Masiel Fernández Bolaños 

El desperdicio de alimentos constituye hoy uno de los grandes problemas y contradicciones de ese mercado, con marcadas pérdidas económicas y medioambientales, aseguran expertos.

La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha llamado en reiteradas ocasiones a reducir el enorme desperdicio en un mundo donde millones de personas padecen hambre.

No podemos permitir que un tercio de todos los alimentos producidos (mil 300 millones de toneladas) se pierda o despilfarre debido a prácticas inadecuadas, cuando 870 millones de personas pasan hambre todos los días, remarcó recientemente el director general de la FAO, José Graziano da Silva.

Los costes económicos pueden alcanzar 750 mil millones de dólares anuales, según cálculos realizados, a lo cual se une el grave daño a los recursos naturales de los que la humanidad depende para nutrirse.

Según un estudio de la FAO, cada año, los alimentos que producimos pero luego no comemos consumen enormes volúmenes de agua y son responsables de añadir tres mil 300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera del planeta.

El 54 por ciento del desperdicio se produce en las etapas iniciales de la producción, manipulación y almacenamiento post-cosecha, mientras que el 46 por ciento restante ocurre en las etapas de procesamiento, distribución y consumo.

Esa agencia especializada explicó que los niveles más altos de despilfarro de alimentos en las sociedades ricas derivan de una combinación del comportamiento de los individuos y de falta de comunicación en la cadena de suministro.

Las personas no planifican sus compras, compran en exceso, o reaccionan exageradamente a las fechas de caducidad y consumo preferente de los productos, mientras que las normas estéticas y de calidad llevan a los minoristas a rechazar grandes cantidades de productos perfectamente comestibles.

En los países en desarrollo, detalló la institución, las pérdidas post-cosecha en la fase inicial de la cadena de suministro son un problema que ocurre como consecuencia de las limitaciones financieras y estructurales en técnicas de recolección y en infraestructura de transporte y almacenamiento, junto a condiciones climáticas que favorecen el deterioro de los alimentos.

Cifras que alarman

El desperdicio per cápita de los consumidores se sitúa entre 95 y 115 kilogramos anuales en Europa y Norteamérica/Oceanía, mientras que en África subsahariana, Asia meridional y Sudeste asiático tiran entre seis y 11 kilogramos al año, muestran investigaciones divulgadas.

Los cálculos indican que si sólo una cuarta parte de la comida que actualmente se desaprovecha se recuperara, sería suficiente para nutrir a 900 millones de personas hambrientas.

El caso de las regiones industrializadas llama la atención ya que casi la mitad del total de lo desperdiciado, alrededor de 300 millones de toneladas al año, se debe a que los productores, minoristas y consumidores desechan alimentos que todavía son aptos para el consumo.

Dicha cifra es más que la producción total neta de África subsahariana, y sería suficiente para proveer de comida a una buena parte de quienes son víctimas del hambre.

Expertos reiteran que teniendo en cuenta las previsiones de crecimiento demográfico, el desperdicio en ese apartado carece de sentido en nivel tanto económico y ambiental como ético.

Aparte del coste que conlleva, toda la tierra, agua, fertilizantes y la mano de obra necesarios para cultivarlos, se pierde, explican.

Unido a ello están las emisiones de gases de efecto invernadero producidos por la descomposición de los alimentos en los vertederos y el transporte de los mismos que finalmente se desechan.

Por ello, organismos especializados como la FAO insisten en la urgencia de invertir la actual situación de desperdicio y mejorar la vida de las personas.

Las nuevas tecnologías, las mejores prácticas, la coordinación y las inversiones en infraestructura desde la producción hasta el consumo, son consideradas fundamentales en aras de lograr ese objetivo.

De ahí que llamen a la acción conjunta para mejorar los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria y disminuir al mínimo el impacto ambiental.

La FAO insiste en dar máxima prioridad a reducir el desperdicio de alimentos en primera instancia. Más allá de limitar las pérdidas de cultivos en las granjas debido a las malas prácticas, un mayor esfuerzo para equilibrar la producción con la demanda significaría no utilizar recursos naturales en la producción que no sean necesarios.

En el caso de un excedente, la agencia recomienda la reutilización dentro de la cadena alimentaria humana, la búsqueda de mercados secundarios o donarlos a los miembros vulnerables de la sociedad, lo cual representa la mejor opción.

Si los alimentos no son aptos para el consumo humano, la siguiente mejor variante es destinarlos  al ganado, conservando recursos que de otra forma serían utilizados para producir pienso comercial.

Varios organismos internacionales han creado diversas iniciativas con el objetivo de contribuir a crear una verdadera cultura global de consumo sostenible de alimentos.

Tal es el caso de la campaña Piensa. Aliméntate. Ahorra. Reduce tu huella alimentaria, presentada por la FAO y el  Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente con el fin de disminuir el desperdicio.

La misma plantea que medidas sencillas de consumidores y vendedores minoristas pueden reducir drásticamente los millones de toneladas de comida perdidas cada año.