Susana Hernández Espíndola
Sin esperar los resultados del equipo de peritos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que continúan sus trabajos de inspección en Siria y han tomado pruebas a las víctimas del supuesto ataque químico perpetrado por las fuerzas del régimen de Bashar al-Assad contra la población civil de la periferia de Damasco, el pasado 21 de agosto, los tambores de guerra se escuchan ya en Medio Oriente.
Mientras esa nación árabe se halla inmersa en una cruenta guerra civil que ha dejado en dos años 100 mil muertos y unos dos millones de refugiados, y aún estando en el umbral del infierno que provocaría un devastador ataque occidental, el gobierno sirio ha desafiado a la comunidad internacional exigiendo que demuestre el uso de armas químicas por parte de su ejército, y ha advertido que el mundo se quedará asombrado del potencial de sus defensas y de las consecuencias catastróficas que traerá consigo un ataque a su territorio.
Por supuesto, Estados Unidos ha prestado oídos sordos a las amenazas del gobierno sirio y prepara ya una ofensiva militar que, según funcionarios de la Casa Blanca, duraría sólo tres días y sería sólo un mensaje de advertencia al presidente Al-Asad.
The Washington Post —el prestigiado diario estadunidense vendido recientemente al dueño de Amazon— mencionó que personal gubernamental aseguró que la acción más probable consistirá en el lanzamiento de misiles y misiones de aviones bombarderos contra blancos militares que no contengan arsenales de armas químicas.
El apoyo internacional a Estados Unidos tampoco se ha hecho esperar y se prevé que en esta guerra contra Siria vaya en alianza con Gran Bretaña, Francia, Alemania, Canadá, Qatar, Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos.
La Convención sobre armas químicas
Si bien la Conferencia de La Haya de 1899 marcó el inicio de negociaciones internacionales sobre el control de armas químicas y el Protocolo de Ginebra de 1925 estableció la prohibición del uso en guerras de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos, no fue sino hasta la firma de la Convención sobre armas químicas de 1993, cuando un tratado internacional estableció la ilegalidad de su producción, almacenamiento y uso. El nombre completo de este acuerdo es: Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas y sobre su destrucción, y entró en vigor el 29 de abril de 1997.
Aunque la mayoría de los países del mundo han signado el tratado, naciones como Siria, Angola, Corea del Norte, Egipto y Sudán del Sur han negado su adhesión, mientras Birmania e Israel, aunque son firmantes, no la han ratificado.
Clasificación
A diferencia del armamento convencional o nuclear cuyo efecto destructivo se basa en una fuerza explosiva, las armas químicas están clasificadas como herramientas que contienen sustancias tóxicas y se utilizan en ataques para exterminar, herir o incapacitar al enemigo.
Durante el siglo pasado, alrededor de 70 productos fueron utilizados o almacenados como agentes de armas químicas, divididos en tres grupos según su objetivo y tratamiento:
Grupo 1 (sin un uso legítimo y dedicados a la investigación médica, farmacéutica y defensiva): agentes nerviosos, ricina, lewisita y gas mostaza. Ningún país puede almacenar más de una tonelada de estos químicos y cualquier producción de más de 100 g debe ser notificada a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas.
Grupo 2 (sin un uso industrial a gran escala, pueden aplicarse a pequeña escala, pero sus efectos son considerables): dimetil metilfosfonato (precursor del gas sarín, utilizado como material no inflamable) y Tiodiglicol (precursor químico utilizada para la fabricación de gas mostaza y ampliamente usado como solvente en tintas).
Grupo 3 (con usos industriales importantes a gran escala): fosgeno y cloropicrina (componentes importante para la fabricación de plásticos y como pesticida, respectivamente). Se debe informar de cualquier planta que produzca más de 30 t al año y puede ser inspeccionada por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas.
Desde la Edad de Piedra
Los primeros registros que se tiene del uso de armas químicas se remontan a la Edad de Piedra, cuando los cazadores del sur de Africa impregnaban de veneno las puntas de sus flechas para abatir a sus presas. El veneno lo extraían de escorpiones, serpientes y plantas nocivas.
En la China antigua también se usaron armas químicas. Se empleaban fuelles para introducir el humo de las semillas de la mostaza, arsénico, calcio pulverizado y otros vegetales tóxicos en los túneles que excavaban los ejércitos enemigos durante los sitios.
La primera noticia del uso del gas en Occidente, se remonta al siglo V antes de Cristo: durante la guerra del Peloponeso, el ejército de Esparta encendió, en las puertas de la ciudad de Atenas, una fogata hecha con madera, alquitrán y azufre, para incapacitar a los atenienses.
El arqueólogo británico Simon James, miembro de la escuela de arqueología de la Universidad de Leicester, ha demostrado que los persas usaron este mismo método, en torno al año 256 después de Cristo, para matar soldados romanos en la antigua ciudad de Dura-Europos (hoy Siria).
En la Europa medieval, durante los cercos a los feudos, los ejércitos provocaban incendios lanzando proyectiles rellenos de azufre, grasa animal, rosin, terpentina, sal de roca (nitrato de sodio o de potasio) y antimonio. El humo que se producía provocaba una considerable distracción para quien se defendía detrás de las fortalezas.
La época de la devastación
Ya en la época moderna, los alemanes fueron los primeros en utilizar armas químicas a gran escala durante la Primera Guerra Mundial. El 22 de abril de 1915, el ejército alemán atacó a las tropas francesas, canadienses y argelinas con cloro. La respuesta de estos ejércitos fue mucho más agresiva, al usar cloro, fosgeno y gas mostaza.
El uso de estos materiales causó tanta desgracia y repulsión que el periodo comprendido de 1914 a 1918 se convirtió en uno de los capítulos más atroces de la historia humana, ya que causaron la muerte de 100 mil soldados y heridas a 900 mil. Fue por ello que en 1925, 16 de las mayores naciones del mundo firmaron el citado Protocolo de Ginebra, comprometiéndose a no usar nunca gases o armas bacteriológicas.
Sin embargo, en 1935 la Italia fascista —ignorando el Protocolo— usó gas mostaza durante la invasión de Etiopía.
Durante la guerra civil española, se repartió a la población un folleto donde se instruía sobre el uso de las caretas antigás.
En la Segunda Guerra Chino-Japonesa (1937-1945) y la Segunda Guerra Mundial (1938-1945), Japón utilizó gas mostaza y lewisita en contra de China.
De manera paralela, la Alemania nazi revolucionó las armas químicas al descubrir accidentalmente los agentes nerviosos que se conocen como tabún, sarín y soman. El ejército de Adolfo Hitler empleó el insecticida Zyklon B, que contiene cianuro de hidrógeno, para asesinar a cientos de personas en sus campos de concentración, como Auschwitz y Majdanek.
El napalm o gasolina gelatinosa, capaz de incinerar toda forma de vida, fue usado por primera vez en el período 1945-1954, durante la Guerra de Indochina, y actualmente los rebeldes sirios acusan al régimen de Al-Asad de haber bombardeado con esa sustancia, el 26 de agosto, a la población civil de Alepo, en la parte norte del país.
Tras de que en 1956 el ejército estadounidense se reservó el derecho a utilizar armas bioquímicas al no considerarlas ilegales, entre 1961 y 1971 roció el llamado “Agente Naranja” (herbicida defoliante) sobre Vietnam. Esta última nación estima que 400 mil personas fueron asesinadas o mutiladas, y 500 mil niños nacieron con defectos de nacimiento como resultado de la exposición a esa sustancia.
Entre 1970 y 1972 Portugal usó gases tóxicos en Angola y, en 1979, los soviéticos mataron a 3 mil personas con armamento químico en Afganistán.
En la década de los 80, Irak fue acusado de utilizar armamento tóxico contra Irán; en marzo de 1988, Sadam Husein lanzó, con total impunidad, agentes químicos contra la localidad kurda de Halabja, dejando 5 mil muertos; en 1991, durante la Guerra del Golfo, volvieron a usarse tóxicos, y en el 2000, el gobierno ruso y la guerrilla chechena se acusaron mutuamente de atacarse con esos productos.
En pleno siglo XXI, aunque países como Rusia y el Reino Unido iniciaron acciones para la destrucción de armas químicas, Libia reconoció la posesión de 23 toneladas de gas mostaza y la existencia de fábricas inactivas de ese armamento.
Bajo la falsa acusación de que Irak poseía y estaba desarrollando armas químicas y de destrucción masiva, Estados Unidos lanzó una devastadora ofensiva militar contra esa nación hasta derrocar a Saddam Hussein.
La ocupación de Irak concluyó oficialmente el 18 de diciembre de 2011, para dar paso a la Operación Nuevo Amanecer, consistente en el entrenamiento de las tropas iraquíes para combatir la insurgencia y el terrorismo.
Al borde de la guerra
El 21 de marzo de este año, 2013, la ONU lanzó una investigación oficial sobre el posible uso de armas químicas en el conflicto de Siria, y cuatro días después Estados Unidos denunció que el régimen de Al-Asad ha atacado a la población civil con tóxicos.
La fuerza rebelde Coalición Nacional Siria (CNFROS) aseguró que al menos mil 300 personas murieron, el 21 de agosto, en un ataque lanzado por el régimen de Bachar al-Asad en la zona de Guta Oriental, a las afueras de Damasco, lo cual ha sido negado por las autoridades sirias.
Aunque muchos observadores internacionales creen que la memoria colectiva mundial está ignorando actualmente las mentiras que Estados Unidos esgrimió para acusar a Sadam Hussein de disponer de armas de destrucción masiva, lo cual nunca se comprobó, el gobierno de Washington inició, el 28 de agosto, la movilización de sus tropas a lo largo de la frontera de Jordania con Siria y reposicionó sus buques de guerra en el Mediterráneo, en espera de la señal de ataque por parte del presidente Barack Obama.
(Fotos: Shutterstock)