La invasión y sitio de la ciudad de México por parte de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha dejado una serie de lecciones al poder público y provocado un cambio sustancial en la conciencia de los capitalinos y de los mexicanos en general.
¿Cuáles son esas lecciones? La primera es para la izquierda que gobierna la capital del país. No precisamente para su jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, quien —además de no ser un militante puro del Partido de la Revolución Democrática, de no ser un dogmático— tiene una concepción republicana y de clara corresponsabilidad con respecto al gobierno federal.
El PRD ha sufrido a lo largo de estos días —como gobierno— las presiones de grupos violentos y anárquicos, que tratan de volver ingobernable el Distrito Federal.
Por primera vez —siempre hay una primera vez—, el PRD tuvo que salir a defenderse de la delincuencia política. Delincuencia que han venido promoviendo y arropando, desde hace décadas, los grupos más radicales de ésa y de otras agrupaciones que viven y cobran del activismo desestabilizador. Digamos que la criatura ya los rebasó y se ha vuelto como un Frankenstein en contra de sus progenitores.
Ante el hartazgo del capitalino, del mismo que vota desde 1997 por la izquierda, senadores y diputados perredistas se vieron obligados a defender el prestigio del Gobierno del Distrito Federal, por entender que está en riesgo la estabilidad del más importante bastión electoral de ese partido.
El aval que dio el 28 de agosto la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal para que se hiciera un uso legítimo de la fuerza pública en contra de la manifestación de maestros, además de ser inédito, coincide con la preocupación del PRD por evitar un mayor deterioro de su imagen.
Éste es el primer antecedente, en muchos tiempo, en que la crítica ciudadana no está dirigida al gobierno federal sino a las tribus y grupos que gobiernan la ciudad de México y a quienes se dedican a proteger más los derechos de los seudomaestros que de los hombres y mujeres de a pie.
El pasado martes fuimos testigos de cómo la CNTE —que por cierto se parece más a un grupo paramilitar que a un sindicato— dejó a miles de hombres, mujeres, ancianos y personas con discapacidad sin transporte, sin escuela, tal vez sin hospital y sin empleo.
La segunda gran lección es que, también por primera vez, vimos que dos gobernantes de distinto partido, como son el presidente de la república y el jefe de Gobierno de la ciudad de México, actuaron en coordinación.
Esto que parece irrelevante no lo es. Si Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard o Manuel Camacho estuvieran —en este momento— sentados en el Palacio del Ayuntamiento, la historia sería otra.
Hubieran convertido la jefatura de Gobierno en plataforma de la desestabilización nacional. Habrían fraguado desde la capital del país un golpe de Estado. No sólo hubieran permitido, sino propiciado, que agitadores armados se adueñaran del movimiento, para provocar un dramático derramamiento de sangre y colgar al gobierno federal un equis número de muertos.
Pero la tercera lección y la más importante es que los excesos cometidos por la CNTE a lo largo de estos días han sacudido la conciencia de los habitantes de la capital del país.
Quienes eran solidarios con las marchas hoy ya no lo son. Quienes creían ciegamente en las manifestaciones, como la máxima expresión de la democracia, hoy consideran que debe haber una forma más racional de reclamar derechos y de no afectar a terceros.
Si algo tenemos que agradecer a la CNTE es que logró unificar a 20 millones de personas, a la totalidad de los habitantes que, junto con la zona conurbada, viven o circulan por la capital del país, en su contra.
Y algo que no debe dejar de mencionarse: las imágenes donde se ve a golpeadores a sueldo patear como bestias y sin misericordia a los policías también han sacudido la conciencia social.
Muchos mexicanos se preguntan si ésa es la democracia de la que habla López Obrador y sus seguidores. La arenga en contra de todo y de todos ha comenzado a perder, en la capital del país, adeptos.
La ciudad capital lleva más de veinte días como rehén de la violencia política, como un prisionero sin garantías, humillada en sus derechos, y esto, además del hartazgo, ha comenzado a propiciar un cambio en la mentalidad de sus habitantes.
La CNTE ha hecho el milagro de conmover el juicio ciudadano, de hacer ver que el Distrito Federal debe dejar de estar secuestrado por tribus, grupos y partidos que sólo gobiernan para la delincuencia política.
En la ciudad de México ha comenzado a germinar la idea de poder estar gobernada por otros y de otra manera.