) una fiesta.
Los procesos del 68
Varios años después, Raúl Álvarez Garín promovió la publicación de un grueso volumen titulado Los procesos del 68, que reunía los alegatos de los principales presos políticos. Y más tarde, yo recuerdo que Raúl me pasó una reedición de este libro, pero en el discurso de Daniel Molina Álvarez, que leyó en el homenaje a Raúl en la Sala Covarrubias, se dice que se trata de una selección de este libro, con los alegatos jurídicos de José Revueltas, el propio Raúl y creo que otro compañero (¿Eduardo Valle, el Búho? De cualquier manera, recuerdo el comentario de Raúl: “están muy fuertes (este adjetivo es su predilecto para elogiar algo), lee lo de Revueltas, todavía sigue vigente”.
La estela de Tlatelolco
Para quien quiera conocer el movimiento desde adentro está el libro de Raúl que tituló hermosamente La estela de Tlatelolco, triple referencia al monumento que también promovió Raúl, mediante colecta popular, en Tlatelolco; a las piedras talladas prehispánicas y a la estela o huella de agua que deja una embarcación en el mar o en un río. Este libro lo publicó, primero, editorial Grijalbo, y después circuló en la edición de los compañeros de la editorial Ítaca.
El libro se presentó en el Centro Cultural San Ángel, dirigido en ese entonces por la actriz Selma Beraud, una de las compañeras más cercanas y queridas por la generación del 68. Hubo, aunque no los conté, miles de asistentes. (Una manía de Raúl es lo que llaman en broma el masómetro, calcular por metro cuadrado y densidad, recuérdese que es Físico Matemático, los participantes en una movilización). A estas alturas ya no recuerdo quiénes presentaron el libro, salvo Carlos Monsiváis. Hace unos días, Daniel Molina me comentaba que lo que Carlos se preguntó en la presentación fue ¿dónde estaba Raúl en el libro?, aludiendo a que en su propio balance del movimiento, Raúl no tomaba el papel protagónico y por modestia se ocultaba en su propia versión de los hechos ya históricos.
Días después, un 2 de octubre, hubo otra presentación, en la Facultad de Economía, de La estela de Tlatelolco y esta vez mi hermana Magdalena y yo fuimos convidadas a comentar el libro. Para concluir mi intervención, quise confesar que había participado, sin exagerar, en un centenar de conferencias, pero que esta vez era para mí una ocasión muy especial, porque… y ya no pude continuar porque me puse a llorar y nunca pude reponerme para retomar la palabra. Esa noche, recuérdese que era un 2 de octubre, fui al programa de radio de la revista Siempre, conducido por Beatriz Pagés, donde yo era responsable de los comentarios culturales. Beatriz me había sugerido que hablara de los libros del 68. Ya en el programa, cuando llegó mi turno me dio Beatriz la palabra y comencé a hablar de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, de Días de guardar de Carlos Monsiváis y cuando pasé a hablar de La estela de Tlatelolco de Raúl, la misma historia que en la mañana e idéntico final. Beatriz decía al aire, ya se entiende que el programa era en vivo, vamos a esperar a que Carmen Galindo se reponga o vamos a darle un momento más, hasta que comprendió que yo nunca iba a poder retomar la palabra. Minutos después terminó el programa. Estaba, entre los invitados, Jesús Martín del Campo, quien me abrazó y me dijo muy conmovido: compañera, me solidarizo con su dolor. Él perdió un hermano el 10 de junio y nunca me atreví a decirle que yo no había perdido personalmente a nadie en Tlatelolco.
Para terminar sólo dos líneas más. Raúl tiene un ánimo de confrontación. No es precisamente belicoso ni peleonero, pero le gustan, como dije antes, las posiciones fuertes, es decir, las que se atreven. Una vez, hablando de un compañero de la fuerza juvenil de Punto Crítico me dijo: Es muy inteligente, pero es un niño de escuela activa, de los que no saben enfrentarse. A eso, y no es exactamente lo mismo, suma un valor enorme. La revista Punto Crítico la escribíamos entre todos, las notas eran anónimas, nadie las firmaba. Sólo aparecía un nombre: responsable Raúl Álvarez. Abiertamente se decía, si cae la policía sólo aprenden a Raúl. Borges a ambos rasgos de carácter les diría, muy a la argentina, coraje, que vale según el diccionario lo mismo para irritación que para valor. Y una última precisión, la revista Punto Crítico, al modo de Iskra, la revista bolchevique, no era sólo una revista, era una organización política, el germen de un partido que tendría que haber sido marxista-leninista, vale decir, revolucionario.