D. F. por Siempre!

 Violencia perpetrada por grupos infiltrados

 

 

La anarquía es la máxima expresión del orden

basado en cosas naturales, sin coacciones ni violencias.

Elisée Reclus

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

A 45 años de distancia, grupos vandálicos se encargaron de empañar la conmemoración de la masacre de Tlatelolco. Una vez más, embozados y encapuchados exhibieron su capacidad de violencia, de destrucción y reto a la convivencia social; condenables conductas que alimentan los histéricos clamores que desde los púlpitos telecráticos azuzan el autoritarismo y la represión como únicas expresiones de gobernabilidad de nuestra ciudad.

Los vándalos que violentaron el pacifismo de la marcha conmemorativa son un grupo mercenario que vende su violencia a postores hasta ahora sumidos en el anonimato, personajes que les facilitan los instrumentos necesarios para intimidar y aterrorizar a quienes convergen y se congregan para ejercer su legítimo derecho a manifestarse en las calles y plazas de una ciudad que, a costa de esas violencias vandálica y mediática, está sacrificando sus espacios públicos, convirtiéndolos en escenarios fácticos de suspensión de las garantías políticas consustanciales a la democracia.

Inquietantemente, la violencia perpetrada desde estos grupos infiltrados en movilizaciones sociales ha registrado, desde diciembre del año pasado, un imparable y peligroso crecimiento y, en consonancia, la derecha exige a las autoridades acciones contundentes que garanticen el imperio de la ley a través de castigos ejemplares para quienes infrinjan los códigos que pregonan comentaristas y lectores de noticias de esa república mediática que se entronizó en el poder al amparo del mercadotécnico triunfo de su candidato presidencial en 2012.

En su afán por provocar la autoanulación de derechos y libertades en aras de la supuesta seguridad, que según los alarmados empresarios y políticos sólo garantiza el excesivo uso de la fuerza de Estado, las derechas retoman con bríos su intención de regular —es decir, restringir— garantías constitucionales, e incitan a las autoridades capitalinas a mantener el cerco policiaco al Zócalo, traicionando con ello la esencia de plaza popular con la que fue trazada —y respetada aun en tiempos tan difíciles como la dictadura huertista—, para transformarlo en set del altruismo inducido desde la televisión, y en espacio restringido al resto de quienes no formamos parte de los poderes que lo flanquean.

Parte fundamental de esta malévola estrategia mediática se finca en tergiversar, deformar y pervertir el término anarquista, doctrina filosófica a la que mimetizan como sinónimo de vandalismo, satanizando así un movimiento histórico que predica el orden basado en cosas naturales, sin coacciones ni violencias, como su máxima expresión, tal y como lo postuló uno de sus más preclaros representantes, Elisée Reclus, quien junto a Kropotkin, Proudhon y Flores Magón son guías de este movimiento no violento de transformación.