Carmen Galindo
No creo que Sergio Pitol sepa que mi novela predilecta de él y no sólo de él sino casi de toda la literatura mexicana es El desfile del amor y ahora que se están festejando sus 80 años quisiera, una vez más, escribir sobre esta obra maestra no desconocida, ya que es Premio Herralde, pero no tan popular como debería de serlo.
La polifonía
Esta novela, creo, está construida sobre algunos recursos literarios. El más evidente es la llamada polifonía, es decir, son varios los narradores o, dicho de otro modo, las voces. La novela intenta indagar el asesinato del joven austriaco Erich María Pistauer y de modo digamos natural, el historiador Miguel del Moral trata de averiguar qué sucedió esa noche. Esta indagación, que finge (carnavaliza sería la palabra exacta) una novela policiaca, lo lleva a interrogar a los involucrados que son muchos. Escuchamos a cada uno de los personajes en su papel de testigos, o lo que es más comprometedor para ellos, van contando el papel que juegan en la trama. Y si digo escuchamos es porque la novela es un torrente verbal. Todo lo que cuentan es desde su personal e intransferible punto de vista. No organiza la novela el narrador omnisciente, sino que de modo fragmentario, cubista, cada personaje entrega una pieza del rompecabezas. Auténtica, audaz obra abierta, la última palabra, como en Rayuela de Cortázar, la tiene el lector.
Al parecer cuando hablan, y esto es el elemento más fascinante de la novela, los personajes retratan a los demás, pero de hecho, el pez por la boca muere, se retratan a sí mismos, se dejan ver, en el espejo, a solas, sin cosméticos, en la pose descuidada, para decirlo de una vez, en fachas.
La técnica del iceberg
El segundo recurso de la novela es que todos los personajes al ser interrogados ocultan algo de sí mismos. Sus intereses, sus secretas intenciones, sus verdaderos móviles, sus andanzas pasadas. Hemingway en París era una fiesta describe su famosa técnica del iceberg que es dejar ver al lector una punta del iceberg y ocultarle el resto, por no decir la mayor parte, la masa de hielo bajo el mar. Hemingway advertía que el escritor no puede hacer trampa, el resto tiene que estar en la mente del novelista, no es un bluff, es una parte de la vida de los personajes o un fragmento de la historia que se omite, un hiato, un hueco, un vacío, pero tiene que estar ahí actuando tras bambalinas, determinando los matices psicológicos y las acciones de los personajes. Por eso, siempre quise mostrarle a Sergio Pitol un ensayo largo sobre El desfile del amor, que estoy guardando para un libro, para ver si con ese estímulo podía sonsacarle un fragmento de lo que omitió. En última instancia, por qué fue asesinado Eric María Pistauer. Le abre así, Sergio Pitol, puertas y ventanas a la ambigüedad, elemento clave de la literatura, lo que permite, en última instancia, las diversas formas de lectura de una obra literaria, lo que se llama en lenguaje técnico, la polisemia, es decir, los diversos significados. En la novela, la ambigüedad alcanza hasta el crimen que se trata de dilucidar, porque las balas no se sabe a quién eran dirigidas, ni siquiera si fue sólo un accidente o sea producto del azar.
La casa donde ocurre la historia
Todos los involucrados viven en una misma casa. Una casa, real, que está en las calles de Durango, en la Colonia Roma. La distribución de la casa, con un patio central, permite conocer e incluso espiar lo que ocurre en la casa de los otros. Cuando leí por primera vez El desfile del amor no conocía siquiera la existencia de La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec. Pienso que Sergio sí la había leído. En esa novela Perec va relatando las historias de cada departamento que forma el conjunto y en eso es similar a esta novela de Pitol. El título mismo recuerda a Cortázar y creo que una buena lectura de esta novela de Pitol tendría que ver con la definición de novela cómica, género propuesto por Cortázar y que, creo, es el género que se ajusta mejor a Rayuela y a El desfile del amor. Proponer una y otra como novelas cómicas es, como dije, una buena lectura de estas dos obras, pero, por el momento, excede a mis fuerzas o a mi tiempo.
La caricatura o Sergio antes de Bajtín
Cuando mencioné líneas arriba que asistimos al interrogatorio de los protagonistas no añadí lo más importante. El elenco incluye a los más estrafalarios personajes. Pedro Balmorán, un engolado intelectual pagado de sí mismo; Ida Werfel, una erudita que se desvive por la escatología; Delfina Uribe, una mujer venida a más con la Revolución; la tía Eduviges, una aristócrata a la mexicana; el siniestro Arnulfo Briones y etcétera. Los personajes no son tales, son caricaturas, fantoches e incluso esperpentos. Son farsantes en los dos sentidos, en el de la moral y en el teatral. Lo peor es que a poco que nos fijemos se parecen mucho al lector, al menos en nuestros peores momentos, cuando caemos en la trivialidad, cuando nos da por presumir, cuando nos pierde la vanidad,
Con la caricatura, Sergio Pitol tira a matar. Se vale de la cultura popular que Mijail Bajtín saca a flote en la obra de Rabelais, es decir, de la cultura no de la cabeza, no del ideal caballeresco, sino de la que proviene del bajo vientre, ya de orinar, de defecar o de parir. Sus caricaturas son vecinas o mejor parientes del escarnio estudiantil, del apodo hiriente, de la burla despiadada. Y ahí, siento hacer referencia a un asunto personal, advierto la influencia de un amigo mutuo mío de Sergio, de Carlos Monsiváis: Luis Prieto. A Luis, Monsiváis lo llamaba el mejor caricaturista verbal de México, lo de verbal era porque Luis no escribe ese tipo de textos. Ellos tres practicaban esta forma de humor desde muy jóvenes, antes de escribir ningún libro. Ciertamente, en, por ejemplo, Domar a la divina garza se ve claramente que Pitol ha caído bajo el embrujo de los estudios de Bajtín, pero su ingenio, sus caricaturas vienen de una etapa anterior, por eso, creo que uno de los comentarios más profundos sobre la obra de Pitol la dijo Monsiváis, cuando al presentar uno de sus libro afirmó: Sergio Pitol ya era así antes de leer a Bajtín.