LA REPÚBLICA
La imprevisión burocrática se convierte en abulia criminal
Humberto Musacchio
Las tragedias mexicanas no tienen culpables. Si un edificio se desploma por un temblor y mata a cientos de personas no hay responsable o en todo caso se culpa a la naturaleza de lo ocurrido; si, como era previsible, caen grandes lluvias sobre una zona del territorio y las aguas arrasan con autos, casas y personas, daños y homicidios hay que cargarlos en la cuenta de madre Naturaleza, que suele ser muy desconsiderada.
La archiconocida historia se repite ahora, en pleno 2013, cuando otra vez hubo lluvias torrenciales que produjeron deslaves, inundaciones catastróficas, destrucción en gran escala y más de 130 muertos. ¿No hay responsables? Eso está por verse.
Óscar Pimentel, coordinador general de Atención de Emergencias de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) dice que esa dependencia federal expidió boletines en los que se alertaba sobre “alto potencial de chubascos con tormentas muy fuertes” en diversos estados, lo que incluye a Guerrero, y que al combinarse los fenómenos meteorológicos de ambas costas se lanzó la alerta y “se informó a los gobiernos de los estados” (La Jornada, 18/IX/2013).
El señor Pimentel agregó que “las inundaciones no se pueden evitar en ningún lugar del mundo”, lo que parece cierto, pero agrega que la causa del desastre no fueron tanto las lluvias como “el agua que escurre de la sierra”, pero se da el caso de que el agua que escurre de la sierra es la misma que cayó durante esas lluvias, ¿o no?
Por su parte, el coordinador nacional de Protección Civil, Luis Felipe Puente, en lugar de alertar oportunamente por los medios institucionales más adecuados, dejó pasar más de dos días de grandes precipitaciones y fue hasta el sábado 14 cuando emitió el primer aviso mediante su cuenta personal de Twitter. ¿No es éste el funcionario que estaba en Las Vegas cuando ya se sabía del inmenso peligro que se cernía sobre gran parte del país?
Es deber de las autoridades ser cuidadosos para impedir el pánico, pero es igualmente su obligación informar de manera oportuna sobre los riesgos que afrontan las personas. Se dirá que los fenómenos naturales no dependen de la voluntad humana, lo que es cierto, pero lo es igualmente que se trata de hechos previsibles y por fortuna suficientemente previstos, aunque al parecer las autoridades hicieron caso omiso y no adoptaron las medidas necesarias para reducir al mínimo las pérdidas humanas y materiales.
Desgraciadamente, parece que oootra vez no hay culpables. Y así seguiremos, perdidos en la imprevisión burocrática, en la abulia criminal.