Liturgia
No pierde vigencia
Teodoro Barajas Rodríguez
El Grito de Independencia es la vigencia de una tradición que nos remite a la primera edad de nuestra patria, el primer intento de emancipación que culminó luego de once años con innumerables batallas, sangre, derrotas y alianzas coyunturales que llevarían a la insurgencia a su entrada triunfal en 1821.
En Palacio Nacional el jefe del Ejecutivo federal evoca con su arenga aquel amanecer en Dolores, fecha en que el cura de esa población, exrector del Colegio Primitivo de San Nicolás, don Miguel Hidalgo y Costilla, hizo sonar las campanas para detonar el movimiento armado en contra de la corona española. Ese ritual se replica en cada entidad federativa, en los municipios, para convertirse en un acto unificador.
Son muchas las versiones existentes en relación al grito de Dolores, así como las interpretaciones de los historiadores, lo cierto es que no ha perdido vigencia esta ceremonia mexicana, no obstante que actualmente son otros los motivos para gritar: la pobreza, el desempleo, el hurto, la rapiña, la desigualdad.
Los otros gritos no son privativos de los palacios gubernamentales, se escuchan por las calles, en las reuniones de carácter social, vemos cómo la violencia cobra vidas, infectándonos de temor; así sucedió en Morelia el 15 de septiembre de 2008, hace ya un lustro, que vimos por vez primera el deformado rostro del terrorismo, pero lamentablemente, en éste como en otros expedientes sólo se percibe la impunidad como respuesta.
A partir de ese momento las cosas dieron un vuelco, ahora la plaza luce fortificada por efectivos policiales, ese virus del temor fue inyectado aquella noche triste que nunca se olvidará. Las secuelas en tanta gente que sufrió lesiones, los muertos a consecuencia de la garra desalmada son acontecimientos que están alojados en la memoria de todos los morelianos.
Hoy se grita para exigir respuestas a las demandas más sentidas, para hacerse escuchar porque los representantes populares en la mayoría de los casos sólo se guían por los intereses partidarios para olvidar a los ciudadanos de a pie que los han llevado a la curul.
En Morelia recién asesinaron al diputado local Osbaldo Esquivel Lucatero, quien presidía la comisión de Cultura del Congreso del Estado, hasta el momento no hay detenidos, la brutalidad se expresa implacable en todo nuestro México.
Tal vez lo más destacable de las ceremonias cívicas sea la posibilidad de la unificación a través de los símbolos, que suelen perfilar identidad aún por encima de los antagonismos, cada vez más marcados, entre los actores involucrados en temas de interés común.
Aunque realmente no hay mucho que festejar, ni lo habrá mientras las condiciones imperantes bosquejen un gran mapa coloreado por la desigualdad y por la impunidad como problemas estructurales.
Gritos y susurros, manifestaciones que tienen motivaciones diversas, los Sentimientos de la Nación recorren la geografía nacional, a 200 años del Congreso de Anáhuac, para buscar sentar las bases del Estado mexicano.
La ceremonia del Grito se mantiene vigente y es, de alguna manera, uno de esos símbolos rituales que convocan a la unidad, porque en medio de la diversidad el origen es invariable, así está registrado. Sólo que también hay que prestar atención a los gritos que no son para celebrar ni festejar buenaventura.
