ISAGOGE
A cinco años del temblor financiero que sacudió Manhattan
Bernardo González Solano
El domingo 15 de septiembre se cumplió el primer lustro del terrible temblor financiero que sacudió Manhattan, específicamente en el número 745 de la Séptima Avenida de la ciudad de Nueva York, en el edificio sede de uno de los grandes bancos de inversión, Lehman Brothers, cuando los directivos de la institución bancaria tuvieron que anunciar, en el año 2008, la quiebra, lo que dio principio —oficialmente— a la mayor crisis financiera que ha conocido el planeta desde la gran depresión de 1929. De hecho, ese no fue el primer aviso.
Un año antes, en la primavera de 2007, por el mismo rumbo de la urbe neoyorquina, calles abajo, en el 383 de Madison Avenue, en el rascacielos ocupado por el banco Bear Stearns, se advirtió que unas carteras que apostaban en deuda hipotecaria se fueron a la basura.
Entonces, dice Sandro Pozzi, “el léxico financiero se complicó de golpe, al quedar secuestrado por términos técnicos como suprime (préstamos de baja calidad), credit default swaps (el seguro que pagan los inversores para protegerse frente a las pérdidas) o mortage backed securities (paquetes de inversión a base de hipotecas)”. Como sea, el mundo no se recupera aún de ese shock.
Las cicatrices aún son visisbles
En la estampida, las grandes economías occidentales cayeron en una espiral de tensiones dramáticas. Cinco años más tarde, las cicatrices de esta crisis son visibles por todos lados. Grandes bancos —que se suponían eran muy grandes para quebrar— han desaparecido; el tamaño del balance de los bancos centrales explotó, las economías del Nuevo y del Viejo mundo apenas comienzan a reanudar sus operaciones… todo provocado por una burbuja generalizada de liquidaciones, la crisis fue propagada por los bancos. Por lo mismo, desde hace cinco años están en la mira de los reguladores, que tratan de hacerse perdonar por su propia e irresponsable laxitud que mostraron en los años 2000.
Lo grave del caso es que según el Sistema de Reserva Federal de Estados Unidos “todo estaba bajo control”, hasta que Bear Stearns tuvo que ser rescatada un año después, el 24 de marzo de 2008, por JP Morgan con la asistencia del Tesoro.
Se decidió hacerlo así porque se trataba de una entidad sistémica, clave para la economía, de las llamadas demasiado grandes para caer. No sucedió igual con Lehman Brothers, también hasta la coronilla de deuda basura. Diferencias aparte, la propia Reserva Federal cifra en 12.6 billones de dólares el monto que movilizó para estabilizar el sector financiero, lo que equivale a más del 80% del PIB de 2007. Eso sin contar con unos tipos de interés estancados en el 0% desde diciembre de 2008 y tres rondas de estímulos que provocaron que el balance de la Reserva Federal se multiplicara por cuatro en cinco años, desde los 925 mil 750 millones de dólares previos a la quiebra de Lehman.
Es larga la lista de los que pueden señalarse como responsables. Desde Ronald Reagan, Bill Clinton hasta George W. Bush. Por distintas razones. El famoso Alan Greenspan, que estuvo al frente de la Reserva Federal desde el 11 de agosto de 1987 hasta el 1 de febrero de 2006 admitió, a toro pasado, “que el error fue confiar en que los bancos serían capaces de regularse a sí mismo”.
No sé si reír o llorar. Que un genio judío —de padre y madre— de la economía diga esta barbaridad, hace dudar de todos los economistas. Para no dejar el dato en los apuntes, hay que decir que solo William McChesney Martin Jr., ha sido el presidente de la Reserva Federal durante más tiempo que Greenspan, casi 18 años y 10 meses, entre 1951 y 1970. Alan lo fue 18 años 6 meses. Y así le fue a la economía estadounidense y a la del resto del mundo.
Candidatos
Así las cosas, desde que estalló la burbuja de las hipotecas subprime, los inversores y dirigentes del mundo estaban atentos a lo que se dijera en la convención de política monetaria de Jackson Hole organizada por la Reserva Federal casi a finales del mes de agosto pasado.
A diferencia de lo que sucedía en otras reuniones similares, en esta faltaron varios participantes de primer nivel: el propio Ben Shalom Bernanke, presidente de la Fed —desde el 1 de febrero de 2006, nombrado por George W. Bush y ratificado para un segundo periodo el 28 de enero de 2010 por Barack Obama; cumpliría ocho años en el cargo el próximo febrero de 2014, cuando se retirará pues no aceptó un tercer periodo—; Mario Draghi, del Banco Central Europeo, y Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra.
Asimismo, en años anteriores los asistentes a la convención sabían que la expectativa principal era la de un nuevo impulso monetario anunciado por Bernanke. En esta, por el contrario, todo giró en torno al debate sucesorio para sustituir al actual presidente de la Reserva Federal.
A falta de Bernanke, Janet Yellen, vicepresidenta de la Fed se presentó en sociedad cuando ya dos premios Nobel de Economía, los neokeynesianos Paul Krugman y Joseph Stiglitz —éste último profesor de la segundo de a bordo de la Fed— han mostrado claramente su apoyo hacia Yellen en pos de continuar con las políticas expansivas, o al menos, reducirlas moderadamente. Ha sido precisamente ella el principal apoyo de Bernanke en su política de estímulos, aunque según otros, mantiene un posición un tanto flexible en torno a la política monetaria.
A la reunión de Jackson Hole, tampoco asistió Larry Summers, exsecretario del Tesoro y actual asesor económico de Obama, que a la sazón sonaba como el principal sucesor de Bernanke, solo que, a diferencia de Yellen, se ha mostrado menos de acuerdo con la política cuantitativa reciente de la Fed y más cuando fue partícipe en la desregulación financiera de los años 90.
Así, el viernes 13 del presente, los mercados cerraron con Larry Summers como el principal candidato del presidente Obama a dirigir la Reserva Federal a partir del 1 de febrero de 2014. El domingo 15, inesperadamente todo cambió con la decisión del exsecretario del Tesoro de retirarse de la carrera mediante una concisa carta: “He llegado a la conclusión de que cualquier proceso de confirmación posible para mí sería tortuoso y no redundaría en interés de la Reserva Federal”.
Esta decisión parece allanar el camino a Yellen, que ya cuenta en su curriculum vitae seis años de experiencia como presidenta de la Reserva Federal de San Francisco desde donde advirtió de las graves consecuencias del colapso del mercado inmobiliario, aparte de los tres que suma como vicepresidenta de la Fed; además, el pasado mes de julio más de un tercio de senadores demócratas enviaron a Obama una carta para apoyar a Janet contra Summers.
Yellen, con un perfil público más bajo que el de Summers, ha sido reivindicada por los sectores más liberales del partido demócrata. Hace pocos días, un grupo de 450 economistas escribieron una carta a Obama urgiendo que la eligiera para el cargo.
Con menor pasión por los focos y los círculos de poder, resalta el gesto simbólico que supondría nombrar a una mujer al frente de la todopoderosa Fed, por primera vez desde su creación hace justo un siglo, en 1913.
Además, este nombramiento —aunque en teoría la Fed es independiente— es la principal decisión económica pendiente de Obama.
Los críticos de Janet Louise Yellen (13 de agosto de 1946) aducen como punto vulnerable sus 67 años de edad; de hecho, si no es confirmada en el dorado puesto, piensa jubilarse ya. Nació en el famoso barrio neoyorquino de Brooklyn en el seno de una familia judía. Es graduada en economía, summa cum laude, por la Universidad de Brown y doctorada en la de Yale. Es esposa de George Akerlof (17 de junio de 1940), hijo de padre sueco y madre judía, galardonado con el Premio Nobel de Economía 2001, que compartió con Michael Spence y Joseph Stiglitz. Janet fue profesora asistente en la Universidad de Harvard.
En 1977 fue economista para el consejo de gobernadores de la Fed, su primer contacto con la Reserva Federal, de ahí su gran conocimiento sobre la institución bancaria central estadounidense.
Además, por si algo faltara, es profesora emérita en la Universidad de California-Berkeley. Y su único hijo, Robert Akerlof, es profesor asistente en la Universidad de Warwick.
La última palabra
Pese a todas estas recomendaciones, Obama hará, al final de cuentas, su voluntad. No se descarta tampoco que para mostrar su autoridad —tan golpeada en los últimos días— decida algo inesperado.
Surgen otros nombres, como Stanley Fischer, exgobernador del Banco de Israel, o Donald Kohn, exvicepresidente de la Fed, o Timothy Geithner, exsecretario del Tesoro, aunque éste adelantó que no le interesaba el puesto. La palabra la tiene Obama. Pronto se sabrá.

