Susana Hernández Espíndola

Entre broma y broma previa de “vuelvo a los talleres” (para las reparaciones pertinentes), el rey de España, Juan Carlos I de Borbón, fue sometido, el 24 de septiembre, a la decimotercera intervención quirúrgica de su vida, en la que le fue colocada una prótesis provisional en la cadera izquierda para reemplazar la que se le puso en noviembre de 2010 y que le provocó una infección.

El monarca, conocido ya por sus súbditos como “Robocop”, volverá al quirófano, a finales de este año, o principios de 2014, para recibir otro implante.

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Tal cual Frankenstein

Don Juan Carlos ha sido un asiduo visitante a la sala de operaciones durante los últimos 35 años, en las cuales ha sido cosido y recosido como un Frankenstein. En junio de 1981, tras chocar con una puerta de cristal en el Palacio de la Zarzuela y salir con heridas en el tórax, muslo, manos y nariz, tuvo, además, que ser enyesado del brazo izquierdo, porque un vidrio le cercenó el nervio radial.

En 1983, cuando andaba muy quitado de la pena esquiando en la estación invernal de Gstaad, Suiza, el rey cayó aparatosamente, fracturándose la pelvis, quedando en tan mal estado que un avión de la Fuerza Aérea Española tuvo que ir a su recate. A causa de la fisura, que lo obligó a llevar muletas, se le detectó una fibrosis que le extirparon en 1985, eso sí, en la exclusiva clínica San Josep de Barcelona.

El 30 de diciembre 1991, durante otras vacaciones de esquí, esta vez en Baqueira Beret, en el Prinineo Catalán, el soberano fue derribado por otro deportista y se lesionó la rodilla derecha. Las muletas regresaron por otros tres meses.

Una década después, fue sujeto a una intervención leve para extirparle algunas varices de la pierna derecha.

Entre abril y septiembre de 2010 Juan Carlos vivió una época tormentosa, ya que se le detectó un tumor en el pulmón derecho. El nódulo, que resultó benigno, le fue extirpado el 8 de mayo y cuatro meses después la Casa Real cerró el caso al señalar que el monarca se hallaba fuera de peligro y recuperado.

En 2011 el rey fue pasado a cuchillo en dos ocasiones, primero, en junio, para el implante de una prótesis de rodilla, y después, en septiembre, por la rotura del talón de Aquiles.

El 14 de abril de 2012, el persistente Juan Carlos volvió a su amado quirófano, tras quebrarse la cadera derecha en un polémico viaje a Botsuana. Cuando salió del hospital, pronunció su histórico: “Me he equivocado, lo siento, no volverá a ocurrir”, refiriéndose a su lesión durante actividades tan frívolas. Pero trece días más tarde, el pobre hombre regresó a la plancha tras sufrir una luxación de la cadera recién operada.

En 2012, un desgaste por artrosis requirió de un implante, esta vez en la cadera izquierda. La secuela de esta operación fue una infección que lo obligó, este septiembre, a ser de nuevo intervenido.

Antes, el 3 de marzo 2013, fue sometido al tratamiento de una doble hernia y una estenosis de canal.

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Siempre frágil

Aún con todo y su poder, las penurias de don Juan Carlos comenzaron desde pequeño: en 1948, cuando era un estudiante de diez años, interno en el Colegio Suizo de Friburgo, tuvo que ser hospitalizado por otitis y se le realizó una operación otorrinolaringológica. Esa enfermedad le dejó problemas de audiometría, por lo que desde julio de 1996 lleva audífonos.

Seis años más tarde, cuando navegaba por el Mediterráneo con sus padres, sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser llevado de emergencia al Hospital Español de Tánger, para que el apéndice le fuera removido.

En ese mismo 1956, ya en la Academia Militar de Zaragoza, fue hospitalizado por hepatitis, pero eso no impidió al travieso futuro monarca fugarse del nosocomio para asistir a la Vuelta Ciclista a España. La aventura le costó dos meses de calabozo.

El 8 de mayo de 1962, el entonces novio de la princesa Sofía de Grecia y Dinamarca se cayó en el Palacio Real de Atenas y requirió de un cabestrillo, hasta la víspera de su boda, el día 12.

En 1967, tuvo que ocultar su rostro tras una espesa barba, al aparecerle un doloroso brote de herpes.

Como la fortuna no le garantiza ir por la vida sin percances, el ilustre español ha tenido otros incidentes menos graves. En 1980, por ejemplo, durante unos ejercicios militares en Zaragoza, cayó de un carro de combate. Ocho años después se lesionó un ojo cuando andaba de cacería en Suecia, y, en 1995, un resbalón en una placa de hielo de la estación de esquí de Candanchú (Huesca) le provocó una pequeña fisura cerca de la muñeca derecha.

En 1997, mientras navegaba en un yate, sufrió un golpe que le provocó dolores en la espalda.

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Vida de desenfrenos

Durante la mayor parte de su reinado, Juan Carlos —investido rey de España, tras la muerte de Francisco Franco, el 22 de noviembre de 1975—, gozó de un gran apoyo popular, tanto que en 2008 fue considerado el líder más famoso del mundo. Sin embargo, su protagonismo en una serie de escándalos le ha restado credibilidad, afecto y empatía con un pueblo que atraviesa por una de las crisis económicas, políticas y sociales más severas de su historia.

Desde mediados de los 90, la errática elección de las personas con quienes sus hijos contrajeron matrimonio —el medallista olímpico Iñaki Urdangarin y la periodista Letizia Ortiz, dos “plebeyos” deslumbrados por el glamur real—, marcó a los Borbón. En un acto insólito, en noviembre de 2007 la Casa Real anunció el “cese temporal de la convivencia matrimonial” entre la infanta Elena y su esposo aristócrata, Jaime de Marichalar. La medida tomó efecto en 2010 y fue el primer divorcio real en la historia de la Corona española.

Otro acto que desencadenó las burlas y parodias a Juan Carlos ocurrió el 10 de noviembre de 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, realizada en Santiago de Chile: ante los ojos del mundo, el rey dio muestras de su falta de diplomacia, poca paciencia y de ser presa fácil del nerviosismo, cuando, en plena reunión, le gritó a Hugo Chávez, entonces presidente de Venezuela: “¡¿Por qué no te callas?!”.

Uno de los desencantos más juzgados que provocó el soberano español se dio en abril de 2012, luego de que se publicaron fotografías donde se encontraba de cacería de elefantes en Botsuana, derrochando el dinero, al lado de su supuesta amante, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, empresaria alemana de origen danés, justamente durante los momentos más delicados del brete económico. Su popularidad, en aquel momento del 74 por ciento, cayó al 52. Su desprestigio fue tal, que los españoles llegaron a contemplar el fin de la monarquía.

Desde entonces, la prensa española (ABC) y la extranjera (Bild, La Stampa y Middle East Times International) aseguraron que los reyes llevarían vidas separadas. Suceso que hasta ahora no ha sido confirmado por la Casa del Rey.

Por supuesto que la fama de infiel que posee Juan Carlos de Borbón no es nueva. Según el diario británico The Sunday Times, el rey “es un mujeriego en serie que no ha compartido cama con su mujer desde hace 35 años”. Es más, el Daily Mail señaló que “el monarca le habría tirado los trastos a la princesa de Gales”. En el 2006, la biógrafa real Lady Colin Campbell dijo que Diana de Gales y el rey de España “tuvieron un affaire en un crucero durante el verano de 1986 y en abril siguiente”.

En el libro La soledad de la reina, de la periodista Pilar Eyre, se mencionan a varias artistas, aristócratas y extranjeras que retozaron alegremente entre las sábanas reales. Entre las mujeres que se disputaron los amores del monarca, no obstante que algunas de ellas eran casadas, se encuentran: Sara Montiel, cantante española diez años mayor que él; Barbara Rey, quien se convirtió en amante de Juan Carlos desde que ascendió al trono; María Gabriela de Saboya, princesa italiana que reconoció haber tenido en su juventud un affaire con el señor; Paloma San Basilio, cantante y actriz que siempre trató de lograr el amor absoluto de su majestad; Julia Steinbuch, joven alemana que compartió viajes al extranjero y eventos deportivos; Marta Gayá, mujer de origen catalán, dedicada a decorar departamentos de lujo, y la condesa Olginha Nicolis de Robilant.

Recientemente, el caso Nóos volvió a enlodar al soberano español. Por primera vez, un miembro directo de la familia real, su yerno, Iñaki Urdangarin, duque de Palma de Mallorca, tuvo que comparecer ante las autoridades. En 2010 se iniciaron las investigaciones que llevaron a los ex dirigentes del Instituto Nóos, Iñaki y su ex socio, Diego Torres, a ser imputados por los delitos de malversación de fondos públicos, fraude, prevaricación, falsedad y lavado de capitales en 2012.

Sobre la infanta Cristina han recaído sospechas del pleno conocimiento de los negocios turbios de su esposo, ya que ella pertenecía a la junta directiva del instituto Nóos. Y aunque el rey también ha sido mencionado, la Constitución española lo hace inimputable por cualquier delito que pudiera cometer.

Y por si algo más faltara, el diario español El Mundo reveló, en abril de 2013, que Juan de Borbón —padre del monarca—, de quien se decía que vivió modestamente, dejó al morir, hace veinte años, una fortuna de mil 100 millones de pesetas. De esa masa de monedas, 728 millones se encontraban en Suiza, por lo que ahora los partidos políticos piden a la Casa Real que aclare si tiene cuentas en los bancos helvéticos y declare sus impuestos en tierra hispánica.

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Ya se habla del adiós

Señalado por el escritor y militar español en la reserva, Amadeo Martínez Inglés, como sospechoso del asesinato de su hermano menor, el infante Alfonso, quien recibió un disparo en la cabeza, el 29 de marzo de 1956, cuando ambos se hallaban de vacaciones en la residencia familiar de Estoril (Portugal), hecho que nunca fue investigado, el maltrecho rey ha vuelto a ser tema de polémica, particularmente en las redes sociales, pero no porque el 12 de octubre no estará en los actos de celebración de la Fiesta Nacional, ni porque el 18 y 19 de octubre tampoco acudirá a la Cumbre Iberoamericana de Panamá, sino porque sus achaques han revivido el debate sobre su posible, voluntaria o forzosa, abdicación.

Aunque esto ya fue desmentido por la Casa Real, la actual convalecencia de Juan Carlos, que durará no menos de medio año, ha dado pie a rumores sobre su renuncia que, se dice, él mismo comenzó a considera entre el 16 y el 26 de febrero, cuando salieron a la luz pública los líos de su yerno, y por su evidente desgaste físico en las vísperas de su operación de dos hernias discales.

En esos días, como ahora, se especuló sobre si realmente Juan Carlos de Borbón estaba en condiciones de seguir con la corona o debía cederla a su hijo Felipe. Incluso José Antonio Zarzalejos, un periodista cercano a la Casa Real, escribió un artículo que se tituló: “El rey baraja la abdicación”, que dio pie a encuestas negativas para el monarca.

Sin embargo, ya expertos constitucionalistas cuyas opiniones fueron publicadas desde diciembre pasado por El Confidencial, El Diario de los Lectores Influyentes, habían dejado al descubierto el vacío legal en el que España enfrentaría la sucesión real.

La profesora Yolanda Gómez, Sánchez, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), dijo, por ejemplo, que “en el caso de inhabilitación permanente del rey, habría que distinguir entre la incapacidad física y la mental.

Respecto a la primera hipótesis, la catedrática de Derecho Constitucional sostuvo que “el monarca podría y debería abdicar para permitir el ejercicio pleno de la Jefatura del Estado por su sucesor. Pero si se tratara de una incapacidad mental, en la que no fuera posible obtener del rey una manifestación libre de su voluntad como la que requiere la abdicación, habría que reconducir la situación aplicando el artículo 57.5 de la Constitución, que establece que una ley orgánica resolverá las abdicaciones, renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho en el orden de sucesión a la Corona”.

El mismo periódico señaló que el problema es que esa ley no existe y que la misma Carta Magna omite cualquier referencia concreta al procedimiento.

“Lo aconsejable sería que la Casa del Rey comunicara al presidente del Gobierno, y a los presidentes del Congreso y del Senado, la voluntad del monarca de abdicar en favor del Príncipe de Asturias”, continuó la profesora Gómez, quien escribió el libro “La monarquía parlamentaria: Familia Real y sucesión a la Corona”.

“A partir de ese momento”, indicó la catedrática, “se pondría en marcha el mecanismo parlamentario para elaborar una ley orgánica ad hoc, que debería ser aprobada por ambas Cámaras por mayoría absoluta. Lo normal es que los dos grandes partidos, PP y PSOE, la apoyaran”.

Por su parte, el maestro Ignacio Torres Muro, catedrático de la Universidad Complutense, sostuvo que “si el rey estuviera incapacitado para ejercer el cargo, y dicha incapacidad fuera reconocida por las Cortes, el Príncipe de Asturias, que es mayor de edad, pasaría a ejercer la Regencia en su nombre, sin que hiciera falta una ley. Otra cosa es que el rey decidiera abdicar por encontrarse incapacitado. En ese caso, las Cortes deberían aprobar una ley orgánica resolviendo ese problema concreto, es decir, aceptando la decisión del rey de dejar el trono”.

Aunque los constitucionalistas están divididos entra la opción de que se apruebe una ley urgente para fijar los procedimientos de abdicación y entre otra norma específica que resuelva caso por caso cada renuncia real, el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, Juan Carlos Gavara, opina que si Juan Carlos sufriera una incapacidad física duradera o permanente que lo mantuviera prácticamente inmovilizado en una silla de ruedas, “tendría que renunciar o abdicar, que es un acto personalísimo y privado, ya que las Cortes sólo tendrían que intervenir en caso de duda o para confirmar la decisión del rey”.

Aunque ese criterio tiene sus pros y contras, la profesora Gómez puntualizó al periódico que “el rey solo abdicará si cree firmemente que ya no puede prestar ningún servicio al Estado”, y que “ningún monarca ha abdicado en España en circunstancias normales; siempre se han producido de forma violenta o traumática, y esa circunstancia también debe de pesar en el ánimo del rey”.